miércoles, 28 de enero de 2009

Hace casi 40 años...


Con orgullo afirmo que soy sesentero. Poco menos de cinco meses, que en términos contables se transforman en una década de existencia, fueron la diferencia para que naciera en los contraculturales y decadentes años sesenta.

Claro está que no guardo recuerdos conscientes de esos primeros cinco meses de vida y tampoco deseo rememorarlos pues tengo la certeza de que debieron ser bastante traumáticos. En cambio, y a raíz una obsesión que me dio la semana pasada, deseo hacer un repaso de mis primeros años de vida con un listado -que no aspira a ser exhaustivo- de aquellas cosas que hoy existen pero que en julio de 1969 eran propios de la ciencia ficción para la mayoría de los mortales.

Dicho lo dicho, esta es la lista:
  1. Los videojuegos, ni siquiera el arcaico y pleistocénico mesapong.
  2. Los teléfonos celulares (a Dios gracias, dirán muchos).
  3. El walkman, disckman, Ipod o cualquier otro reproductor portátil de música.
  4. La música disco, funky, punk, glamrock, electrónica, acid
  5. La videocaseteras Beta o VHS. Quien quisiera ver una película en casa, tenía que esperar a que la pasaran en la televisión 10 años después de su estreno.
  6. El concepto de internet eran tan disparatado, que ni al propio Julio Verne se le hubiera ociurriodo.
  7. El Sistema de Posicionamiento Global (GPS), que le hubiera ahorrado a mi mamá tantos disgustos por la falta de orientación de mi padre.
  8. Las computadoras en casa, lo que hacía que la escritura de una tesis fueran mucho más fastidiosa.
  9. Liquid Paper por lo que los errores al escribir "podían salirte caros".
  10. Post-it para no olvidar recados y tareas al escribirlos en unos papeles que, de tan pequeños, siempre terminas perdiendo.
  11. La televisión por cable, un auténtico horror si asumimos que la abierta ya era bastante "malita" desde entonces.
  12. El control remoto en su versión inorgánica (la orgánica éramos los niños cuando nuestros papás nos ordenaban que cambiáramos de canal, un buen método, a la postre, para aprendernos los números).
  13. Las recetas médicas para comprar anfetaminas. Muchos estudiantes universitarios la compraban para preparar los exámenes -o seguir la juerga- por varios días y sin necesidad de recurrir a esa perdida de tiempo, para algunos, que es el dormir.
  14. El VIH, con lo cual, se podía tener una vida sexual lo suficientemente disipada a sabiendas de que si las cosas salían mal, la penicilina obraba milagros.
  15. Las tomografías computarizadas (TAC), de tal suerte que los cirujanos operaban usando radiografías muy parecidas a las pinturas rupestres de Altamira.
  16. Mcdonalds. Las únicas hamburguesas "gringas" eran las de Burguer Boy y tenían competencia con las mexicanas, representadas por el famoso "Tom Boy" (un verdadero genio al que se le ocurrió tan peculiar nombre).
  17. Los Frutsis, por lo que los niños nos teníamos que envenenar con los raspados que se vendían en las heladerías Danesa 33 (RIP) o con la naranjada Bonafina.
  18. Los extranjeros no podían jugar en la 2ª división del futbol mexicano (no había esas jaladas de la 1ªA).
  19. América y Guadalajara no compartían jugadores, lo que ayudaba a acrecentar la rivalidad entre ellos.
  20. El Necaxa no existía (como pronto volverá a suceder).
  21. Los presidentes de la República y los gobernadores de cualquier otro partido que o fuera el PRI.
  22. Una España sin Franco y su dictadura (aún le restaban poco más de 6 años para ello).
  23. Una moneda sin tres ceros, por lo que mil pesos de entonces valían eso, mil pesos.
Estás son algunas de las cosas y situaciones que no tuvimos a los niños de mi generación y, pese a ello, tuvimos una niñez feliz, al menos en mi caso. Lo que me pregunta es ¿hubiera sido mi vida igual de haberlas tenido?

miércoles, 21 de enero de 2009

¿Cabrón yo?


Soy de la idea de que así como todos tenemos nuestros quince minutos de fama, también contamos con otro cuarto de hora en la que a lo largo de nuestra vida, y de manera interrumpida, nos transformamos en auténticos cabrones. Recuerdo al menos dos momentos en los que realmente lo fui.

El primero ocurrió a inicios de la década de los años 90 en una cita con una mujer que conocí en una tienda fotográfica. Charlamos un rato, nos caímos bien  y quedamos para ir a cenar. Llegado el día, pasé por ella y, para impresionarla, fuimos al restaurante del Hotel Presidente. La velada iba bien, pero pronto tomó un giro inesperado cuando el maitre fue a tomarnos la orden y sin haber visto la carta, dijo: "Tráigame el plato mas caro". Entonces experimenté una sensación muy peculiar, mezcla del estupor y de la claridad mental momentánea, así que también me fui por el plato más caro del menú y para acompañarlo, el vino más costoso.  El vino llegó pronto y después de brindar por el "gusto" de habernos conocido, me levanté de la mesa parea hacer una llamada, si bien no paré de caminar hasta que me subí al coche y salí del estacionamiento. Sobra decir que fue la última vez que la vi.

