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jueves, 17 de noviembre de 2011

¡Ah, jijos!... El final del semestre

En menos de dos semanas el presente semestre habrá fenecido, será tan sólo un mero cadáver al que enterraremos con esos honores que le son propios: el trabajo y el examen final.

Alumnos y profesores compartimos el mismo rostro sombrío producto de los preparativos de este funeral que desde el inicio del curso tiene fecha de celebración. Esas sombras que abundan en nuestras caras no son consecuencia de la tristeza que causa tan fatal desenlace; lejos están de serlo. No, son el resultado de meses de trabajo, en algunos casos, o de semanas de apremio, en otros; de cerca de 130 días de convivencia y estudios forzados, de desgaste sistemático y de nerviosismo continuo.

Alumnos y profesores formamos un triste ejército de sobrevivientes de una aparente batalla campal que se peleó por cuatro meses. Transcurre el tiempo y, con él se van nuestro ánimo y voluntad. Cada día que pasa se desdibujan las sonrisas que tan generosamente compartíamos con los demás y obliga al sentido del humor a que ceda, poco a poco, su lugar a la indiferencia y al enojo.

Y es que los cierres de ciclo son unos auténticos mentirosos. Nos hacen creer que la meta está muy lejos, cuando la tenemos justo delante de nosotros; nos llenan de dudas a pesar de que ya hemos realizado gran parte del esfuerzo; se presentan como momentos que privan de nuestra querida libertad para cuando en realidad son coyunturas de liberación; nos obligan a ver los árboles en lugar del bosque... ¡Menudo fastidio!

Pese a lo anterior, el final del semestre es el momento idea para echar el resto; para entregarse de lleno en el trabajo que aún queda por realizar; para no escatimar bríos, tiempo y recursos en concluir la aventura que iniciamos en agosto; para recordar que ninguna circunstancia o problema es tan importante como para que dejemos de sonreír  y de compartir nuestro sentido del humor con los demás.

¡Buena suerte a todos, alumnos y profesores, en este cierre del semestre!

sábado, 8 de enero de 2011

"Todos" es en realidad "ninguno".

Reconozco que me gusta mucho platicar. No siempre ha sido así. Cuando trabajaba en el gobierno hubo momentos, a veces una semana entera, en la que sólo hablaba para saludar a las secretarías y pedirles que enviaran algún fax o me dieran un número telefónico.

Sin embargo, en la universiodad todo es diferente. Me complace hablar con alumnos y profesores, bueno, con aquellos que me tienen confianza pues tengo la certeza de que no soy monedita de oro para caerle bien a todos. La experiencia me produce una gran satisfacción. Con los estudiantes a veces siento envidía de no tener veinte años de nueva cuenta para hacer lo que ellos hacen y, en otras, agradezco no tenerlos dados los problemas, problemones debería decir, que se ven obligados a enfrentar. 
Con los colegas, en cambio, la historia es diferente. Siento un gozo especial cuando charlamos de las clases y de los libros que estamos leyendo, cuando intercambiamos algunos consejos y, con quienes pasan la frontera de compañero a amigo, escuchar y comentar nuestros problemas.  

 Pues bien, la semana que termina no fue la excepción y, sin embargo, ha sido tan reveladora, que afirmo que es el segundo aprendizaje del año (para ver la primera, no seas vagos y lean el post anterior). Dos personas muy queridas, y distintas a la vez, pasan por una situación que, además de ser la misma, la comparto con ellos.

