Es curioso. En tanto mis padres estaban solteros, cada 31 de diciembre acostumbraban cenar en casa y salir a recibir el nuevo año entre familiares y amigos; sin embargo, al casarse, y por motivos que desconozco, decidieron celebrar la llegada del nuevo año resguardados en su hogar.
Así, y en tanto que la casa siempre estaba repleta en noche buena siempre, los comensales de la cena de noche vieja tan sólo éramos mi madre, mi abuela, mi padre -cuando su trabajo se lo permitía- y yo. Jamás llégabamos a escuchar las doce campanadas y, en realidad, aquel podía pasar como un día ordinario de no ser por los deliciosos platoillos que mí abuela y madre preparaban.
Cuando mí padre se jubiló, las cosas cambiaron. Después de cenar, nos dio por "disfrazarnos" con cualquier prensa que encontrábamos, bailar al ritmo de Juan Legido y "Los Churumbeles", cantar las canciones que reconocíamos en la radio y reirnos como verdaderos locos hasta las dos o tres de la madrugada. Entonces dejé de extrañar la Nochebuena con la casa llena de bote en bote y empecé a gustar de las celebraciones de fi8n de año por ser pequeñas al tiempo que sabrosas.
Al día de hoy considero que esa es una buena manera de despedir al año y de recibir a su sucesor. Creo que si uno baila, ríe, se divierte y se la pasa genial espera que los 365 (ó 366) días siguientes le deparan un poco de lo mismo. Evidentemente que ello no es garantía de que uno quede al margen de enojos, malestares y desgracias; ojalá que así fuera; pero al menos es un testimonio de que se esperan cosas buenas del año que inicia y que se está en la disposición de trabajar para conseguirlas. Dicen que "lo que bien incia, bien acaba" y creo que esta no es la excepción.
Mis mejores deseos a tod@s para el 2012. .. Nos ´leemos el próximo año.
En esta tercera época, Histerietas sigue siendo ese espacio catártico donde vierto mis ansiedades, histerias, agrados, indignaciones y preocupaciones.
sábado, 31 de diciembre de 2011
miércoles, 7 de diciembre de 2011
El poder de ser sacerdote
Quienes me conocen saben que soy muy amigo de las bromas, particularmente de las pesadas. Entiendo que se trata de un juego de ida y vuelta que así como un día te toca hacerlas, al otro lees víctima de ellas.
A veces, las bromas son pesadas por lo "bestiales" que llegan a ser -enyesar el brazo a un amigo borracho y hacerle creer por dos semanas que realmente se lo rompió-, por el monto que generan -ordenar un buen número de pizzas a la pizzería más cercana y enviárselas a un amiguete- o por el disgusto que llegan a provocar -notificar un 28 de diciembre el supuesto fallecimiento de un amigo en común-.
Pero hay otras que, sin reunir tales características, son pesadas porque la gente se las cree completitas -por muy inverosímiles que parezcan- y uno jamás los sacas del error.
Hace veinte años acompañé a mí madre una misa de funeral. Entonces era hijo de familia y sólo me preocupaba por dar clases en una preparatoria y sobrellevar el dulce régimen de explotación al que me tenía sometido la Compañía de Jesús.
Dado que no conocía al difunto, el servicio fúnebre había dejado de ser pesado para tomar tintes de aburrimiento. Sin embargo, casi al final se animó bastante. Era el momento de dar la paz a las personas que se encontraban en los asientos de atrás, me encontré con una compañera de la escuela que siempre había sido la encarnación de la ingenuidad. La oportunidad era muy buena como para desperdiciarla.
Al terminar la celebración me acerqué para platicar con ella y su marido. La charla no era del otro mundo, pero iba muy bien hasta que ella me preguntó: ¿A qué te dedicas?
Antes de que me pudiera dar cuenta ya la estaba diciendo que había encontrado tardíamente mi vocación y que estudiaba el noviciado con los jesuitas; que vivía en completa clausura pero que, de manera excepcional, me había dejado salir para acompañar a mí madre a tan penosa celebración; que pronto me iba a ir a trabajar a las misiones del norte para ayudar a la gente y alcanzar mi mayor meta en la vida: ser un santo, pero a la usanza medieval.
Con cada babosada que soltaba, mi antigua compañera de escuela abría más y más los ojos hasta que al final, ella y su marido se arrodillaron y me pidieron la bendición. Yo, ni tardo ni perezoso, no tuve empacho en levantar la mano, hacer la señal de la cruz sobre sus cabezas e improvisar una serie de latinajos.
Aquello había ido demasiado lejos, aún para mí madre, quien tenía el rostro desencajado y parecía que sus ojos tenían unas ganas incontenibles de escaparse de sus órbitas. Simplemente no daba crédito de lo que acababa de presenciar. De camino a casa me increpó por lo que acababa de hacer; me reprochó -y con razón- el poco respeto que tenía por lo sagrado, y me recriminó la perversidad con la que había maquinado tal sarta de sandeces y mí negativa para confesar que todo se trataba de una bromita pesada.
Sin embargo, al final no le restó más opción que reconocer que la puntada había sido buena, en especial el momento del arrodillado, y que resultaba difícil abstenerse de tomarle el pelo a personas tan bobas (deben ser tontos perdidos si te creyeron todas esas estupideces, fueron sus palabras).
Ese fue mí debut y despedida en la materia. Aquella había sido mí broma "one hit wonder" y, por lo mismo, debía respetarla.
lunes, 5 de diciembre de 2011
Lo llamamos...
Es el final de semestre y la semana pasada fue, además, una auténtica pesadilla. Por ello quiero dejar a un lado las reflexiones sesudas para poner en su lugar este relato breve que mucho tiene que ver con los momentos que estamos viviendo y que viviremos por un buen trecho del 2012. ¡Qué lo disfruten!
En la ciudad donde vivo son muchos los que hablan de este monstruo, pero contados los que lo han visto cara a cara.
Dicen que es un mutante que cambia de forma y de color a voluntad, de ahí que sea difícil saber a ciencia cierta cómo es físicamente y, más complicado aún, lo qué está pensando. Quienes lo conocen, afirman que su modo de vida es parasitario pues gusta de apropiarse de la energía y recursos de otros seres, particularmente de aquellos que se ven obligados a desarrollar un esfuerzo físico notable para sobrevivir.
Su modus operandi siempre es igual. Seduce a sus víctimas con palabras dulces y promesas fabulosas hasta dejarlos en un estado de seminconsciencia, momento que aprovecha para adueñarse de su vigor extrayéndolo de cada uno de los orificios corporales, si bien es de destacar que muestra una especial predilección por aquel donde termina el tracto digestivo.
Hay quienes aseguran que este ser, que vive de noche y duerme de día, mora un hábitat conocido como “El Palacio”. Ahí acostumbra reunirse con otros entes iguales a él para sumar sus poderes, llevar a cabo hechizos espeluznantes y celebrar aquelarres destinados a provocar grandes males –la mayoría de las veces con éxito– a los seres humanos.
Pocos lo han visto, repito, pero todos lo conocemos, aunque sea de nombre. Y es que desde hace siglos, a esta criatura pútrida y abismal lo llamamos... diputado.
jueves, 17 de noviembre de 2011
¡Ah, jijos!... El final del semestre
En menos de dos semanas el presente semestre habrá fenecido, será tan sólo un mero cadáver al que enterraremos con esos honores que le son propios: el trabajo y el examen final.
Alumnos y profesores compartimos el mismo rostro sombrío producto de los preparativos de este funeral que desde el inicio del curso tiene fecha de celebración. Esas sombras que abundan en nuestras caras no son consecuencia de la tristeza que causa tan fatal desenlace; lejos están de serlo. No, son el resultado de meses de trabajo, en algunos casos, o de semanas de apremio, en otros; de cerca de 130 días de convivencia y estudios forzados, de desgaste sistemático y de nerviosismo continuo.
Alumnos y profesores formamos un triste ejército de sobrevivientes de una aparente batalla campal que se peleó por cuatro meses. Transcurre el tiempo y, con él se van nuestro ánimo y voluntad. Cada día que pasa se desdibujan las sonrisas que tan generosamente compartíamos con los demás y obliga al sentido del humor a que ceda, poco a poco, su lugar a la indiferencia y al enojo.
