miércoles, 26 de diciembre de 2012

Un año más que se va

 Me resulta imposible separar me de la cursilería de hacer al final del año un recuento de lo mucho o poco que sus doce meses me dejaron. Advierto, en consecuencia, que lo que a continuación escribiré forma parte de una tradición que inicié hace cuatro años y que más que ser una presunción. debe ser entendido como un una catársis.

Ha sido un año difícil, si bien recuerdo que en su inicio no fue así. Su primera mitad fue muy generosa, Me permitió conocer gente, reencontrarme con amigos, visitar lugares nuevos; también le dio salud a mi familia y, raro en función de los últimos años, ninguno de esos sobresaltos que, como a cualquiera, me hacen recordar lo efimera  que es la vida.

La segunda parte fue harina de otro costal. Tuve mucho trabajo (a Dios gracias) que no pude ordenar ni dosificar por lo que me chupó la energía. Muestra de ello es este blog, cuyas entradas diosminuyeron en número a partir de entonces. lamentablemente no podía ser de otra manera cuando el cansancio era tal que tenía pocas ideas y nada de fuerza para escribirlas.

Luego vinieron esas cartas de rechazo (muchas sin explicar los motivos) que tan sólo fueron la antesala de las calabazas que me dio el CONACyT. Estoy consciente de que lo último fue consecuencia de un error por mi parte y ello hizo que la situación me resultara más llevadera. No obstante lo anterior, también fue un motivo para mandar a la chingada todo lo relacionado con la investigación al menos hasta el siguiente año, promesa que no respeté y rompí hace un pare de días (dicen que "más vale tarde que temprano").

Pero diciembre es el mes que se ha llevado la palma como el peor mes del año. Ya desde finales de noviembre y por razones que no me quedan claras (al estar escribiendo estas líneas mi insconsciente ha de estarse partiendo el culo de la risa), me las quise dar de Ebenezer Scrooge y dejé que algunos fantasmas del pasado me visitaran y me jodieran por un largo rato. 

Claro está que luego siguieron los fantasmas del presente cuyas formas son diversas. Están esos pocos que  intenté formar en el salón de clases y que, tal como apunté en mi entrada anterior, fueron deshonestos e incapaces de asumir las consecuencias de sus actos; se encuentran también los que son muy platicadores y cordiales pero que al momento de la verdad pasaron de mí o, de plano, desaparecieron. Por último hay una aparición muy especial: aquella que sin ser nada mío en realidad, está casada con mi padre y quiere dárselas de mi madre.

No escribo todo esto a manera de queja, más bien como reseña; una reseña que es una diarrea de ideas que, como tal, pretende limpiar mi mente y espíritu para que pueda recibir el año que viene sin propósitos pero con mejor talante.

Muchas felicidades y mis mejores deseos para el año 2013.


martes, 18 de diciembre de 2012

Esta entrada la dedico a....


Esta entrada te la dedico a ti, a quien no escucha advertencias desde el inicio y crees que eres más inteligente que cualquier otro, en especial de todos los que de alguna manera te rodeamos.

Te la dedico a ti, la persona que no tiene empacho de traicionar la confianza de los demás al apropiarse de aquello que no le pertenece y lo hace pasar por suyo.

Te la dedico a ti, el individuo que está convencido que el fin, siempre el propio, claro está, es el más importante y y que se encuentra por encima de cualquier norma o supuesto ético.

Te lo dedico a ti, ese individuo que cuando es descubiert@ siembra la duda y confunde a los demás antes de reconocer el fallo; el/la mism@ que fácilmente culpabiliza a otros --más aún si se encuentran ausentes--  de la deshonestidad propia con tal de huir del "barco que se hunde".

Te la dedico a ti, a quien su cobardía le lleva a poner en riesgo el esfuerzo que hacen sus padres (y los de sus compañer@s) para pagar sus estudios y que tiene el aplomo de recurrir y mentir al mismísimo diablo para que le ayude a salirse del problema.

Te la dedico a ti, alumn@ quien piensa que puedses hacer tontos a tus profesores pues asumes que sabes más que él/ella y que nada de lo que te enseña te será de utilidad ahora, y mucho menos en el futuro.

