domingo, 20 de febrero de 2011

Mi relación con el "Kilómetro 31" del cine mexicano

Soy un fanático del cine de terror, aunque bastante frustrado. Lo primero, herencia de mí madre, lo digo como quien reconoce un vivio confesable. Fueron muchas las noches y madrugadas que nos pasamos delante del televisor, a veces muertos del miedo y, en otras, riendo con un humor involuntario. Lo segundo, en cambio,  se debe a que mi esposa aborrece el género y como sólo tenemos un televisor en la casa, pues suelo dar por perdida la "batalla terrorífica".

Que conste que no he renunciado a esta clase de películas, más bien a verlas con la frecuencia que quisiera. Así, cada vez que ella sale de la ciudad, aprovecho para ir a "Blockbuster" y pasarme cerca de dos horas de terror sabatino en compañía de una cerveza y una  buena dotación de palomitas de maíz. El sábado pasado no fue le excepción.

En esta ocasión elegir la película fue en sí un problema. Creo que el espíritu de Emilio, "El Indio", Fernández se posesionó de mí cuerpo y me obligó a elegir una producción mexicana. Como que me dijo: "Escoge esa que dice Kilómetro 31, m'ijo. No seas un pinche malinchista y apoya a la industria nacional"; y yo, lamentablemente, le hice caso.

Reconozco que tiene efectos especiales muy buenos y que algunas de las actuaciones son buenas. Es más, al principio si tenía miedo gracias a un méndigo chamaco azulado al que casi nunca se le ve su cara tan macabrona; sin embargo, cuando apareció Claudette Maillé (vestida, lo que es algo raro) todo se fue al caño. Y no, no se debió a ella, sino a su mamá en la vida real, la galerista mexicana Mercedes Iturbe, a la que un compañero del INBA solía llamar con gracia "Mercedes La Turbia". Ver a Claudette y acordarme de la frase bastó para que lanzara una carcajada y dijera adiós al terror o como se le quiera llamar.

Malo cuando en un filme de terror mexicano se recurre a la historia, más aún si se trata de la época virreinal. Eso ya está vístisimo, al menos desde las décadas de los años cuarenta y cincuenta.. Peor aún cuando se hace referencia, aunque sea de filón, a la leyenda de la "Llorona". Pésimo cuando por no querer ser tan predecible como todo parece ser, se confunde al espectador sin ton ni son  y se le obliga a zamparse un final abierto y muy apresuradito. ¡Diablos! ¡Simplemente no puede ser! Lo terrorífico es que pasa el tiempo y se sigue en las mismas; no se innova ni de milagro y, peor aú, se cree que los espectadores somo un hato de bovinos descerebrados... Aunque lo cierto es que hay un pequeño hato de bovinos descerebrados que si se maravillan con estas vaciladas.

En conclusión, la proxima vez que me encuentre en una situación, silenciaré al "Indio" Fernández y eligiré mis películas de terror asiáticas. Ignoro si para su región son origioenales, al menos de tan exóticas me entretienen más.

martes, 1 de febrero de 2011

Sobre mi muerte

En la mañana del 31 de diciembre pasado estaba tomando un café muy tranquilo hasta que me tomó por sorpresa, mejor dicho, me asaltó una idea:

-Esta es la última Nocheviaje que estaré vivo -me dije a mí mismo mientras revolvía mi bebida.

Después de este arrebato un pitonísico délfico posmoderno, seguí bebiendo el café aunque sin la pachorra de antes. Empecé a darle vueltas al asunto y, lejos de preocuparme sobre el destino de mi alma, me obsesioné sobre ese proceso que inicia con el último aliento y termina con la llegada al cielo o al infierno. En otras palabras, me interesó más el viaje que el destino final.

Escribir sobre este trance es, aparentemente, fácil pues no ha habido mortal alguno que haya regresado de la muerte o, por el contrario, que haya podido comprobar por cualquier medio lo contrario. Sin embargo, este es precisamente el problema pues dado que no hay una experiencia que pueda ser tomada como válida o verdadera, el terreno para la especulación es tan grande como la imaginación de quien se lanza a esta tarea tan ociosa.

He leído que cuando la gente muere, ve pasar delante de ella, y a una velocidad inaudita, toda su vida. No niego que ello sea posible, pero me gustaría pensar que a este paso antecede uno, y muy importante por cierto. Si uno a duras penas sabe qué rumbo tomar en esta vida, la labor resultará mucho más difícil tratándose de un alma recién descarnada que desea viajar al "otro barrio".

Pese a lo grave del problema, creo que posee una solución sencilla. Al morir el cuerpo, el alma llega a un lugar donde le está esperando un autobús que transporta a otras almas a su última morada. No hay que pensar que se trata de un transporte cualquiera. No, que va. Se trata de uno muy concurrido y con asientos para todos; posee un servicio de bar y de restorán para todos los paladares y en lugar de ventanas, cuenta con pantallas en las que uno ve pasar toda su vida nada más subirse.

Pasado lo anterior, viene la bienvenida masiva y llegan las presentaciones, momento en el que lo fundamental no es decir quien fue uno en vida sino la forma cómo murió:

-A mi me mató el marido de mi amante cuando nos descubrió en la cama -dice uno.
-Yo soy el marido engañado. Después de asesinarlo, me fulminó un infarto masivo -comenta al tiempo que  juguetea y abraza a su otrora víctima.
-En cambio -dice otro- cerré los ojos mientras el doctor me decía: "cuente del número diez para atrás". Antes de llegar al siete ya estaba en el autobús.
-Eso no es nada. Estiré la pata mientras veía un reality show en la tele...
-... mientras dormía...
-... al estudiar...
-... en un asalto...
-... en un accidente de coche
-... de muerte súbita...

En fin. El punto es que todos se la pasan bien y nadie tiene miedo ni resentimientos. En el autobús sólo impera la camaradería, la complicidad, el buen humor y la diversidad. No se siente pena o pereza de conocer a los demás porque uno está en la misma situación, porque uno es igual a ellos. Vamos, ¿quién se la puede pasar mal así? 

Yo no sé que siga a continuación, aún no lo pienso; pero tengo la certeza de que no tendré interés en fastidiar a mis deudos enciendiéndoles las luces, apareciéndomeles en sueños, jalándoles las sábanas y, mucho menos, dándoles a conocer el número del gordo de la lotería. Seguramente tendré otras cosas en que ocuparme y preocuparme.