Y es que los cierres de ciclo son unos auténticos mentirosos. Nos hacen creer que la meta está muy lejos, cuando la tenemos justo delante de nosotros; nos llenan de dudas a pesar de que ya hemos realizado gran parte del esfuerzo; se presentan como momentos que privan de nuestra querida libertad para cuando en realidad son coyunturas de liberación; nos obligan a ver los árboles en lugar del bosque... ¡Menudo fastidio!
Pese a lo anterior, el final del semestre es el momento idea para echar el resto; para entregarse de lleno en el trabajo que aún queda por realizar; para no escatimar bríos, tiempo y recursos en concluir la aventura que iniciamos en agosto; para recordar que ninguna circunstancia o problema es tan importante como para que dejemos de sonreír y de compartir nuestro sentido del humor con los demás.
¡Buena suerte a todos, alumnos y profesores, en este cierre del semestre!
domingo, 30 de octubre de 2011
El cine de terror
Octubre llega a su fin y los muertos, tanto en su versión sajona como hispanoamericana, ya están por regresar. Es una idea bella lo mismo que aterradora. Bella porque nos permite creer que ni la muerte puede acabar con los vínculos que nos unen con nuestros seres queridos; aterradora, creo, porque esta clase de visitas no es del todo natural.
Como ya lo he dicho en otras ocasiones, a mí me va lo segundo. Gusto mucho de esta época porque es muy generosa en historias macabras, decoraciones terribles y, particularmente, películas de terror. Es fabuloso echarle un ojo a la tele y ver la cantidad de filmes nacionales y extranjeros que dan cuenta del malévolo retorno de los muertos o de caulquier otro tema que pueda, aunque sea de vez en cuando, arrancarnos uno que otro grito.
Confieso que me gusta el cine de terror malito por el simple hecho de que no me asusta. Siempre es más cómodo reirse del humor invlountario que abunda en la mayoría de estos filmes que verse obligado a gritar o, bien, ir al baño con rapidez.
Hubo un tiempo en la presparatoria que los amigos nos juntábamos en casa de mí amigo Carlos para hacer nuestros maratones de terror. Durante seis horas o más, nos encérrabamos en su cuarto para ver "Mi sangriento Valentín", "Halloween 1", "Halloween 2", "Galería nocturna"... hasta que no podíamos mantener abiertos nuestros ojos. Con el tiempo, suspendimos las sesiones pues ya nos sabíamos de memoria hasta los diálogos más insulsos.
Lo anterior tampoco implicó el fin de nuestra afición, pues cambiamos de medio. Ahora nos reuníamos en casa del Lajartijo para preparnos unas suculentas y carnívoras cenas, encendar la chimenea de su sala y leer algunos relatos de miedo escitos por el maestro de maestros, H. P. Lovecraft a la luz de los leños que ardían. Nadie salía espantado de esa casa..., pero daba lo mismo, teníamos el estógamo lleno.
Son pocos los filmes de terror que realmente me han sacado mucho más que un susto. De los primeros que recuerdo está "El misterio de Salems Lot", una historia escrita por Stepehen King que me hizo agradecer no tener un hermano, más aún vampiro. Luego siguió "El misterio de Amityville", una película de posesión satánica que me hizo tener pesadillas por más de dos semanas y reconocer que era un mamón cuando afirmaba que nada me daba miedo. Continuó "Pesadilla en la Calle del Infierno", con la que grité más de un par de veces en una sala llena de personas que eran insensibles o, de plano, mudas. La última que vi en el cine fue una nueva versión de "El exorcista", pero no tuvo tanto chiste pues un jesuíta me había contado antes la historia en la que se inspiró la cinta.
En lo que se refiere a los DVD, la película que me aterró, y bastante, fue la de "El ente". Creo que nadie que se reconozca como mentalmente normal, si es que ese concepto existe, puede permanecer impávido al ver cómo un ser inmaterial viola una y otra vez a una pobre mujer que, para colmo de males, es madre soltera y pluriempleada.... ¡Eso si es una putada!
Lo bueno del género es que, a pesar de todo, no supera a la realidad. Da más miedo llegar a fin de mes sin un centabvo en el bolsillo, atender los reclamos de un montón de alumnos furibundos, estar detrás de los profesores para que hagan su trabajo (nórtese que omití el término "bien"), aguantar los berrinches de una niña de seis años, estar por más de una hora en una fiesta infantil, ver dos veces seguidas cualquier película de Barbie, ir a una oficina de gobierno para realizar cualquier trámite. Estas son pesadillas de las buenas, de esas que si se cumplen...
domingo, 16 de octubre de 2011
La diferencia entre ser un triste maestrillo universitario y ser todo un estadista
Era el día de la raza y mientras que un puñado de personas obstaculizaba el paseo de la Reforma para repudiar -en muy buen castellano- el descubrimiento de América ante la estatua de Colón, Jorge Kahwagi asistió a la cámara de diputados para contribuir con su voto para que la reelección legislativa no pasara.
Al observarlo, juré que había retomado su carrera de pugilista. Se presentó desfajado, tenía el rostro y los ojos hinchadísimos y arrastraba las palabras al hablar; vamos, parecía que acababa de pelear 12 rounds y fue noqueado en el último. Un minuto de video me hizo comprender, y voy a ser muy benévolo, que en realidad estaba estaba más borracho que una cuba.
Verlo así me dio pena, mejor dicho, vergüenza. Mientras que a mí me pasó sin pena ni gloria tan importante día, nuestro representante decidió celebrarlo para recordar el carácter mestizo de México y para mejorar las relaciones del país con la madre patria. Luego que recordé que cómo este año se celebra el centenerio del natalicio de Cantiflas, tal vez le estaba rindiendo un sentido y personalísimo homenaje, en tanto que yo ni siquiera había prestado atención a la fecha. No dudo ni por un instante que esta es la diferencia entre ser un triste maestrillo universitario y ser todo un estadista.
-¡Qué jodido es ser diputado! -no pude contener la exclamación ante tal elocuencia y rostro. Representar a los mexicanos es una labor tan demandante y extremadamente dura que termina por acabar con el físico y el intelecto de quien posee tal distinción. Visto así, creo que no hay ningún sueldo, por muy alto que sea, que pueda compensar este tal. No dudo ni por un instante que esta es la diferencia entre ser un triste maestrillo universitario y ser todo un estadista.
Jorge Kahwagi es un ejemplo de compromiso. En su lugar, otro hubiera seguido en la fiesta, bebiendo y departiendo con sus amiguetes y ligando a diestra y siniestra como todo un bohemiazo; él, en cambio, ni siquiera se reportó enfermo. Por el contrario, suspendió la juerga y se presentó en la sede del poder legislativo para cumplir con su deber. No dudo ni por un instante que esta es la diferencia entre ser un triste maestrillo universitario y ser todo un estadista.
Por último, darle mi mayor agradecimiento a Jorge Kahwagi porque gracias a su efímera intervención, Jorge Kahwagi me ha permitido comprender que los diputados no son el problema de México; más bien lo somos nosotros, sus habitantes, que somos incapaces de entender y valorar la abnegación y los sacrificios que esos 500 prohombres realizan durante tres largos años. No dudo ni por un instante que esta es la diferencia entre ser un triste maestrillo universitario y ser todo un estadista.
domingo, 9 de octubre de 2011
De música, amor y ardor
Que hay vínculos entre el amor y la música, nadie lo niega. Compositores y músicos han creado bellísimas canciones inspirados por el amor, uno de los más sublimes sentimientos que cualquier ser humano puede sentir. Los filósofos y los científicos tampoco se han quedado atrás pues desde la antiguedad, y hasta nuestros, días han dedicado estudios sesudos para definirlo y para desentreñar los místerios de su química.
Arte y pasión van de la mano, es cierto, pero también lo es el hecho de que esta relación posee un lado obscuro: el del ardor. ¿Qué pasa cuando la música se convierte en manifestación del desamor? ¿Qué sentimiento es más fuerte, el amor o el despecho? Depende de lo dolido que esté uno.
Debo confesar que el género, subgénero, debo corregir, dela "música de ardido" es uno de mis favoritos. No hay nada como tener una herida de amor para escuchar en palabras de otro lo que se quisiera decir a la otrora amada, y ahora causante de nuestro ardor. Creo que es de las pocas ocasiones en las que lo que importa es la letra y no la música.
¡Cómo no nos va a levantar la moral saber que hay otros más jodidos pero que, a diferencia de nosotros, tienen el ingenio y los medios para ponerlo en evidencia con elegenacia, en algunos casos, o con un grafismo delirante en otros! Lo bello, además, es que se trata de un acto de gran generosidad que lo podemos encontrar en la música ranchera, el pop, el rock, el heavy metal, etc.