Si, te a dedico a ti para desearte suerte pues, siendo como eres, la necesitarás mucho.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Hace justo seis años

Hace justo seis años me volví un obseso del calendario. Día a día observaba sus hojas y las marcaba mientras esperaba que el momento final llegara. Al principio lo tomé con calma, pero conforme los meses pasaban ésta desapareció y la intranquilidad me fue ganando hasta que se apoderó de mí.

Era el 2006 y trabaja en el Instituto Nacional de Bellas Artes. Todos sabíamos que el 30 de noviembre terminaba nuestro ciclo y que a partir de entonces, nuestro tiempo ahí estaba contado. Nada que ninguno de nosotros no supiera y, sin embargo, no dejó de ser algo perturbador.

En realidad, tomé consciencia de la situación en una de las últimas juntas, cuando el jefe nos reunió para decirnos que, en virtud de los tiempos que estábamos viviendo, nos recomendaba que actualizáramos nuestros Curriculums Viate pues los íbamos a necesitar. Entonces supe que la cosa iba en serio y que era momento de ponerme alerta.

Sin embargo, lo anterior fue el inicio del vía crucis pues a continuación siguieron los famosos rumores. Todos los días había una supuesta novedad sobre quién se iba a quedar en la Secretaría de Educación Pública o en el Instituto de Bellas Artes. Semana tras semanas los nombres cambiaban y con ellos las perspectivas del futuro. En esos días las llamadas telefónicas aumentaron, al igual que los cuchicheos en los pasillos, y los arreglos al estilo que "no te preocupes, si me voy, te vas conmigo, pues somos equipo, ¿no?".

La verdad es que la sensación era horrible. A veces me lo tomaba a la ligera y bromeaba con la situación, en otras no pegaba el ojo toda la noche inventándome historias de despedido y prolongado desempleo. También había momentos en los que pasaba varias veces por estos estados en un mismo día. Si mi estancia en el gobierno fue inolvidable, por lo buena, los dos últimos meses me hicieron maldecir en momento en el que se me había ocurrido aceptar un trabajo en el gobierno.

En fin, lo importante aquí no es el final de la historia, si no recordar a mis compañeros del INBA que están pasando por la misma situación y que, conociéndolos como los conozco, sé que no tendrán problemas en salir adelante... una vez más.

jueves, 18 de octubre de 2012

¡Horror! La moda de los ochenta II

Visto el tema de la música y de los "looks" de los cantantes, no puedo dejar de hablar de la ropa. ¡Vaya dolor de cabeza implicaba estar a la moda, más aún por lo cambiante que era!


Algo que recuerdo con claridad fue el tema de los colores de la ropa. Hubo un tiempo en que éstos eran tan descaradamente chillantes que muchos les llamábamos chígamelasretinas. Si ya en la sombra resultaban molestos, verlos cuando caía el sol a plomo era un atentado contra la vista, una verdadera invitación a quedar ciego. Sin embargo, lo peor fue que una vez que me empecé a acostumbrar a este exotismo, la moda dio un giro de ciento ochenta grados al imponerse los colores pastel.

Recuerdo que era el tiempo en que estabanen voga los aerobics -vaya un abrazo para Chuck- y que éstos marcaron la moda femenina con los famosos "calentadores", una especie de calcetas abiertas por arriba y abajo que se ponían en las piernas para cubrir las espinillas. Las chicas se veían extrañas, hay que decirlo, si bien creo que era una cuestión relacionada más con estética, pues en poco tenía que ver con tener frío o calor.

Los chicos no nos quedábamos atrás. Muchos recordarán la costumbre de ponernos un chaleco acolchonado encima de la chamarra, sin importar que nos encontráramos a cientos de kilómetros del charco más cercano. A fuerza de ser sincero, debo confesar que aquello tenía lo mismo de "in" que de ridículo. ¡Y qué decir de esos jeans de tubo -herencia directa de los temibles años setenta- que tenían pequeñas rayas blancas verticales o de aquellos que uno compraba para romperles estratégicamente las rodillas!

