lunes, 27 de septiembre de 2010

Las redes virtuales y el "efecto Lázaro"

Primero me rehusé pero, a final de cuentas, terminé cayendo en "las garras" de las redes sociales, especialmente de Facebook.

Mi fascinación no sólo se debe a la posibilidad de adentrarme en la vida de los demás y estar al tanto de lo que piensan, sienten, creen y esperan; también es una herramienta fabulosa para reencontrarme con gente que ha sido parte de mi vida y, en ese sentido, revivir momentos del pasado.

No niego que ha sido grato, incluso emocionante, toparme con gente de la que hacía décadas que no tenía noticias para ponernos al tanto de nuestras vidas y ver cómo hemos cambiado, si bien hay algunos que siguen igual que cuando teníamos 18 años.

Pese a todas sus bondades, el medio no es perfecto pues es un espacio ideal para que se dé el "efecto Lázaro" que no es otro que aquel por el que gente del pasado que creíamos muerta resucita e intenta reaparecer en nuestras vidas. Sorpresas como esas me ponen de mala leche pues suele ser incómodo recibir un mensaje que te indica que te han mandado una invitación de amistad. ¡Diablos!

Creo que en algunos casos se trata de amnesia y tengo un caso que lo ejemplifica. El otro día entro a Facebook y me encuentro con la invitación que me dejó frío.  Se trata de una persona que fue mi alumno , colaborador en un proyecto y, finalmente colega en la docencia. Nos encontramos a fines del 2006 cuando yo trabajaba en el INBA y el sexenio estaba por acabar; él  por contra, tenía un buen cargo y laboraba en el sector cultural privado. Fue muy amable y me ofreció trabajo en caso de que las cosas me fueran mal en el futuro... y ahí empezó el viacrucis. 

En diciembre sostuvimos una entrevista y me pidió que le mandara algunos de mis escritos para que su jefa los viera, pero eso no fue suficiente pues, a continuación, recibí un correo en el que me solicitaba que analizara una imagen que me anexaba. Hice lo anterior y, de pronto, desapareció pues ya no respondía a mis correos y llamadas. Cuatro meses después, y tras haber resuelto mi situación laboral, recibí una carta en la que me comunicaba que no había sido aceptado. Hoy, tres años después, parece haber olvidado todo lo anterior y me envía una invitación para ser amigos facebookeros. Como solía decir un maestro: "en esta vida el fondo es forma".

Otras veces creo que el fenómeno no es producto de la amnesia sino de un agenda oculta, bueno, de una agenda burdamente oculta. Así, por ejemplo, recibí un mensaje de una persona con la que jamás tuve una buena relación y de la que hacía siglos que no sabía cosa alguna. Sus palabras eran tan emotivas que me estaban convenciendo... hasta que recordé que un pariente suyo era mi alumno y que no le estaba yendo muy bien en el curso. Todo hubiera podido quedar en una mera coincidencia, si éstas existen, de no ser porque en algún momento le mencioné al estudiante lque de niño había conocido a un tío suyo, quien precisamente era el papá de la persona que me mandó el mensaje. Demasiado bello para ser real.

Lo bueno es que al final del día, la ventaja de Facebook sobre la vida reales que sólo se requiere hacer un "click" para mandar a nuestros "Lázaros" de vuelta a su tumba.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Maldito dinero

Dice la sabiduría popular que el dinero trae dinero... y yo diría que a él le siguen un montón de gastos.

Hay veces que uno ya no sabes qué es peor: si recibir un pago a sabiendas de que el dinero que se recibe ya es propiedad de un banco, en este caso de mis  amigos de "Scotiabank", o, de plano, recibirlo  y echar a volar la imaginación pensando en cómo se lo va a gastar. De las dos opciones a mi me da más miedo la segunda  porque, a final de cuentas, es la primera pero en  versión cruel.

No sé por qué, pero cuando me cae un pago extraordinario algo, y no bueno, me acontece. Repentinamente mi computadora entra en agonía y veo cómo lentamente va perdiendo sus funciones vitales hasta quedar en un estado vegetativo que me pone de muy mala leche. Otras veces el coche se queja y exige un cambio de amortiguadores, de bandas o, de perdida, unas balatas nuevas; o la casa pide a gritos  cambios, cambios y más cambios. Y ni modo, debo decirle adiós al dinero con cara de compungido y con una serie de fuertes calambres en el codo.

La ocasión más ruda de todas sucedió hace nueve años justo el día que habia recibido un cheque de regalías. Había ido a la casa de una de las lectoras de mi tesis de maestría (que, a la postre, ni mi sinodal fue) para buscar sus correcciones. Estaba a punto de llegar a mi trabajo cuando ¡zas!... que atropello a un parroquiano.

Me quedé en el lugar hasta que una ambulancia se llevó a "la víctima" a la Cruz Roja. Por petición ed mi aseguradora y de José Ignacio, mi cuñado, me entregué en la oficina del Ministerio Público (M.P.) que se encuentra en el mismo hospital.

La experiencia resultó extraña porque tuvieron que trasladarme a otra agencia del M.P. para tomarme la declaración. El viaje fue cortesía de la Policia Judicial, que me mandó en una de sus patrullas con un par de judiciales que, además de atentos, resultaron ser unos conocedores consumados del género operístico.

Cuando llegué a la nueva agencia no me pudieron tomar la declaración porque como era la primera vez que en un atropellamiento el "agresor" se entregaba, ignoraban cuál era el procedimiento a seguir. Tuve que esperar hasta las 8:00 a.m. para que se diera el cambio de turno, mi esposa pagara la fianza con el cheque que había recibido menos de 24 horas atrás y llegara un abogado que mi primo político me había mandado y cuyo consejo fue: "Para la próxima mátalo. Le pagas el traje de pino al difunto y sales rápido de broncas".

Que los billetes ayudan mucho en la vida, es una verdad incuestionable. Sólo hay que tener cuidado y comprender que son como los hijos: en realidad no son nuestros y sólo están de paso.