Es así como por unos instantes nuestro dolor se convierte en ardor y nos terminamos por convencer que todas las nujeres son igual de malas e interesadas como aquella que nos rompió el corazón, damos la razón al "genio" que creó el refrán de "a las mujeres ni todo el amor, ni todo el cariño" y asumimos -más por fe que por razón- que ellas son las perdedoras por abandonar a buenos partidos como nosotros.
A continuación comparto con ustedes mi "top 5" de canciones de ardido; labor que resulta hasta cierto punto difícil por la gran cantidad y variedad de piezas que conforman este subgénero música,
1.- Kaos La planta
2.- Luis Miguel. Ahora te puedes marchar
3.- Rostros Ocultos. El final
4.- J. Gellis Band. Love Stings
5.- José Alfredo Jiménez (el "Freud mexicano"). No volveré (interpretado por Antonio Aguilar)
Como la presente no es una lista final, queda abierta para aquellos atentos lectores que quieran sugerir más temás para complementarla...
lunes, 3 de octubre de 2011
La historia del capitán
El capitán no podía quitar su mirada de aquel objeto. Era, y por mucho, la mejor nave que había tenido en la vida.
-Observa ese chasis -me dijo sin ocultar su emoción-. Está fabricado con acero de la mejor calidad. Basta tocarlo para darse cuenta de ello.
-No lo dudo -respondí-, pero hay un detalle que debería considerar...
-¡Y esos asientos de cuero! -me interrumpió-. Son muy cómodos, pero lo más importante es que son de lo más caro que se puede encontrar en el mercado. Si te dijera lo que vale el metro cuadrado, no darías crédito.
-Sin embargo...
-Agáchate y revisa los neumáticos... ¿Lo has notado?
-¿Notar qué?
-¿Qué va a ser? ¡El dibujo, tonto! Está hecho a mano. Aunque en lo que al frenado se refiere, no hay diferencia con los neumáticos tradicionales. Pero da lo mismo, porque soy de las pocas personas que puede presumir que los manda fabricar de manera artesanal. ¡Impresionante!, ¿verdad?
-Si..., de no ser por un detalle, capitán -dije con muy poco entusiasmo.
Pese a que su rostro se encendió y sus ojos se inyectaron de sangre, el capitán realizó un esfuerzo notable para controlarse.
-¿Y podría saber qué es lo que tanto te molesta?
-No niego que tiene razón en todo lo que ha dicho; sin embargo, ¿se ha fijado que la nave no tiene motor?
El hombrelanzó una risotada.
-¿Y qué con eso? Debes recordar, hijo, que lo importante en esta vida no es que sirvan las cosas, sino cómo se ven. Hoy en día cualquier capitán tiene una nave que funcioné, en cambio, muy pocos cuentan con una tan bella y lujosa como esta...
-No niego que tiene razón en todo lo que ha dicho; sin embargo, ¿se ha fijado que la nave no tiene motor?
El hombrelanzó una risotada.
-¿Y qué con eso? Debes recordar, hijo, que lo importante en esta vida no es que sirvan las cosas, sino cómo se ven. Hoy en día cualquier capitán tiene una nave que funcioné, en cambio, muy pocos cuentan con una tan bella y lujosa como esta...
© Iñigo Fernandez Fernández, 2011.
domingo, 25 de septiembre de 2011
Esa envidiable capacidad de escurrir el bulto
Provengo de una familia donde el trabajo es visto como una necesidad, cierto, pero también como una actividad que nos permite vivir con dignidad. En ese sentido, siempre he tenido suerte pues desde que inicié mi vida laboral, siempre he tenidos trabajo (y que siga siendo siempre así, por favor).
Son varios años chambeando ininterrumpidamete, tiempo en el que he podido trabajar en distintos lugares, conocer muchos colegas, alumnos y amigos y pasarmelo generalmente bien. En realidad han sido muy pocas las ocasiones en las que he tenido problemas o en las que me le he pasado mal en una oficina o salón de clases.
Lo que siempre ha sido una constante, eso sí, es toparme con esa estirpe de individuos que siempre se las apañan para escurrir el bulto, para hacer que otros hagan su trabajo y, por si ello fuera poco, para quedar bien con el jefe.
Reconozco que esta es una batalla perdida, es por ello que la escribo. Si uno es su compañero de trabajo y termina por conocerlos, no tienen empacho en ir directamente con el jefe, lanzarle más cuentos que los de Calleja y convencerles de que su carga laboral es desmedida e injusta. Claro está que para ello siempre se necesitará una autoridad lo suficientemente ingenua o crédula para caer en la trampa.
Entiendo que todos los seres humanos somos diferentes, que cada uno de nosostros tiene capacidades y habilidades distintas, y que nuestros umbrales de dolor y de resistencia son disímbolos. Sería absurdo negar una verdad tan grande. Pero, ¿qué pasa cuando algunas personas se aprovechan de esta condición para sacarle provecho en detrimento de los otros? Eso es precisamente lo que me jode.
Y me jode por dos razones. La primera es porque se trata de una injusticia en la que, a final de cuentas, todos terminamos pagando el pato dado que tenemos que trabajar más por el mismo sueldo. La segunda es porque pudiendo hacer lo mismo, no puedo, simplemente no me nace como consecuencia del ejemplo visto en casa.Es justo por esto que digo que se trata de una batalla perdida pues ni ellos ni yo cambiaremos.
A final de cuentas, el asunto es una cuestión de consciencia y de formación (que no educación) y es un claro ejemplo de que uno es lo que de chico " mamó en casa"...
sábado, 10 de septiembre de 2011
Míseros congresos...
Definitivamente no me van mucho las cuestiones gremiales. La parte de la investigación es bonita, aunque no tanto como la de escribir -que siempre será más sabrosa-, pero la de ir con los pares resulta muy desgastante.
En unas horas regreso a casa después de haber asistido al XVI Congreso de la Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos -que en nada tiene que ver con la imagen que puse-, celebrado en San Fernando, Cádiz. La ciudad es muy bonita, se come de lujo y la gente es muy agardable (que no tan simpática, como luego nos la quieren vender). Y, sin embargo, la única queja es el gremio, los colegas.
Resulta difícil llegar más sólo que la una a estas reuniones porque, en general, la gente va en grupos y éstos son bastante cerrados. Con ello no quiero decir que sean descorteses, porque jamás lo fueron conmigo, más bien que resulta casi imposible integrarse a estas pequeñas "cofradías". Comes con ellos, te hacen caso, pero luego las pláticas derivan en experiencias pasadas comunes y en chistes tan propios que, de plano, me quedo fuera de la jugada.
Lo interesante de esta historia es que después dedía y medio de estar haciendo mi lucha, finalmente desisití de continuarla. Y ahí se obró el milagro. Me tope con dos colegas de la UNAM, a quienes había conocido en un congreso celebrado en Veracruz hace unos meses, quienes fueron muy amables al invitarme a tomar una cerveza con ellos y a platicar. Pese a que nuestras líneas de investigación no tienen nada que ver, nos la pasamos de maravilla.
Al similar pasó la noche de la clausura. Estuve sentado al lado de un colega a cuya esposa conozco porque colaboramos juntos en un proyecto el año pasado. Charlamos desenfadadmente y resulto que tocamos temas similares y conoce a otros colegas que están metidos en un proyecto muy parecido al que estoy desarrollando, lo que representa un panorama alentador.
Más allá de estas perlas, e ignorando cómo sean los demás, el gremio de los historiadores encarna la cerrazón pura. Así que si alguno de ustedes se ve en la obligación de enfrentarse a éste, o va en banda o, de plano, deja de quererse meter a chaleco ahí para que el "maná le caiga del cielo"...
Resulta difícil llegar más sólo que la una a estas reuniones porque, en general, la gente va en grupos y éstos son bastante cerrados. Con ello no quiero decir que sean descorteses, porque jamás lo fueron conmigo, más bien que resulta casi imposible integrarse a estas pequeñas "cofradías". Comes con ellos, te hacen caso, pero luego las pláticas derivan en experiencias pasadas comunes y en chistes tan propios que, de plano, me quedo fuera de la jugada.