Claro está que había opciones para quienes no gustaban del estilo pandrosón y apostaban por un estilo "nice casual". Muchos optaban por vestirse con la firma de moda -Guess-. Una camisa formal, de preferencia a rayas, acompañada por unos jeans formales (si eso puede existir) y un buen par de "topsiders"era el uniforme de much@s. Bastaba ir a un antro de moda para ver una pasarela de clones... si señor.

Visto lo visto, debo reconocer la sabiduría de quien dijo alguna vez que "de la moda, lo que te acomoda".

domingo, 16 de septiembre de 2012

¡Horror! La moda de los ochenta I

 Creo, como otros tantos también lo creen, que hay una gran verdad en ese refrán que dice de la moda, lo que te acomoda. Aunque para muchos la moda es lo in, para mi es un ivento hecho para sacarle más dinero a la gente y, de paso, homogeneizarla.

A cada época le corresponde una moda que la identifica, que la marca, con ciertas características siempre estarán condenadas a dejar de estar vigentes pronto para entrar en es categoría onmívora que es "lo retro". En ese sentido, una de las modas más fea, aunque bastante divertida, fue la de los años ochenta.

Como ninguna época, los ochenta marcaron el boom del gel. Chicas y chicos consumían este producto en cantidades industriales para alborotar su cabello, cuando lo tenían liso, o para aplacarlo en caso de que lo tuvieran rebeldón.Me resulta imposible imaginar si quiera los millones de litros de gel que se usaron para moldear de forma poco natural los peinados de una juventud que navegaba entre el "afro guango" y el "punk anémico".

 El tema del peinado estaba muy ligado al de la música, de ahí que bastara con ver a la gente para saber sus gustos. Las chavas que lo usaban corto de la frente, pero largo por los costados y por atrás, eran medio punketonas, hipótesis que se comprobaba si, además, lo traían pintado de azul, morado o verde. Si lo traían bicolor (negro y rubio), medio rizado y con un moño por la zona de la coronilla era émulas de Madonna (las famosas "madonitas"). Si por contra, lo usaban largo, de raya en medio y en capas, no cabía la menor duda que seguían a Bonnie Tyler; si lo adornaban con una banda deportiva en la frente, eran seguidoras de la película "Flashdance" o de la serie "Fama".

En lo chicos el asunto no mejoraba. Traerlo corto por atrás y por los lados, pero largo y erizado de frente equivalía a reconocer que se era fan de "Animal", vocalista de Kajagooggoo. Si, en cambio, el pelo del frente y la coronilla tenía volumen era prueba manifiesta de que lo de uno era "Aha" o, bien, que su alter ego era Don Jonhson. Usar una melena hasta la mitad de la espalda era una señal un tanto ambigüa, pues lo mismo indicaba preferencia por el Heavy Metal que por el Glam Rock. Decolorárselo, traerlo ligeramente corto y parado como un puerdo espín era una muestra de adhesión a Billy Idol.

Lo interesante de ello, como de otros aspectos de la época, es que entonces había una gran vareidad de tendencias a la que acompañaba una suerte de valemadrimso que hacía que le gente saliera a la calle con el peinado que le viniera en gana y sin que se preocupara por lo que los otros fueran a pensar. Creo que es este uno de los aportes fundamentales de los ochenta

miércoles, 29 de agosto de 2012

La (in)justicia en el salón


He cumplido veintiún años como profesor. Conozco a gente más o menos de mi rodada que puede presumir de llevar más tiempo en el oficio y de hacerlo mejor; sin embargo, para mí ha sido un auténtico logro si consideramos que cuando empecé la carrera en mis proyectos no entraba el de ser profesor.

En el salón de he aprendido muchas más cosas de las que jamás hubiera pensado y he escuchado otras que jamás hubiera querido saber. He conocido tantas personas que mi limitada memoria es incapaz de recordar todos sus nombres, lo que es motivo de una de mis mayores vergüenzas. En todo estos años me he hecho de algunos amigos buenos, de algunos enemigos manifiestos y de otros que perteneciendo al primer grupo optaron por pasarse al segundo.

