domingo, 17 de enero de 2010

Sobre los estacionamientos públicos

Arquitecto al fin, mi suegro solía quejarse amargamente de que una de las cosas que peor se construían en el país eran los estacionamientos, verdaderos laberintos que, las más de las veces, parecen carecer de sentido alguno. A lo anterior quisiera añadir otro problema, al menos en el caso de los estacionamientos aún no automatizados: son una cueva de ladrones.

Dos veces en diciembre y una este mes han sido las ocasiones en las que he tenido problemas con el cobro en tres estacionamientos diferentes. Ignoro si se trate de la carencia absoluta de habilidades matemáticas por parte de los encargados o, simplemente, que sean un montón de ladrones, pero lo cierto es que llega a ser un fastidio.

Aunque esto sucede en los estacionamientos de lo centros comerciales, los peores son, sin lugar a dudas, los del centro histórico. Con las calles congestionadas de automóviles y vendedores ambulantes y sin la posibilidad de estacionarse en la vía pública, la única opción es dejar el coche en los estacionamientos públicos de la zona. Ubicados en construcciones ruinosas y atendidos por microbuseros frustrados, estos negocios son una auténtica "cueva de Alibabá". Si bien todos tienen la tarifa en un lugar visible (25 pesos por hora), el momento de la verdad llega al momento de pagar pues, como si por arte de magia se tratara, las horas tienen 40 minutos, dos horas de estancia se transforman en cuatro, y las fracciones de 15 minutos se cobran como si fueran de 60.

Es por ello que ahora nada me sorprende en la materia. Mientras camino para pagar hago dos cosas: calcular el monto y ponerme de mala leche y, precisamente lo segundo me ayuda con lo primero. La experiencia me ha enseñado que los buenos modos en poco ayuda a lidiar con esta banda si uno desea hacer respetar los derechos que posee como consumirdor.

Si bien la automatización de los estacionamientos no es la panacea (también he tenido algún que otro problema con ellos), gracias a ella no tengo que lidiar con hampones ni pelearme por el cobro descaradamente abusivos. Contrario a lo que pienso, me siento más en paz teniendo que negociar con una máquina que con una persona... ¡Qué tiempos tan extraños son estos!

Pasando a cosas más serias, la situación en Haití está de la fregada, mucho peor que la que vivimos en la ciudad de México en 1985. Sé que a veces nos resulta difícil llevar medicinas, ropa o alimentos a los centros de acopio, del mismo modo que somos muchos a los que no nos gusta dar donativos en efectivo porque desconfiamos del uso que se les vaya a dar. Sin embargo, una opción recomendable para quienes quieran donar dinero (que también hace mucha falta), es Médicos Sin Fronteras. Esta es la liga.

domingo, 3 de enero de 2010

Este año que inicia

Tal vez fuera la experiencia o tal vez mi estado de ánimo, pero decidí hacer algunos cambios de último minuto. Antaño solía robar un par de horas al 31 de diciembre para hacer un balance final del año; pero dado que me pasé gran parte del 2009 haciéndolo, quise dar un giro y entrarle a la onda de los rituales del fin de año.

Así, y aún con mis reservas, dediqué la última tarde del 2009 a limpiar mi clóset, pues, según lo que he escuchado y leído, es un camino que le permite a uno fluir y no estancarse. Al igual que lo anterior, y en aras de que la dio$a fortuna me volviera sonreir, me chuté toda la fiesta de año nuevo (o noche vieja) en la íntima compañía de una moneda de diez pesos entre el zapato y el calcetín derechos. En fin, con el paso de las semanas y los meses sabré si el esfuerzo valió la pena o si tan sólo perdí el tiempo.

No vaya a pensarse que dejé todo a manos del azar pues me di un tiempo para reflexionar en torno al 2010. Y que conste que lo hice con sumo cuidado, procurando evitar las demandas desmedidas así como las expectativas poco realistas y limitándome a pensar sobre aquello que en verdad necesito que, en esencia, es lo que también deseo. Estoy convencido que en materias como la presente, la claridad en las metas y medios resulta a la postre más efectiva y barata que un tratamiento psicológico contra la frustración y su hija, la ira.

Aunque evitaré entrar en detalles, no es el lugar ni el momento, al menos confesaré que entre mis propósitos se encuentra el de regresar a uno de mis pocos vicios confesables: la ciencia ficción. Tras casi cuatro años de semiinactividad, he decidido dedicar más tiempo a este género, o subgénero, según el afecto o desprecio que cada uno sienta por él. Sonorá como una obviedad, pero había olvidado el placer que siento al concebir y escribir pequeñas historias y cuentos de futuros más apocalípticos que idílicos (así soy, ni modo); gozo que además se duplica, no lo negaré, si los veo publicados en alguna e-magazine o revista.

Creo que este gusto, al fin pequeño e inofensivo, es una buena forma de iniciar el año y de vivir con más calma y gusto cada uno de sus 365 días.