Lo interesante de esta historia es que después dedía y medio de estar haciendo mi lucha, finalmente desisití de continuarla. Y ahí se obró el milagro. Me tope con dos colegas de la UNAM, a quienes había conocido en un congreso celebrado en Veracruz hace unos meses, quienes fueron muy amables al invitarme a tomar una cerveza con ellos y a platicar. Pese a que nuestras líneas de investigación no tienen nada que ver, nos la pasamos de maravilla.
Al similar pasó la noche de la clausura. Estuve sentado al lado de un colega a cuya esposa conozco porque colaboramos juntos en un proyecto el año pasado. Charlamos desenfadadmente y resulto que tocamos temas similares y conoce a otros colegas que están metidos en un proyecto muy parecido al que estoy desarrollando, lo que representa un panorama alentador.
Más allá de estas perlas, e ignorando cómo sean los demás, el gremio de los historiadores encarna la cerrazón pura. Así que si alguno de ustedes se ve en la obligación de enfrentarse a éste, o va en banda o, de plano, deja de quererse meter a chaleco ahí para que el "maná le caiga del cielo"...
lunes, 15 de agosto de 2011
Hay errores...
Creo que cuando nos dicen que con los años solemos cometer menos errores, simplemente nos están mintiendo de la manera más vil pues tengo la convicción de que no se trata de una cuestión numérica o de frecuencia, sino de percepción.
Hay un tiempo en la vida -la juventud- en la que uno se pone sombrero al mundo y pasa olímpicamente de él. Se hacen las cosas por impulso y, en la mayoría de las ocasiones, no se tiene ni el tiempo ni el interés en pensar en las consecuencias que acarrearán. ¡Aburrido!
Con los años, ¿por desgracia?, a uno se convence de que cada acto en la vida tiene cola y que ésta es muy fácil de pisar. Entonces se acaba la diversión pues todo se ve en clave de resultados y, peor aún, de secuelas. Eso es precisamente madurar.
En ese sentido, me parece que hoy en día yerro de fondo y forma como lo hacía en el pasado, sólo que ahora tengo más consciencia de ello y, para ser sincero, no deja de ser un fastidio. La primera vez que me pasó, lo recuerdo muy bien, fue en el año 2006. ¡Cómo lamenté no haberle hecho caso a quienes cinco años atrás me habían recomendado hacer contactos para cuando llegara el final de sexenio! ¡Tonto de mí cuando pensé que no necesitaba de esas cosas!
Dado que hombre soy y nada de lo humano me es ajeno -como diría el poeta latino- la situación se ha repetido con los años. Lo curioso es que ahora me ha dado por martirizarme con algunas cuestiones que, por más que intento, no puedo quitármelas de encima. Así, han pasado meses que me vi obligado a rechazar un proyecto y todavía sigo dándole vueltas pues creo que pude hacer algo más para quedarme con él. Y como ésta, otras cosillas que dejan en claro que aún me queda tiempo libre para joderme.
Lo bueno de situaciones como ésta es que llega el momento en que me doy flojera, después de habérsela dado por un largo rato a los demás, me doy el aspirinazo intentando convencerme de que "todo pasa por algo" en esta vida y, por último, echo andar otros proyectos a sabiendas de que con ellos vendrán otras metduras de pata. Ni hablar...
domingo, 31 de julio de 2011
La televisión y el internet
Ser niño en México en la década de los años setenta y tenerle cierto gusto a la televisión era una situación poco afortunada. Y no por la calidad de las series que se transmitían en los canales 5 y 8 (éste último se conevrtiría en el 9) que, además de entrañables, eran mucho mejores que las actuales (aquí salió el abuelo que todos los que tenemos 40 años o más sacamos a cada rato).
No, el problema era que no había una mísera serie cuyo final se transmitiera por la televisión. No sé qué le pasaba a Televisa (no podía ser de otra forma cuando aún sigo sin entenderla) cuando jamás comproba los capítulos finales. Hay quienes lo atribuyen a que éstos sería, supuestamente, más caros. Yo creo que se equivocan pues lo que en realidad sucedía era que no le importábamos los televidentes, más aún tratándose de los niños, quienes a sus ojos éramos una mezcla de retardados mentales en acto y rebeldes sin causa en potencia.
Recuerdo con especial cariño la serie El Tunel del Tiempo. La veía en un tiempo en el que no tenía ni idea que me iba a dedicar a la historia, pero tanto la entrada como la trama se me hacían de lo más emocionante y entretenido. Sin embargo, debo confesar que crecí con la frustración de no saber qué habían pasado con sus protagonistas -Tony Newman y Douglas Phillips- y, peor aún, de saber si finalmente pudiera regresar a su dimensión espacio-temporal o no.
No fue sino hasta la década del 2000 cuando descubrí que, en primera instancia, internet era una herramienta básica para dar respuesta a preguntas que, como las anteriores, me habían torturado en todos esos años. Así, descubrí, por ejemplo, que Tony y Douglas jamás pudieron regresar por cuestiones de raiting; que Homero Adams, el pater familias de los Adams, en realidad se llamaba González Adams, o que Eddie Munster iba a ser interpretado originalmente por Billy Mumy (William Robinson en Perdidos en el espacio) pero que sus padres se negaron a ello por las grandes cantidades de maquillajesque debía usar.
Sin embargo, pronto descubrí que intenet me brindaba más posibilidades, aunque un tanto peleadas con la legalidad. Si, satisfacer esas inquietudes que cargaba desde niño o enterarme de los chismes -del cotilleo- que rondaba alrededor de las series de mi infancia era una experiencia buena y liberadora, pero bastante limitante. ¿Para qué conformarme con ello cuando podía volver a ver las series? Es por ello que gracias a la red he rememorado un parte importante de mi infancia al ver una y otra vez aquellos programas que tanto me gustaban de niño del mismo modo como he tenido el privilegio de contemplar aquellos finales que por tanto tiempo eché de menos.
Reconozco, además, que como televidente, internet me ha liberado porque ya no estoy a expensas de las decisones de los sistemas de televisión de paga o de las cadenas que producen los programas. Si el capítulo o la temporada existe, ya estoy del otro lado. Sólo tengo que buscarlo, ponerme cómodo para verlo caundo yo quiera y sin cortes comerciales. Le doy la razón a mi esposa cuando dice que la experiencia no es igual que la que da la televisión; muy cierto, pero las sensaciones de libertad y de autonomía que me brinda son invaluables.
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domingo, 24 de julio de 2011
Las vacaciones
Escribo estas líneas víctima del catarro y de las quemaduras del sol mientras mis vacaciones agonizan. Fueron dos semanas que, aunque no estuvieron exentas de labores que realizar, implicaron al menos no poner un sólo pie en el trabajo y salir de la ciudad por cuatro días.
Debo reconocer que en estas lides de vacacionar he ido mejorando poco a poco desde que era niño, aunque reconozco que aún me queda mucho por mejorar. Me siguen jodiendo lo mismo los lugares muy concurridos que una almohada muy alta o un colchón demasiado blando. Insisto, he mejorado, pero reconozco que existen cosas que jamás modificaré.
Cuando era niño, viajar, particularmente a Acapulco, me representaba una dolorosa experiencia que apenas se veía compensada con la posibilidad de nadar en la alberca y en el mar. Mi primer problema era la comida. Pocas cosas me gustaban, así que mi dieta era muy escasa y poco variada. La leche no la probaba, al igual que el pescado, la carne y los frijoles; no así, el pollo, los refrescos y los helados que me proveían de los nutrientes necesarios.
Lo curioso es que esta dieta tan pobre era la causante de mi segundo problema: el estreñimiento. Podía pasarme días sin ir al baño y estar muy campante. Lástima que mi madre no pensara así. Ella se preocupaba mucho por mí situación, le llamaba a mí padre a la Ciudad de México y siempre terminaban recetándome el mismo remedio: un supositorio que hacía las veces de purgante. ¡Vaya injusticia! ¡Vaya sufrimiento! Existiendo otros remedios solubles o en tabletas, ¿por qué recurrir a un medio tan intrusivo?
En estos viajes también conocí el insomnio. Muchas noches caía noqueado en la cama para abrir el ojo en la madrugada y no cerralo sino horas después. Esos momentos los sufría mucho porque empezaba a extrañar mí cama -mí casa- y me sentía como un reo purgando cadena perpetua pues no podía ni encendar la luz ni la tele.