Han sido días que se han convertido en semanas, meses y años sin darme cuenta; días en los que vienen a mi recuerdos de mi época de estudiante; días en los que me veo en el espejo de mis profesores para tomar lo bueno y evitar lo malo, siempre en la medida de lo posible. Como cualquier persona que ha puesto un pie en el salón de clases, me he topado con maestros de todo tipo. Honestos, sencillos, divas, tranzas, simpáticos, comprometidos, chambistas, ojetes, agradables, improvisados, cultos, perros, barcos, justos e injustos.

De ellos aprendí a intentar ser justo en el trato con mis alumnos, en particular al momento de evaluarlos. Algunos fueron ejemplo claro de ello, como aquella doctora en historia que le dijo a un compañero de la maestría, tras preguntarle de qué trataba la lectura de esa sesión, que si no había leído que al menos no le quisiera ver la cara con improvisaciones; o cuando un profesor muy querido del posgrado me confesó que se le caía la cara de vergüenza con nosotros por el curso que nos estaba dando (no era para menos pues le exigieron  que lo impartiera con menos de dos días de antelación). Hubo otro, de literatura en preparatoria, que de tanto decirnos que nos reveláramos contra todo tipo de injusticias, terminó siendo despedido sin que siquiera nos reveláramos.

En cambio, conocí otros cuyo ejemplo me bastó para saber qué camino no seguir. En secundaria el maestro de física tuvo la puntada de ponerle 10 a un compañero cuando este le contestó que "un haz de electrones era el más fregón de los electrones", en tanto que la de literatura reprobó a un compañero por contestarle "que el autor de El Principito era Chespirito". En preparatoria tuvimos uno de humanidades que cada vez que tenía un arranque bíblico nos decía que "darnos clase era como echarle margaritas a los cerdos". La universidad no estuvo exenta de casos ejemplares como el de la profesora de historia moderna, que era un encanto en clase pero en exámenes desconocía hasta a su madre; el "teacher" de historia de América virreinal que basó gran parte del curso en sus anécdotas de estudiante en Alaska porque no tenía ni idea de la materia, o el doctor, uno muy reconocido por cierto, que era muy entretenido pero que no podía disimular que improvisaba todas las clases y jamás calificaba los trabajos que pedía.

Hayan sido justos o injustos, lo cierto es que a todos mis profesores les aprendí algo y debo confesar que desde que cambié el pupitre por el pizarrón, comprendo que el tema de la (in)justicia en el salón no es tan sencillo como creía.

domingo, 19 de agosto de 2012

Entre los hot cakes y la escuela


Hoy por la mañana desayuné unos sabrosísimos "hot cakes" caseros. Es una tradición que poco ha poco se ha ido instituyendo en casa desde hace poco menos de dos meses y por insistencia de mi hija. 

Los de hoy pintaban para ser un completo desastre. Como los preparé aún medio dormido, mezclé los ingredientes con tal desorden que ni aunque lo hubiera querido hacer a propósito lo habría hecho tan mal. Dicen que en matemáticas el orden de los factores no altera el producto..., pero en la cocina esta axioma no aplica.

Finalmente quedó todo en un susto. De hecho, los "hot cakes" tenían buena pinta, consistencia y, más importante aún, sabor. De hecho, fue esto último lo que me conmovió pues me hizo recordar mi infancia pues después de masticar el primer trozo supe que sabían igual a los que mi madre preparaba.

Ella era una aficionada consumada a los "hot cakes". El vicio, porque hubo un tiempo en el que realmente lo fue, lo adquirió en España con un platillo similar que se llama "tortitas" (más pequeñas y acompañadas con nata montada y miel de maple), si bien aquí encontró la gloria con esa especie de "tortitas" tamaño gigante.

Y vaya que si los "hot cakes" obraban milagros en ella. Tardó muchos años en animarse a cocinar, pero eso sí, cuando se trataba de este platillo, le perdía la animadversión a la cocina y no paraba de trabajar hasta que salía con una fuente llena de esta delicia.