Los escucho, platicamos, me piden consejos y con gusto se los doy. En el proceso, me descubro diciendo cosas que en otros momentos jamás hubiera dicho, pero de las que hoy estoy convencido. Y es que no sé por qué pero cuando tenemos problemas, nos volvemos tan egocéntricos que estúpidamente consideramos que somos los únicos en padecerlos. Claro que el sentido común sale al quite para decirnos que eso es mentira, que tal o cual problema forma parte de la naturaleza (caída) del ser humano, que todos -o casi todos- hamos pasado por las mismas y que, en consecuencia, nuestro problema tendrá un final feliz. 
Lo cierto es que el discurso no falla. El concepto "todos" es tan abstracto e impersonal que no funciona. ¿Qué cara tiene "todos"? ¿Cuál es su historia de vida? ¿Dónde vive? ¿Cuáles son sus vicios y virtudes? Resulta que "todos" es en realidad "ninguno" y, en consecuencia, no sirve de consuelo. En cambio, cuando uno se ve reflejado en el amigo, el colega o el vecino, la historia toma otro giro porque adquiere un rostro y una voz, porque se humaniza.

Deseo concluir citando a Publio Terencio Africano y una de mis frases favoritas: "Hombres soy, y nada de lo humano me es ajeno".

martes, 10 de agosto de 2010

El inicio de cursos

Hace justo una semana iniciamos clases en la Universidad en la que trabajo y, la verdad, es que me está costando mucho trabajo.

Hace muchos años atrás solía pensar que el arranque de un nuevo semestre siempre era más difícil para los alumnos pues los maestros con experiencia, al fin maestros, ya estaban acostumbrados a ese trajín. Hoy, sin embargo, reconozco que estaba equivocado.

Y no me estoy refieriendo al tema de calificar trabajos y tareas, de por sí bastante aterrador al tiempo que enojoso, sino al simple hecho de iniciar un nuevo ciclo y lo que ello conlleva.

En prinicipio, hay ciertos cambios administrativos y técnicos que te dificultan las cosas precisamente por eso, por ser nuevos. Y es que justo cuando uno acaba de empezar a dominar un sdeterminado sistema, para subir calificaciones por ejemplo, éste sufre ciertos cambios que, en aras de hacerlo más amigable, te fastidian la vida pues implican, al menos en mi caso, una labor de reaprendizaje basada en la vieja técnica de "ensayo y error".

Luego siguen las bronquillas entre los colegas que surgen a raíz de la reasignación de la carga administrativa.  Quienes en el semestre reciben más, se quejan amargamente por considerarla como una pérdida de tiempo, en el mejor de los casos, o como un castigo por parte de la autoridad. Ello se entiende, no así el afán de algunas de estas personas por atacar a aquellos a los que se les ha quitado un poco de este "peso" para que se desarrollen en otras áreas.

Más allá de lo anterior, lo que más trabajo me cuesta es la renovación del "stock" estudiantil. Esta es la primera vez en los últimos 10 años en que me encuentro en la situación de no trabajar con gente conocida. Tengo cerca de 130 alumnos con los que tengo que trabajar y que me resultan completamente extraños.

Lo anterior puede parecer una tontería, pero no lo es. Cada generación que ingresa a la carrera es diferente, con todo lo bueno y lo malo que implica. Trabajar con gente nueva es un reto en cuanto a que tienes que conocerlos como personas y grupos; conocer cómo trabajan de mejor manera y qué actividades se las facilitan más; debes saber qué grupos trabajan más, cuáles son más disciplinados o aprehensivos e identificar a aquellos con los que hay que andarse con pies de plomo.

Cuando tienes al mismo tiempo grupos nuevos y conocidos la situación es un tanto diferente pues mientras que con los primeros llevas a cabo los procesos mencionados, con los segundos te puedes relajar  -al menos en la mayoría de lo casos- desde el primer día de clases y llevar con ellos una relación un tanto desenfadada.

Por otro lado, y recuperada ya la calma, debo confesar que este inicio de semestre es un reto interesante pues me resulta grato estar cerca de gente joven que se muestra llena de ilusiones, deseosa de aprender cosas nuevas y de demostrar todo lo que sabe. Si bien esta no es una receta para la eterna juventud, y yo no pretendo ser un Dorian Gray posmoderno, creo que al menos es una ocasión única para no perder "vigencia" al estar al tanto de los credos, frustraciones, ilusiones y reclamos de las nueva generaciones. 

Visto de este modo, me considero afortunado pues creo que somos pocos los que tenemos tan preciada oportunidad en la vida.