Con los años, y al hacer el recuento de los daños, reconozco que había cosas muy buenas. Mi madre me daba una libertad, que dudo ser capaz de dársela a mi hija, para ir y venir del hotel a la playa y de la playa al hotel; además, era muy paciente pues me consentía todos mis caprichos y nunca me jeringaba con el tema de la comida. De igual forma, mi padre solía alcanzarnos el viernes por la tarde para regresar todos juntos el domingo. Me emocionaba muchísimo verlo llegar al hotel porque eso significaba que íbamos a compartir un buen tiempo echándonos clavados y jugando en el agua, que me iba a llevar al cine (lo que nunca hacía en la Ciudad de México) y que me iba a dar un paseo nocturno en su coche antesde irnos a dormir.
En fin, el tiempo pasa, uno cambia, los sufrimientos y alegrías del pasado se convcierten en recuerdos, pero las vacaciones siempre estarán ahí...
Lo curioso es que esta dieta tan pobre era la causante de mi segundo problema: el estreñimiento. Podía pasarme días sin ir al baño y estar muy campante. Lástima que mi madre no pensara así. Ella se preocupaba mucho por mí situación, le llamaba a mí padre a la Ciudad de México y siempre terminaban recetándome el mismo remedio: un supositorio que hacía las veces de purgante. ¡Vaya injusticia! ¡Vaya sufrimiento! Existiendo otros remedios solubles o en tabletas, ¿por qué recurrir a un medio tan intrusivo?
En estos viajes también conocí el insomnio. Muchas noches caía noqueado en la cama para abrir el ojo en la madrugada y no cerralo sino horas después. Esos momentos los sufría mucho porque empezaba a extrañar mí cama -mí casa- y me sentía como un reo purgando cadena perpetua pues no podía ni encendar la luz ni la tele.
Con los años, y al hacer el recuento de los daños, reconozco que había cosas muy buenas. Mi madre me daba una libertad, que dudo ser capaz de dársela a mi hija, para ir y venir del hotel a la playa y de la playa al hotel; además, era muy paciente pues me consentía todos mis caprichos y nunca me jeringaba con el tema de la comida. De igual forma, mi padre solía alcanzarnos el viernes por la tarde para regresar todos juntos el domingo. Me emocionaba muchísimo verlo llegar al hotel porque eso significaba que íbamos a compartir un buen tiempo echándonos clavados y jugando en el agua, que me iba a llevar al cine (lo que nunca hacía en la Ciudad de México) y que me iba a dar un paseo nocturno en su coche antesde irnos a dormir.
En fin, el tiempo pasa, uno cambia, los sufrimientos y alegrías del pasado se convcierten en recuerdos, pero las vacaciones siempre estarán ahí...
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lunes, 27 de junio de 2011
Ese martirio que pueden ser los vecinos
Situado en la delegación Benito Juárez, supuestamente una de las mejores del Distrito Federal, el edificio en el que vivo tiene algunos habitantes cuyo ejemplo más bien parece ser muestra de lo contrario. No es una cuestión de dinero, pues ahí hay algunos que parecen tenerlo, y de sobra, más bien de consideración, cortesía y educación, virtudes que en poco o nada tienen que ver con los billetes, cheques y monedas. Para muestra, bastan algunos botones.
Tras haberlo hecho una vez, concluí que resultaba absurdo repintar mi coche. Gracias a los descuidos de algunos vecinos la pintura de las salpicadera ha sido botada por los ligeros, pero constantes, golpes de las portezuelas de los otros coches. Mejor ni hablar de las defensas, particularmente de la trasera, que a base de recibir pequeños golpecillos, está descascarillada. Como comprenderán, resulta imposible saber quién o quiénes son los responsables.
Está también la orgullosa madre de dos gemelos de menos de un año. Tiene la costumbre de ordenar a su chofer que pare el coche nada más llegar a la entrada del edificio. Entonces el mundo se detiene literalmente, pues ningún coche puede entrar o salir del edificio en tanto este hombre saca las sillitas del coche, las lleva al recibidor, las mete en el elevador y espera a que su patrona entre en él. Ya puedo tener una emergencia o cualquier clase de contingencia, que tengo que esperar a que este ritual concluya antes de poderme estacionar.
Una joyita es el vecino al que mi esposa y yo llamamos "el narquito". Si bien en en el trato resulta ser un tipo agradable, debe estar metido en unos negocios muy afines a su alias, cuando cambia de coche con cada final de mes y se cree el amo del edificio. Recién cambiado, tuvo la costumbre de retener siempre un elevador en su piso pues, total, como el edificio tenía dos, siempre quedaba otro para el resto de los vecinos. Ahora yo no lo hace, pero, a cambio, se ha adueñado del 23% del estacionamiento (según los cálculos del esposo de la orgullosa madre) para convertirlo en almacén y guardar en él todas sus porquerías.
Comparto piso con una mujer que conozco desde que era niño y que me parece que es centenaria (y, si no lo es, ojalá que llegue a la edad que aparenta). Recién cambiados al edificio se mostró un tanto cortés con nosotros, decir cordial sería un abuso, pero el embrujo terminó cuando me preguntó que si al igual que mi padre había estudiado medicina. Bastó que dijera que no para ganarme de nueva cuenta su desprecio. En la actualidad ya no habla, pero dedica unas miraditas que helarían las sangre del mismísimo Drácula.
No podría faltar la "funcionaria asesina", una mujer que trabaja en el sector público cuya preocupación es guardar a toda costa su coche en la parte techada del edificio. Está tan obsesionada con ello, que cada vez que no lo logra, le hecha una bronca fenomenal al portero. Es asesina pues se especializa en lanzarse despiadadamente a la yugular de sus enemigos en las juntas de condóminos. En ellas, los vecinos podemos estar discutiendo en términos medianamente civilizados cuando sin decir ni agua va, entra en catarsis. Entonces mira a la administradora, se le desorbitan los ojos, alza la voz y le recita una retahíla de insultos hasta que regresa a ella la calma. Suele ser entretenido, aunque después de un rato, se convierte en algo perturbador.
Por supuesto que también debería hablar de los otros compañeros de aventura, de aquellos vecinos que aunque son pocos, hacen que la vida en el edificio sea llevadera. Prometo hablar de ellos en una entrega futura.
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domingo, 19 de junio de 2011
Mis problemas y tus problemas
Acabé de leer Sunset Park, de Paul Auster, y recordé Camino Soria del grupo español Gabinete Caligari. La canción inicia así: "Todo el mundo sabe que es difícil encontrar en la vida un lugar". Y resulta que esta es una verdad "popera" tan innegable como incompleta.
Innegable porque suele ser complicado conocer cuál es el papel que debemos hacer en esta obra de teatro que es la vida e incompleta porque, en realidad, son varios los lugares que ocupamos en ella con los años.
Lo anterior me queda claro cuando se trata a gente más joven. Uno escucha con atención sus problemas en tanto que su rostro va perdiendo seriedad hasta coronarse con una sonrisa un tanto condescendiente. Hay quienes se enojan por considerar que no se toman en serio los "via crucis" de su existencia, en tanto que a otros les llama la atención el gesto y hasta preguntan qué es lo que lo produjo. Entonces se apela a la experiencia para decir que hace "siglos" uno también pasó por la misma bronca. Nada es para tanto, suele ser un buen remate para la conversación.
Sin embargo, creer que antes ocupábamos en la vida el lugar de víctimas y ahora el de sobrevivientes, es una tontería. Hay problemas que ya hemos superado y que nos sitúan en una posición privilegiada para dar consejos sobre ellos; pero hay otros que nos atormentan, que creemos que son insalvables al tiempo que arrancan carcajadas a quienes son más grandes que nosotros.
La clave es mantenerse en movimiento, ocupar distintos lugares en la vida. No se trata de evitar los problemas -objetivo imposible y estúpido- más bien de estar alerta y afrontar obstáculos diferentes. Puede sonar como una perogrullada, pero no lo es. Basta un descuido para volvernos a atormentar con tonteras de la infancia o de la adolescencia, para pasar por situaciones aparentemente superadas y sentirnos bastante ridículos...
martes, 17 de mayo de 2011
Un reencuentro inesperado
La última vez que lo vi fue hace 17 años. Corrijo. La última vez que hablé con él fue hace 17 años, y en todo ese tiempo lo habré visto al menos cinco veces, mismas en las que no le dirigí la palabra.
