jueves, 23 de julio de 2009

Una canción, dos versiones: ¿Ahora te puedes marchar o I only wanna be with you?

Era un viernes de noviembre de 1987 por la noche. Carlos manejaba, Felipe era su copiloto, Gálvez y yo discutíamos en el asiento dtrasero sobre algo que ya ni recuerdo, cuando lo impensable sucedió. De manera repentina salieron del radio los acordes del último sencillo de Luis Miguel (si, el mismo que ahora canta boleros y se avergüenza de su pasado "popero"): "Ahora te puedes marchar" y, cuando menos lo pensamos, los cuatro estábamos entonando una canción de la que solíamos burlarnos por pertenecer a ese género tan dadivoso que es "la música para ardidos". Y es que en esa época cada uno de nosotros tenía razones, y de sobra, para dedicársela a alguien.

No obstante ello, dos años después me llevaría una sopresa muy grata cuando escuché la versión en inglés. Su título era "I only wanna be with you", la interpretaba la inglesa Samantha Fox y los arreglos eran más pegajosos que los de Luismi. Lo importante aquí es señalar que con ella hice dos grandes descubrimientos.

El primero es que la canción tenía una historia que se remontaba a 1963 cuando Mike Hawker e Ivor Raymonde la compusieron para la cantante británica Dusty Springfield, pero el éxito fue tal, que no tardaron en salir nuevas versiones de la misma. Así, y sólo para citar algunos ejemplos, en esa misma década, el grupo Les Surfs, sacó una versión en español que ejercería una gran influencia en la de Luis Miguel; mientras q, seue en 1976 lo hizo el grupo escocés Bay City Rollers y en 1979 la banda The Tourists (con los geniales Annie Lenox y Dave Stewart).

El segundo hallazgo que hice fue más revelador pues más allá de compartir acordes, las interpretaciones en inglés y en español nada tienen que ver. La primera habla de amor y entrega, la segunda de rencor y deasamor; en el cóver de Fox se acosa a la pareja, se le amenaza con convertirse en su sombra; en el de Luismi impera el desdén y se le dice a la expareja que se está mejor sin él. En otras palabras, la sajona está pensada para amar, mientras que la mexicana fue concebida para "apagar el ardor". Pocas veces una canción ha tenido dos versiones tan contrarias.

Y es justo por esta misma razón que resulta absurdo, además de innecesario, comparar las versiones para decidir que cuál es la mejor. Claro está que si alguien me preguntara al respecto no dudaría en elegir a Samantha Fox, cante lo que cante.

lunes, 13 de julio de 2009

Memorias : Cuando tenía 6 años (II)

De mi estancia en Gijón hay varios recuerdos, más de los que creía tener cuando empecé a escribir la primera parte de esta memoria, que me vienen a la mente. Pero en esta ocasión , y por razones que se sabrán más adelante, quiero hablar de dos personas que marcaron gratamente mi visita a esta bella ciudad española.

El primero fue Luis Canal, "tío Luis" para los sobrinos. Era soltero y cuidaba de la tía Asún (hermana de mi bisabuela) en una casa en lo que entonces eran las afueras de Gijón y en donde hoy se levanta un monstruoso -en tamaño y estética- centro comercial. Dado que mi abuelo materno había muerto antes de que yo naciera y el paterno cuando tenía cuatro años, el tío Luis hizo las veces de mi "güelu". Recuerdo que lo visitaba continuamente y me la pasaba de maravilla con él. En el pequeño jardín de su casa, y con su siempre cálida compañía, conocí "les madreñes" (zapatos de madera que se usan para dar de comer a los cerdos en el lodo) y los renacuajos (que recogíamos del pozo de la casa), jugué a las carreras de caracoles y al tiro con un arco que fabricó con una rama verde. Nunca más volví a sentir lo que sentía cuando estaba a su lado.

Después de ese viaje nunca más le volví a ver pues poco años más tarde murió de cáncer. Mientras agonizaba, mi madre marchó a España para verlo. Sin que yo estuviera al tanto de la gravedad de su estado, le rogué que me llevara con ella para ir a ver al tío Luis pero, como es de suponer, ella se negó a tal petición porque él quiso que me quedara con el recuerdo de cuando estaba sano. La suya fue la primera muerte que me realmente me dolió.

Sin embargo, con los años me enteré un poco más de su vida y, lejos de sentirme defraudado, lo quise más. Era republicano, lo que nos llebaban con paciencia sus hermanas Mari (mi abuela) y Eladia; mujeriego, bebedor, poco afecto al trabajo pero, eso si, muy dado a devorar libros, a hablar sin pelos en la lengua y a amar a sus seres queridos, que no eran necesariamente a su familia.

La otra persona que me marcó entonces fue el tío Celso Canal o Celsín, para distinguirlo de su padre. Recuerdo con detalle el día que lo conocí. Era poco antes de la comida y mi mamá y yo regresábamos a casa de la tía Eladia Caminábamos hacia la cocina cuando alguien saltó, quedó delante de nosotros y nos dijo con voz gutural: ¡quietos ahí! Era un tipo alto, vestido de militar y con esos lentes que hoy están de nueva cuenta de moda. Mi madre gritó pero yo ni siquiera pude hacerlo por el susto. A continuación empezó a partirse de la risa mientras mi madre le echaba una bronca fenomenal y yo temblabla.