Recuerdo que me encantaba cenarlos (así nos las gastamos en mi familia). Mamá y yo nos bajábamos a la sala para untarles la mantquellia, chorrearlos con miel de maple y partirlos en trozos irregulares. Mientras los devorábamos, veíamos la tele (casi siempre nos tocaba la serie "Mi bella genio") y platicábamos de tontería y media. La verdad es que nos la pasábamos muy bien.

Con el tiempo perdimos esta tradición, lo que no fue malo pues poco a poco a mi mamá le dio por entrarle a la cocina. Tenía buena mano para hacer la comida y esta le quedaba bien, salvo cuando le daba por innovar el repertorio culinario. Entonces ahí si a temblar pues se trataba de una especie de ruleta rusa en donde había las mismas posibilidades que le quedaran buenísimos o de terror. ¡Esas eran sorpresas y no tonterías!

Ahora que el día ha pasado, creo que había algo más que la comida y sus sabores. Hoy es la noche previa a la entrada de los niños a la escuela. Para mi era la peor de las noches, era saber que en unas cuantas horas viviría en carne propia la peor de las pesadilla. Y mi mamá lo sabía, tanto así que al acostarme me decía al oído que me quedara tranquilo pues ella sabía que me iba a ir muy bien. Jamás dejó de repetírmelo cada vez que yo tenía que iniciar un ciclo...

jueves, 26 de julio de 2012

Yo prefiero a los bancos de antes



El primer contacto que tuve con la banca fue de niño. Recuerdo que Banamex tenía unas alcancías que simplemente me volvían loco. Eran de plástico, tenían la forma de personajes de caricatura y estaban adornadas con colores chillantes... Si, eran bastante kitschs, ¿pero quien no tiene este tipo de gustos en la infancia?

La siguiente vez fue en Cuatla, Morelos, el 1° de septiembre de 1982. Mi abuela y yo estábamos escuchando un radio portátil cuando escuchamos -en vivo y en directo- el momento en el que el presidente José López Portillo nacionalizaba de manera improvisada la banca mexicana. Entonces no tenía mucha idea de lo que pasaba, pero bastaba ver la cara de mí padre para saber que aquello no era bueno.

El mundo bancario me coptó cuando empecé a trabajar en el año 1992. Hacía tan sólo dos años que la banca se había privatizado y apenas se hacía de las malas artes que hoy le caracterizan. Con ello quiero decir que era un tiempo en el que las comisiones eran escasas, en el que no todas las cuentas requerían de saldos mínimos y éstos eran, como su nombre lo dice, "mínimos". El servicio al cliente era bueno a secas (que no amable o cortés, mucho ojo) y las tasas de interés no estaban tan desproporcionadas como en la actualidad.

Sin embargo, el mentado "error de diciembre" de 1994 hizo que los bancos sacaran lo peor que tenían, y que hoy es lo que les caracteriza. Ante su desastrosa política de préstamos quisieron cobrarse a lo chino con los deudores, quienes ante la imposibilidad de seguir pagando sus créditos devolvieron sus automóviles, casas, departamentos o lo que fuera. Como ello no le daba liquidez, y el gobierno aún no creaba el Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (IPAB) para comprarles esta deuda, buscaron otros medios como el aumento de las comisiones y la creación de otras tantas, encarecer el crédito que otorgaban a las personas físicas y morales pero abaratar los intereses que pagaban a estos por su dinero. ¿La historia les suena?

A estas alturas del partido ya estoy literalmente hasta la madre de los bancos. Con Scotiabank tengo un crédito hipotecario a tasa fija. Para que me lo facilitaran, debí abrir una cuenta corriente cuyo saldo mínimo fue de 3,000 pesos mensuales hasta el 2011, cuando por sus pistolas decidieron subirlo 10,000 pesos. La explicación del banco fue muy cordial, lo reconozco, pero tuvo como fundamento la famosísima "Ley de Herodes"...

Los de Banamex se pulieron. Cuando me he tardado un par de días en pagar la tarjeta de crédito me llaman sin césar al celular para recordarme lo buena gente que han sido conmigo al financiarme y lo ojete que soy pero abusar de su bondad al no pagarles; sin embargo, cuando detectaron un movimiento extraño (un pago de 10,654 a Aeroméxico) me llamaron a la casa y fu lo suficientemente amables como para dejarme un recado en la contestadora. 