La historia, y nunca antes mejor dicho, inició al presentar mi proyecto de tesis al consejo de la carrera. A él le interesó mucho y me invitó a participar en un seminario que coordinaba con sus alumnos de maestría y doctorado. Estaban tan emocionado, que hasta dejé mis clases en la Alianza Francesa (¡ERROR!) por participar en el mentado seminario.
En un principio, el entusiasmo fue mútuo y la realción alumno-profesor fluyó bien; sin embargo, hubo un momento -no recuerdo cuando a ciencia cierta- en el que el encanto se acabó. Entonces dio paso la desilusión. Simplemente no cumplí con sus expectativas, dejé de ser de interés para él y se encargó de dejármelo ver. A partir de ese momento el seminario se convirtió en un infierno pues algunos compañeros, distintos a los del inicio, se dieron cuenta de la siotuación y asumieron si me "tiraban a matar" quedarían bien con el jefe. Debo decir que si bien él jamás fomentó estas prácticas, tampoco mostró interés en acabar con ellas.
Cuando me salí del seminario quedé más tranquilo. Además de descubrir cuán idiotas pueden ser los colegas con tal de estar bien con la autoridad, mi autoestima y tesis recibieron un descando, a veces interrumpido por los recuerdos de la experiencia y el enojo que ello me producía.
A final de cuentas, creo que la oportunidad me llegó muy pronto y muy chavo, al menos lo sificiente para no animarme a encarar algunos comentarios hechos de muy mala fe y a algunos dizque maestros y doctorandos que, me cae, que ni el olvido los merece.
Todo esto viene a colación porque ayer asistí a un evento académico muy pequeño en el que él también estaba. Con la llegada del receso, el reencuentro fue inevitable. ¿Saben qué fue lo mejor? Platicamos con verdadero gusto por diez minutos en una charla amena y muy entretanida, en la que el pasado quedó olvidado y que, a final de cuentas, fue catártica que me sentí liberado.
Para todos aquellos a los que les gustan las moralejas, aquí les va una: ¡ELIJAN BIEN A SUS DIRECTORES DE TESIS!
lunes, 2 de mayo de 2011
Como te ves me vi, como te ves me verás
Hace tiempo escribí sobre el miedo que despierta en nuestra sociedad el tema del envejecimiento y de todos los pseudos recursos para intentar evadir lo que es ineludible.
Antes podía presumir que el tema no me daba miedo, hoy no. Ya no soy el mismo. Ahora no puedo permanecer impasible y me preocupo por el futuro, que en este caso, como en de los otros, es sinónimo de envejecimiento.
Sigo muriéndome en la raya conque querer retardar la llegada de la vejez es una reveranda tontería que se basa, una vez más, en querer aparentar lo que no se és. Del mismo modo, estoy convenicido de que lo único que realmente podemos hacer es aceptar el proceso con dignidad en tanto estiramos la pata. Quienes me preocupan son los demás.
Cada vez me doy cuenta de que en esta sociedad el envejecimiento es causa de malestar. Más que un proceso natural, parecería ser que "peinar canas" es un defecto. Si uno que, aparentemente, se corrige con caras largas, regaños, indirectas, mentadas de madre, es decir, con desprecio.
El problema es que el tiempo ha pasado y yo ya no soy el de antes. La maquinaria ya me empieza a fallar. De un tiempo para acá, el oído me juega mala pasadas frecuentemente, los ojos se casan más fácilmente y la lumbalgia ha decidido hacerme suyo con mayor constancia.
Si bien estos achaques pecan aún de timidez, sé que con el tiempo se sumaran a otros y se tomarán la confianza suficiente para convertirse en mis "compis" de tiempo completo. Eso lo tengo claro, no así cómo me tratarán los demás. Muchas noches me quiebro la cabeza; le doy vueltas al asunto sin cesar y, cuando más negro me pinto el panorama, recuerdo que siempre tendré un último recurso: atormanter a los más jóvenes con la frase "como te ves me vi y cómo ves te verás" y convertirme el viejo más jodón del mundo.
lunes, 25 de abril de 2011
Uno de mis vicios confesables
De los legados del INBA que aún posee se encuentra este vicio confesable. El responsable de ello fue mi jefe, Jaime Vázquez, quien aprovechó una mañana nublada para hacerme caer en la tentación.
-Tómate tu tiempo -me aconsejo- Por mucho que te emociones, dosifícalo. Así lo disfrutarás más.
A continuación me dio A salto de mata, una serie de relatos escritos por el autor norteamericano Paul Auster. Aunque en un prinicipio me jefe me recomendó que leyera el texto que le daba el título al libro, no pude resistirme y terminé por leerlo de principio a fin. Fue así como caí en este delicioso vicio.
Mi incultura literaria, unida a un arraigadísimo sentido de la prudencia, me impiden afirmar que es el mejor escritor contemporáneo de Estados Unidos o del mundo. No lo sé ni tampoco me importa. De hecho, si lo leo con avidez es únicamente porque me gusta.
Y me gusta porque sus personajes hacen justo lo que a mi me gustaría hacer. Hay uno que se pasa casi un año manejando como enajenado por todo Estados Unidos; otro que vivió por meses en el desierto; otro que es un académico que coloca bombas; uno que es profesor que elabora una investigación de un actor de películas mudas; un joven que puede levitar a voluntad y un anciano que se inventa termendas historias para dormir...
Aunque sus personajes -mis "alter egos"- viven en mundos en los que a pesar de que las fronteras entre la realidad y la ficción están tan desdibujadas que se confunden, son muy reales y abordan temas que son de actualidad, pero no de un modo coyuntural, más bien de un modo substancial: la vida en pareja, la soledad, el abandono, la identidad, la lealtad, la mutabilidad, la infidelidad, el prestigio, el honor...
En ese sentido, Auster es un autor muy generoso por naturaleza. Para quienes no gustan mucho de la ficción tiene Leviatán y Un hombre en la obscuridad; para aquellos que prefieren las ficciones con pequeñas pinceladas de veracidad está La trilogía de Nueva York, El país de las últimas cosas o Jugada de presión. Ahora bien, si lo que se busca es vivir un buen rato confundido entre la ficción y la realidad, entonces son recomendables: La música del azar, Moon Palace, El libro de las ilusiones o Viajes por el scriptorium.
A final de cuentas, toda recomendación es un tanto innecesaria. Lo importante es no pensárselo mucho y perderse en el conjunto de su obra. En ese sentido no importa el libro que sea lea pues cada uno de ellos es una ventana que nos permite asomarnos en el universo austeriano.
jueves, 14 de abril de 2011
La vida es como el juego
Hace años tenía un amigo que ante cualquier situación, favorable o no, acostumbraba a decir que la "vida es como un juego". El desgraciado lo decía con tanta suficiencia e insistencia que ninguno de nosotros nos atrevíamos a llevarle la contra aunque en ocasiones no entendiéramos a qué se refería.
El caso es que tenía razón, al menos en cierto sentido. En la vida no hay una nada seguro. Podemos pensar que el éxito está cerca, pero jamás tendremos la certeza de que lo alcanzaremos, del mismo modo como en el póker tener una muy buena "mano" no es garantía de triunfar.
Además del factor de la incertidumbre, existe otro que no es menos despreciable: el de las rachas. Si bien no todo es suerte tanto en el juego como la existencia, la cierto es que esta juega un papel importante, de tal suerte que a una serie de triunfos y logros, se sucede otra de frentazos y fracasos. Insisto, uno puede intervenir para que la balanza se incline de un lado o del otro, pero el incontrolable azar siempre está dispuesto a hacer de las suyas.
En términos "poqueriles" puedo afirmar que en estos momentos atravieso una mala racha. Es un hecho que he jugado mal mis cartas; que he realizado malas apuestas y, peor aún, parece que he subestimado a mis rivales. Gano las apuestas chicas y pierdo las jugosas; tengo la certeza de que cuento con "manos" fuertes y descubro que hay quienes tienen mejores o, peor todavía, caigo redondito en el "blofeo" de los otros. Pero, a final de cuentas, no debo ser tan azotado pues NADA ES PARA TANTO.
La pregunta es ¿qué hacer cuando se cae en un bache así a mitad de una partida? Abandonar no es la opción, mucho menos si lo perdido es un monto considerable; por el contrario, es necesario mantener la calma con la certeza de que las rachas -buenas y malas- tienen un fin y en tanto llega éste, hay que seguir jugando lo mejor que se pueda hasta que la fortuna nos vuelva a sonreir.
