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martes, 17 de mayo de 2011

Un reencuentro inesperado


La última vez que lo vi fue hace 17 años. Corrijo. La última vez que hablé con él fue hace 17 años, y en todo ese tiempo lo habré visto al menos cinco veces, mismas en las que no le dirigí la palabra.

La historia, y nunca antes mejor dicho, inició al presentar mi proyecto de tesis al consejo de la carrera. A él le interesó mucho y me invitó a participar en un seminario  que coordinaba con sus alumnos de maestría y doctorado. Estaban tan emocionado, que hasta dejé mis clases en la Alianza Francesa (¡ERROR!) por participar en el mentado seminario.

En un principio, el entusiasmo fue mútuo y la realción alumno-profesor fluyó bien; sin embargo, hubo un momento -no recuerdo cuando a ciencia cierta- en el que el encanto se acabó. Entonces dio paso la desilusión. Simplemente no cumplí con sus expectativas, dejé de ser de interés para él y se encargó de dejármelo ver. A partir de ese momento el seminario se convirtió en un infierno pues algunos compañeros, distintos a los del inicio, se dieron cuenta de la siotuación y asumieron si me "tiraban a matar" quedarían bien con el jefe. Debo decir que si bien él jamás fomentó estas prácticas, tampoco mostró interés en acabar con ellas. 
 
Cuando me salí del seminario quedé más tranquilo. Además de descubrir cuán idiotas pueden ser los colegas con tal de estar bien con la autoridad, mi autoestima y tesis recibieron un descando, a veces interrumpido por los recuerdos de la experiencia y el enojo que ello me producía.
 
A final de cuentas, creo que la oportunidad me llegó muy pronto y muy chavo, al menos lo sificiente para no animarme a encarar algunos comentarios hechos de muy mala fe y a algunos dizque maestros y doctorandos que, me cae, que ni el olvido los merece.

Todo esto viene a colación porque ayer asistí a un evento académico muy pequeño en el que él también estaba. Con la llegada del receso, el reencuentro fue inevitable. ¿Saben qué fue lo mejor? Platicamos con verdadero gusto por diez minutos en una charla amena y muy entretanida, en la que el pasado quedó olvidado y que, a final de cuentas, fue catártica que me sentí liberado.

Para todos aquellos a los que les gustan las moralejas, aquí les va una: ¡ELIJAN BIEN A SUS DIRECTORES DE TESIS!

jueves, 25 de marzo de 2010

¿Tesis? No, gracias

Su solo nombre puede provocar sudoración, palpitaciones súbitas, nauseas y hasta ataques de ansiedad. Es la tesis y, en su momento, muchos la aborrecimos.

Lo curioso es que la tesis en sí no es el problema, pues se trata de  de lectura, reflexión y escritura, un ejercicio que casi todo alumno podría realizar al final de su carrera.  No, la bronca muchas veces se encuentra en la gente que involucra el proyecto.

La pieza clave aquí es el director de tesis. Hay que buscarse a un tipo que sepa del tema que queremos trabajar y que nos trate como futuros colegas -y no como meros retardados-; alguien a quien respetemos y con quien nos síntamos cómodos al momento de trabajar. En otras palabras, la tarea equivale a buscar una aguja en un pajar.

En la tesis de licenciatura me dirigió Martha Elena Negrete, una historiadora admirable en todos los sentidos quien, pese a saber mucho, siempre se mostró sencilla y muy amable conmigo. Recuerdo que religiosamente iba cada jueves a su casa para revisar los avances de la tesis mientras tomábamos café. En cambio, para la de maestría me asignaron a Guillermo Zermeño aquien era un historiador incomprendido pues nadie era capaz de entender lo que decía en los seminarios de tesis. La relación fue un fracaso desde el inicio puesmientras que él asumió que yo era un incompetente, yo asumí que era un imbécil redomado. Afortunademente él se fue y Perla me sacó del apuro y logré titularme.

Otro punto a tocar es el de los revisores de la tesis. El asunto aquí es que uno no los escoge, a lo sumo los recomienda. Esto puede llegar a ser un auténtico viacrucis por distintos motivos, si bien el prinicipal es el del tiempo. Lo común es que se tarden los días y las horas con la revisión del escrito mientras uno tiene que aguantarse pues e trata de "gente muy ocupada que está haciéndonos el favor de leer, tolerar y corregir nuestras sandeces". Peor aún es cuando toman al tesista como rehén para atacar al director de éste por motivos personales o profesionales.

Así me la aplicó Valentina Torres en el seminario de tesis de licenciatura. Tras haber leído la primera versión del escrito esbozó una sonrisa condescendiente y me dijo "la información está bien pero el orden fatal. Debes reescribir la tesis". En un gran acto de generosidad, hasta se ofreció a corregir mi redacción ("es muy barroca", dijo) capítulo por capítulo. Curiosamente, un par de meses después me enteré que entre ella y mi directora de tesis había un pleito casado y que yo estaba pagando por ello. Bello, ¿verdad?

El caso es que por estas razones, y otras más que he omitido por cuestiones de espacio, muchas veces somos los profesores -con nuestros problemas, prejuicio, filias y fobias- quienes hacemos tortuoso un camino que por naturaleza no lo es. Por su puesto que la escritura de la tesis de licenciatura es una labor ardua y poco sencilla, pero no por ello debe sufrirse al extremo  de preferir una endodoncia sin anestesia o, peor aún, sentirse incapaz de hacerla y darse por vencido. A final de cuentas recordemos que en esta vida "nada es para tanto y tanto no lo es todo".