El segundo se desarrolló unos cuantos años más tarde. Ese semestre impartía un curso cuya evaluación final consistía en la elaboración de una novela y de un examen acumulativo. Un par de alumnos aplicaron la ley del mínimo esfuerzo y me compartieron su deseo de irse al extraordinario pues en él sólo debían hacer el examen. "Es una cuestión de praxis, profesor", dijo uno de ellos, a lo que yo asentí sin compartir su parecer. No conformes con lo anterior, se dieron a la tarea de "alborotar al gallinero" invitando al resto del grupo a que siguieran su ejemplo. Pese a que nadie los secundó, si consiguieron enfurecerme lo suficiente para aplicar el principio de a cabrón, cabrón y medio el día del extraordinario. Fue la primera y última vez que he visto a un alumno llorar en un examen.

Después de habernos comportado de este modo, muchos nos sentimos extraños, a veces mal, porque consideramos que no somos así. "Fue como si en ese momento me hubiera transformado en otro", me explicó hace años un amigo cuando tocamos el tema. Y es que tendemos a ver la vida en blanco y negro, en absolutos que procuramos aplicar en nuestra existencias de tal suerte que nos sentimos Mr. Hide y aseguramos que los cabrones son los demás. Es por ello que cuando brota el Dr. House que todos llevamos en tatuado en nuestra natura, nos sentimos incómodos pues dejamos de ser víctimas para devenir en victimarios.

Con los años he comprendido que la manera de evitar este sentimiento es tomar conciencia de que nuestras existencias se desarrollan en la gama de grises que se hallan entre el blanco y el negro, de que en la vida, como decía el Buda, el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional y que tenemos que empezar por conocernos mejor reflexionando sobre lo que somos capaces de hacer y no sobre los que "creemos" que somos capaces. Resulta muy difícil querernos a nosotros mismos si ni siquiera sabemos quienes somos. Hecho lo anterior, dependerá de cada uno determinar si se queda en este "Yo acuso" interno o trabaja para borrar de él algunos puntos.



lunes, 12 de enero de 2009

Los que no tienen la culpa


Es de todos sabido que a partir del 27 de diciembre del año 2008, el ejército israelí ha llevado a cabo una incursión en la franja de Gaza, territorio palestino que es actualmente gobernado por el grupo radical Hamas. A partir de entonces, el mundo se ha desgañitado en ataques y justificaciones ya sea a favor o en contra de ambos bandos. 

En términos históricos el conflicto se explica con cierta cabalidad: dos nacionalismos que reclaman como propio el mismo territorio no pueden llevar a nada bueno, más aún cuando en aras de crear un Estado que, como el de Israel, tenía derecho legítimo se escindió un territorio -Palestina- que, aunque fuera bajo el dominio británico, existía como nación.

De igual forma se puede entender la molestia de los árabes, en lo general, y de los palestinos, en lo particular, por verse obligados a convivir con una nación que nada tiene en común con ellos; del mismo modo que se se puede comprender, gracias a cuatro guerras y los constantes ataques fundamentalistas que ha sufrido, su propensión a recurrir a las armas como un medio de supervivencia.

Cierto es que cuesta trabajo encontrar sentido a lo que hoy sucede, más aún cuando Europa Press comenta (http://www.europapress.es/internacional/noticia-mas-900-palestinos-muertos-ofensiva-israeli-contra-franja-gaza-20090112213658.html) que de los 905 palestinos que han muerto. Y, sin embargo, a mi  parecer ello no es, ni debe serlo, motivo para satanizar ni endiosar a uno y otro bando.

Las generalizaciones son, además de absurdas, un acto de ignorancia cómoda que nos lleva a deshumanizar al sujeto de la generalización. Cuando decimos "los israelitas son asesinos" o "los palestino son terroristas". lo hacemos sin pensar realmente en lo que estamos diciendo. ¿Realmente todos ellos quieren la guerra?, ¿en verdad disfrutan la violencia?, ¿es posible que gocen matándose los unos a los otros?

Considero que este es el punto en el que debemos reflexionar por un momento y considerar que una cosa es lo que los partidos políticos, gobiernos y ejércitos dicen que sus pueblos desean y otra, muy diferente, lo que "el hombre de a pie", es decir, el ciudadano común y corriente quiere. Yo no me imagino que alguien en su sano juicio no anhele para él, su familia y sus conciudadanos otra cosa que no sea disfrutar de una vida próspera y en paz con los demás, sin importar distinciones de ideología, gobierno, religión o raza. 

Claro está que la labor del ejército y las milicias es la ayudar -hasta con su propia vida si es necesario- a procurar las condiciones para que lo antes mencionado se concrete; pero, ¿qué ocurre cuando en su actuar mueren los civiles? De las 905 muertes que han tenido lugar, 380 -el 42%- corresponden a mujeres y niños, justo los menos culpables de lo que sucede.

Y eso es precisamente lo que más rabia me da, porque soy padre; porque me indigna que en cualquier parte del mundo "los que no tienen vela en el entierro, más aún si se trata de los pequeños, mueran por lo intereses de un puñado de manipuladores; porque nadie merece perder parcial o íntegramente a sus seres queridos por la irracionalidad actual, y porque nadie tiene derecho a robarle la infancia a un niño de este, o cualquier otro, modo.

Si en realidad nos sentimos humanos, ¿cómo somos capaces de hacer esto?, ¿cómo permitimos que suceda?, ¿acaso podemos creer que alguien merezca esto?