En tanto llegan las vacas gordas, les comparto un video muy ad hoc con lo dicho aquí.
lunes, 28 de marzo de 2011
Medicina para el cansancio
Hay veces que cuando uno está a punto del agotamiento físico y mental, el cuerpo reacciona y segrega alguna substancia que, ante mi desconocimiento, me gusta llamar "valemadrax".
Son raros sus síntomas. Estás a mitad de una fiesta, cayéndote de cansancio y, de repente, ¡zas!, empiezas a animarte y a tener ganas de tomarte otro vodka, platicar más con los amigos y hasta deseas bailar el ritmo que te echen. Así, una reunión a la que pensabas darle mate a las 11 de la noche puede tener vida hasta las 5 de la mañana del día siguiente.
De igual manera, situaciones que en condiciones normales podrían desquiciar al temple mismo, ahora te resultan curiosas o, en el peor de los casos, "exóticas". Las ves con cierta curiosidad, piensas en las posibles consecuencias que podrían acarrearte y las dejas pasar con tranquilidad, como si nada.
El cansancio es así de cruel. Te atormenta chupándote toda la energía para darte luego tu ración de "valemadrax" y dejarte como una seda. Claro está que luego llega el momento de asumir las responsabilidades para evitar que las consecuencias, al menos las malas, se materialicen. Para ello no hay nada mejor que un puñado de amig@s que estén dispuest@s a rifársela por uno.
A tod@s ell@s le doy las gracias por el apoyo que me brindaron hoy.
miércoles, 16 de marzo de 2011
Banamex apesta
Fuente:http://www.flickr.com/photos/krynowekeine/2783611660/ |
Con más de cien años de vida, y propiedad ahora de norteameriocanos, Banamex no sólo es el banco decano de México, es, también, uno de los más malitos del país.
En principio, debería decir que en este país el término "banca" bien puede ser tomado como sinónimo de "mediocridad", " mezquindad", y "vileza", por no decir que es la usura legalizada y, peor aún, de una injusticia institucionalizada que les permite pagar al ahorrador interesea del 3 ó 5 por ciento en tanto que cobrar al acreedor un 50 ó 60 por ciento de interés.
Ante esta evidente estafa, y gracias a las quejas de miles de usuarios enfurecidos, el año pasado nuestro senado procuró poner fin a esta situación. Fue un intento tibio, como de costumbre, que se silenció antes la advertencia de los grandes banqueros de que poner límites justos a las tasas de interés que cobraban a los deudores, "generaría un grave daño a la nación". Bastó la amaneza del capital para que el poder legislativo se arrugara.
No sé de economía ni de finanzas, así que no puedo asegurar que lo anterior es cierto o no; pero me queda clara que tratar a sus clientes como seres humanos y ofrecerles un buen servicio "generaría un gran beneficio a la nación". Bien que lo saben los banqueros, pero les importa un pepino hacerlo en tanto siga jugando a su favor la ley del embudo.
Ahí está el ejemplo de Banamex. En diciembre del mes pasado, le robaron la cartera a mi esposa. En ella traía una tarjeta de débito de este banco. Aunque levantó el reporte nada más darse cuenta de la ausencia, fue muy tarde pues le habían vaciado la tarjeta de débito (gracias a esa mala costumbre que tenemos de no pedir una identificación oficial al pagar con una tarjeta). El trámite de reembolso que, en prinicipio debía concluir a inicios de enero, se ha prolongado hasta el día de hoy sin que mi esposa haya recibido una respuesta satisfactoria... ni tampoco su dinero.
En contrparte este mes me retrasé en el pago de mi tarjeta de crédito -que es Banamex, claro está-. Habían pasado dos días de la fecha límite y ya me estaban llamando a mi celular y a mi casa para recordarme, posteriormente exigirme, que saldara el adeudo. La situación me molesta porque no es un asunto de dinero, también de historia. En más de 10 años de usar el plástico, sólo en dos ocasiones -ambas por olvido- no liquidé a tiempo el total mensual de lo adeudado. No señor, cuando el dienro está por medio, la amabilidad deviene en amenaza, la lealtad de antaño en un intento de estafa y el cliente en delincuente...
Contamos con una banca de mierda porque tenemos una clase política que está a su misma altura. Del mismo modo como los políticos nos ven con cara de voto, los bancos hacen lo propio con el símbolo de $. Cada día estoy más convencido de que el colchón sigue siendo el mejor banco: no te juzga, tampoco te acosa y, en cambio, es cómodo y siempre "se amolda a nuestras necesidades".
domingo, 20 de febrero de 2011
Mi relación con el "Kilómetro 31" del cine mexicano
Soy un fanático del cine de terror, aunque bastante frustrado. Lo primero, herencia de mí madre, lo digo como quien reconoce un vivio confesable. Fueron muchas las noches y madrugadas que nos pasamos delante del televisor, a veces muertos del miedo y, en otras, riendo con un humor involuntario. Lo segundo, en cambio, se debe a que mi esposa aborrece el género y como sólo tenemos un televisor en la casa, pues suelo dar por perdida la "batalla terrorífica".
Que conste que no he renunciado a esta clase de películas, más bien a verlas con la frecuencia que quisiera. Así, cada vez que ella sale de la ciudad, aprovecho para ir a "Blockbuster" y pasarme cerca de dos horas de terror sabatino en compañía de una cerveza y una buena dotación de palomitas de maíz. El sábado pasado no fue le excepción.
En esta ocasión elegir la película fue en sí un problema. Creo que el espíritu de Emilio, "El Indio", Fernández se posesionó de mí cuerpo y me obligó a elegir una producción mexicana. Como que me dijo: "Escoge esa que dice Kilómetro 31, m'ijo. No seas un pinche malinchista y apoya a la industria nacional"; y yo, lamentablemente, le hice caso.
Reconozco que tiene efectos especiales muy buenos y que algunas de las actuaciones son buenas. Es más, al principio si tenía miedo gracias a un méndigo chamaco azulado al que casi nunca se le ve su cara tan macabrona; sin embargo, cuando apareció Claudette Maillé (vestida, lo que es algo raro) todo se fue al caño. Y no, no se debió a ella, sino a su mamá en la vida real, la galerista mexicana Mercedes Iturbe, a la que un compañero del INBA solía llamar con gracia "Mercedes La Turbia". Ver a Claudette y acordarme de la frase bastó para que lanzara una carcajada y dijera adiós al terror o como se le quiera llamar.
Malo cuando en un filme de terror mexicano se recurre a la historia, más aún si se trata de la época virreinal. Eso ya está vístisimo, al menos desde las décadas de los años cuarenta y cincuenta.. Peor aún cuando se hace referencia, aunque sea de filón, a la leyenda de la "Llorona". Pésimo cuando por no querer ser tan predecible como todo parece ser, se confunde al espectador sin ton ni son y se le obliga a zamparse un final abierto y muy apresuradito. ¡Diablos! ¡Simplemente no puede ser! Lo terrorífico es que pasa el tiempo y se sigue en las mismas; no se innova ni de milagro y, peor aú, se cree que los espectadores somo un hato de bovinos descerebrados... Aunque lo cierto es que hay un pequeño hato de bovinos descerebrados que si se maravillan con estas vaciladas.
En conclusión, la proxima vez que me encuentre en una situación, silenciaré al "Indio" Fernández y eligiré mis películas de terror asiáticas. Ignoro si para su región son origioenales, al menos de tan exóticas me entretienen más.
martes, 1 de febrero de 2011
Sobre mi muerte
En la mañana del 31 de diciembre pasado estaba tomando un café muy tranquilo hasta que me tomó por sorpresa, mejor dicho, me asaltó una idea:
-Esta es la última Nocheviaje que estaré vivo -me dije a mí mismo mientras revolvía mi bebida.
Después de este arrebato un pitonísico délfico posmoderno, seguí bebiendo el café aunque sin la pachorra de antes. Empecé a darle vueltas al asunto y, lejos de preocuparme sobre el destino de mi alma, me obsesioné sobre ese proceso que inicia con el último aliento y termina con la llegada al cielo o al infierno. En otras palabras, me interesó más el viaje que el destino final.
Escribir sobre este trance es, aparentemente, fácil pues no ha habido mortal alguno que haya regresado de la muerte o, por el contrario, que haya podido comprobar por cualquier medio lo contrario. Sin embargo, este es precisamente el problema pues dado que no hay una experiencia que pueda ser tomada como válida o verdadera, el terreno para la especulación es tan grande como la imaginación de quien se lanza a esta tarea tan ociosa.