Era primo de mi madre. Entonces estaba haciendo la mili, o servicio militar, y había aprovechado el día libre para ir a Gijón, verla a ella y conocerme a mi. Me acuerdo que ese día se quedó a comer con nosotros y que, a menera de postre, y sin la anuencia de mi madre, me dio un paseo por toda la ciudad en su moto. ¡Vaya experiencia para un niño de seis años!

Un dato interesante, y que habla mucho de él, es la historia detrás de esa moto. Para comprarla, trabajó un verano completo en Suiza como bracero, algo loable de no haber sido porque se marchó sin siquiera avisar a sus padres. Lo más admirable es que regresó a casa tan campechano, como si nada hubiera sucedido. Me pongo de pie, si señor, pues eso es tener huevos.

La última vez que lo vi fue en 1989, cuando fui a pasar unos días al hotel que administraba en la playa de La Franca; si bien por mi madre estaba al tanto de su vida, de una vida que pese a haberse hecho un poco más formal (gracias a un matrimonio y tres hijos), no estaba libre de esa impronta suya generosa en locuras y genialidades. Hace cinco años su hermano Carlos me dijo que había comprado un terreno, edificado por sí mismo y sin ayuda un establo. y que estaba pensando dedicarse a eso. Genio y figura.

Lamentablemente hoy me enteré que Celsín murió el sábado 11 de julio en un accidente de moto. La esquela dice que fue en El Mazu. Ignoro dónde carajos quede el lugar ni tampoco quiero saberlo. Más allá de ser familia, reconozco que con él se ha ido también una parte de todos nosotros, de aquellos que lo conocimos y disfrutramos con sus bromas, disparates y ocurrencias.

Dentro de la desgracia que su muerte representa para todos, encuentro consuelo al pensar que ahora mi madre ya tiene con quien pasárselo en grande y que, estén donde estén Celsín y ella, ambos habitan un espacio que, sin lugar a dudas, se ha vuelto más ameno, divertido y excitante desde el sábado pasado.

jueves, 9 de julio de 2009

Mi visita a Las Ventas

Tiempo atrás supe que tendría que ir a Madrid el mes de junio para presentar el DEA; sin embargo, poco antes de mi partida, el viaje se tornaría más interesante.

Había escrito a mi profesor José Miguel Sánchez Vigil para ver si podíamos vernos un rato para comer o, al menos, tomar un café. A él lo conocí en febrero del año 2008 cuando me dio un breve curso sobre fotografía, al tiempo que una visita increíble a la Agencia EFE. Dos meses más tarde tuve la oportunidad de verle aquí y llevarlo de paseo por los alrededores de la Plaza México. Y es que desde el inicio supe que una de sus pasiones eran los toros y, en particular, la fotografía taurina, de la que me consta que es un verdadero artista.

Con un deje de generosidad nunca antes vivida en carne propia, José Miguel me volteó la tortilla al ofrecerse a pasar por mi al areopuerto, a llevarme a mi hospedaje y, más importante aún, regalarme una tarde en Las Ventas. ¿Cómo negarme a tales atenciones? ¡Imposible!

Me considero un privilegiado por haber ido a Las Ventas, cierto, pero también por contar con la guía de un "Virgilio de la tauromaquia" que lo mismo conoce la historia del coso que la de quienes la habitan corrida tras corrida. Un artista plástico, varios colegas fotógrafos, una mujer que canta y baila en plena faena, unos varilargueros interesados en picar... pero de otro modo, así como las hordas de turistas son a penas una muestra de este microcosmos en el que irrumpí el último domingo de junio.

Gracias a mi Virgilio logré adentrarme en las entrañas de la Plaza de Toros y pisar ese lugar sacro que es el patio de cuadrillas. La sensación fue extraña, hasta contradictoria, podría asegurar. Por un lado estaban los subalternos que, agrupados en sus respectivas cuadrillas, platicaban en corto y reían como si con ello quisieran calmar los nervios; por el otro, los matadores que interrumpían de vez en vez su concentración y su improvisado "toreo de salón" para dejarse fotografiar con propios y extraños. Mientras me tomaban la foto con Fernando Robleño, pensé que el hecho era un tanto extraño, hasta morboso, pues estaba a lado de alguien que en pocos instantes iba a dejar todo, hasta la vida misma, en el ruedo.

Los toros carecen de palabra de honor, y los de la corrida del 28 de junio pasado, de tan malos que fueron, no la tuvieron. Sin embargo, ello no importa cuando se tiene la posibilidad de verlos en Las Ventas y, más aún, en esa primerísima fila donde uno sueña, aunque sea por un momento, en que empuña el estoque justo en ese momento donde la vida y la muerte, la gloria y el infortunio, se besan.

No tengo palabras suficientes para agradecer a Juan Miguel Sánchez Vigil por la generosidad mostrada tanto en el coso madrileño como en la facultad el día del DEA. Por todo ello, ¡muchas gracias, amigo!