He leído que cuando la gente muere, ve pasar delante de ella, y a una velocidad inaudita, toda su vida. No niego que ello sea posible, pero me gustaría pensar que a este paso antecede uno, y muy importante por cierto. Si uno a duras penas sabe qué rumbo tomar en esta vida, la labor resultará mucho más difícil tratándose de un alma recién descarnada que desea viajar al "otro barrio".
Pese a lo grave del problema, creo que posee una solución sencilla. Al morir el cuerpo, el alma llega a un lugar donde le está esperando un autobús que transporta a otras almas a su última morada. No hay que pensar que se trata de un transporte cualquiera. No, que va. Se trata de uno muy concurrido y con asientos para todos; posee un servicio de bar y de restorán para todos los paladares y en lugar de ventanas, cuenta con pantallas en las que uno ve pasar toda su vida nada más subirse.
Pasado lo anterior, viene la bienvenida masiva y llegan las presentaciones, momento en el que lo fundamental no es decir quien fue uno en vida sino la forma cómo murió:
-A mi me mató el marido de mi amante cuando nos descubrió en la cama -dice uno.
-Yo soy el marido engañado. Después de asesinarlo, me fulminó un infarto masivo -comenta al tiempo que juguetea y abraza a su otrora víctima.
-En cambio -dice otro- cerré los ojos mientras el doctor me decía: "cuente del número diez para atrás". Antes de llegar al siete ya estaba en el autobús.
-Eso no es nada. Estiré la pata mientras veía un reality show en la tele...
-... mientras dormía...
-... al estudiar...
-... en un asalto...
-... en un accidente de coche
-... de muerte súbita...
En fin. El punto es que todos se la pasan bien y nadie tiene miedo ni resentimientos. En el autobús sólo impera la camaradería, la complicidad, el buen humor y la diversidad. No se siente pena o pereza de conocer a los demás porque uno está en la misma situación, porque uno es igual a ellos. Vamos, ¿quién se la puede pasar mal así?
Yo no sé que siga a continuación, aún no lo pienso; pero tengo la certeza de que no tendré interés en fastidiar a mis deudos enciendiéndoles las luces, apareciéndomeles en sueños, jalándoles las sábanas y, mucho menos, dándoles a conocer el número del gordo de la lotería. Seguramente tendré otras cosas en que ocuparme y preocuparme.
sábado, 22 de enero de 2011
Cuando uno se despista en el peor de los momentos
Quien me conozca sabrá que soy un despistado perdido, cualidad -no podría decir virtud- que la mayor parte del tiempo ni me agobia ni tampoco me molesta. Sin embargo, reconozco que hay momentos en lo que esta forma de ser en poco me ha ayudado.
Una de las veces en las que me metí en problema por andar de atolondrado fue en el verano de hace dos años. Era junio del 2009 y había viajado a Madrid con el fin de obtener el Diploma de Estudios Avanzados (DEA). Dado para tal fin iba a presentar un examen, y que viajaba sólo, me hospedé en la Casa de Velázquez (que aparece en la foto). El lugar es precioso, se encuentra cerca de la Ciudad Universitaria y está lejos del centro y de todos sus distrractores. Por contra, dos de los problemas que le encuentro es que se encuentra literalmente a un costado de la carretera que lleva al norte de España y que los cuartos no tienen aire acondicionado.
El día antes de presentar el DEA, me vi con Carmen, una amiga, que conozco desde que era niño, y con Arturo, hoy su marido. Caminamos un rato por el centro de la ciudad, paramos una vez para tomar unas cervezas y otra para cenar en una terraza muy agradable. A las nueve y medias de la noche dije que me marchaba para darle los últimos detalles a la exposición que iba a hacer al día siguiente y a la presentación en "power point" en la que iba a apoyar mi defensa. Muy amablemente me recomendaron que lo más conveniente era tomar un autobús que pasaba muy cerca de donde nos encontrábamos y que hacía una parada en la carretera, justo en frente de la Casa de Velázquez.
Y así lo hice. Aunque el recorrido era rápido, lo estaba disfrutando mucho pues el autobús marchaba por lugares que yo no conocía. Es más, era tanto mi deleite, que ni me dí cuenta de cuando pasamos por la parada en la que debí bajarme. Cuando me percaté de la omisión, decidi no perder la calma.
-Ya pasaremos cerca de una estación del metro y ahí me bajaré -me dije con gran convicción.
¡Cómo no! Pasaban los minutos y no sólo no se veía ni una estación del metro, también parecía que nos dirigíamos hacia las afueras de Madrid. Cada vez veía menos negocios y bares y más edificios y departamentos, lo que era un mal augurio tratándose de una ciudad, y un país, en donde uno se topa cada dos por tres con bares, cafeterías, chiringuitos... Había perdido la calma y me encontraba a punto de llorar cuando apareció a lo lejos, y como si se tratara de un milagro, el símbolo del metro.
Baje corriendo como si detrás de aquel símbolo se encontrara la tierra prometida. Una vez dentro, me percaté de que el problema no estaba resuelto. Eran las diez y media, me encontraba en "Barrio del Pilar" y para llegar a "Ciudad Universitaria" debía hacer dos transbordos. Las cosas fueron fatales pues el tren tardó en llegar, los vagones estaban ocupados por pequeños grupos de jóvenes a los que veía como lo más selecto y granado de la Mara Salvatrucha, cada transbordo fue más lento que el anterior y la méndiga ciudad universitaria estaba tan sola y oscura que corrí si estuviera a punto de tener un ataque de diarrea.
Cuando entré a la habitación era poco más de la medianoche. Pero me importó un comino. Aquella noche/madrugada me sentí tan a gusto, que no me agobió revisar mis notas y presentación, y mucho menos, la idea de hacer una cosa tan baladí como un examen...
sábado, 8 de enero de 2011
"Todos" es en realidad "ninguno".
Reconozco que me gusta mucho platicar. No siempre ha sido así. Cuando trabajaba en el gobierno hubo momentos, a veces una semana entera, en la que sólo hablaba para saludar a las secretarías y pedirles que enviaran algún fax o me dieran un número telefónico.
Sin embargo, en la universiodad todo es diferente. Me complace hablar con alumnos y profesores, bueno, con aquellos que me tienen confianza pues tengo la certeza de que no soy monedita de oro para caerle bien a todos. La experiencia me produce una gran satisfacción. Con los estudiantes a veces siento envidía de no tener veinte años de nueva cuenta para hacer lo que ellos hacen y, en otras, agradezco no tenerlos dados los problemas, problemones debería decir, que se ven obligados a enfrentar.
Con los colegas, en cambio, la historia es diferente. Siento un gozo especial cuando charlamos de las clases y de los libros que estamos leyendo, cuando intercambiamos algunos consejos y, con quienes pasan la frontera de compañero a amigo, escuchar y comentar nuestros problemas.
Pues bien, la semana que termina no fue la excepción y, sin embargo, ha sido tan reveladora, que afirmo que es el segundo aprendizaje del año (para ver la primera, no seas vagos y lean el post anterior). Dos personas muy queridas, y distintas a la vez, pasan por una situación que, además de ser la misma, la comparto con ellos.
Los escucho, platicamos, me piden consejos y con gusto se los doy. En el proceso, me descubro diciendo cosas que en otros momentos jamás hubiera dicho, pero de las que hoy estoy convencido. Y es que no sé por qué pero cuando tenemos problemas, nos volvemos tan egocéntricos que estúpidamente consideramos que somos los únicos en padecerlos. Claro que el sentido común sale al quite para decirnos que eso es mentira, que tal o cual problema forma parte de la naturaleza (caída) del ser humano, que todos -o casi todos- hamos pasado por las mismas y que, en consecuencia, nuestro problema tendrá un final feliz.
Lo cierto es que el discurso no falla. El concepto "todos" es tan abstracto e impersonal que no funciona. ¿Qué cara tiene "todos"? ¿Cuál es su historia de vida? ¿Dónde vive? ¿Cuáles son sus vicios y virtudes? Resulta que "todos" es en realidad "ninguno" y, en consecuencia, no sirve de consuelo. En cambio, cuando uno se ve reflejado en el amigo, el colega o el vecino, la historia toma otro giro porque adquiere un rostro y una voz, porque se humaniza.
Deseo concluir citando a Publio Terencio Africano y una de mis frases favoritas: "Hombres soy, y nada de lo humano me es ajeno".
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