Con HSBC tuve una historia en la que hubiera creído que estaba protagonizando en un capítulo de "La dimensión desconocida" de no ser porque los conozco mejor que la británica madre que los parió. Quise activar una chequera por teléfono pero se me olvidó la contraseña, lo que en principio no era problema pues bastaba con hablar con un agente para rescatarla. El agente, muy amable también, me preguntó mi nombre, fecha de nacimiento y dirección. Después de que contesté el cuestionario me dice que el sistema no le da acceso pues de seguro hay una respuesta que está mal. Tuve que ir a una sucursal para arreglar el problema. ¿Saben cuál era? Que estos memos tenían registrado como mi domicilio el de soltero y no el de casado. Lo hilarante es que desde hace 15 años me envían la correspondencia... !al del casado!

Es por todo eso que prefiero a la banca de antes, más desabrida pero menos pendeja, más lacónica pero menos ladrona, más antipática pero menos deshonesta. Como dice un amigo, "para tener el dinero en manos de idiotas e incompetentes, mejor que se quede en las mías".

miércoles, 18 de julio de 2012

Boda y feria

No me acuerdo el año, pero si recuerdo que la misa fue en Polanco y la comida en Reforma. Felipe fue el segundo en casarse, poco tiempo después de que lo hiciera Javier, y no olvidó ni el más mínimo detalle tanta en la ceremonia como en el festejo.

Hacía un tiempos que los amigos no nos reuníamos y la ocasión parecía perfecta para pasarnos un buen rato. Compartimos mesa en compañía de nuestras novias y esposas y estuvimos charlando amenamente durante una hora hasta que el ambiente fue decayendo poco a poco hasta que imperó un silencio bastante incómodo.

Medio aburrido, pedí al mesero un par de whiskys en la rocas. Fue más snobismo que otra cosa, pues entonces no acostumbraba a beber destilados, mucho menos éste que me sabía a medicina. Cuando tuve los vasos delante me di cuenta de que había metido la pata y tenía dos opciones: o dejaba los tragos sobre la mesa o me los bebía, aunque fuera por orgullo. Finalmente me decidí por la segunda opción y, tal como si se tratara del peor de los jarabes, me empujé los dos tragos sin respirar.

Como era de esperar, agarré una borracherita muy rica ("el puntillo", como diría mi amigo Rodrigo) y tuve una ocurrencia que compartí con los presentes para matar el rato: ¿Y por qué no nos vamos mejor a la feria? Mal debían estar las cosas cuando los amigos, en vez de reírse, estuvieron de acuerdo con tan fenomenal tontería.

Fue así como terminamos en la feria de Chapultepec una hora más tarde. Primero nos subimos todos -a excepción de la esposa de Javier, que estaba embarazada- a una pequeña montaña rusa que lo único emocionante fue ver como Rodrigo y su acompañante se estaban besuqueando al estilo "otorrino". Posteriormente nos metimos a la casa del terror porque era la única atracción en la que no había que hacer cola. Recuerdo que Rodrigo se puso a presumir que nada de eso le daba miedo, que eran puras tonterías para niños e ignorantes... y así fue hasta que de la nada le salió al paso "Freddy Krueger" con sierra y toda la coda. Entonces Rodrigo se tiró al suelo y se hizo un ovillo mientras se cubría la cabeza con las manos, mientras que los demás estábamos también en el suelo... partiéndonos de la risa.

Nos subimos a otros juegos sin pena ni gloria y decidimos cerrar con broche de oro subiéndonos a la montaña rusa. La idea no era de mi agrado pues ya me hallaba en plena resaca y temía que unos cuantos ascensos lentos y unos descensos acelerados hicieran mella en mi estómago. Finalmente pudo más el orgullo que la prudencia y me subí. No vomité, pero se me olvidó poner el cuello rígido, así que fui víctima de una tortícolis muy rebelde.

No sólo la pasamos bien, también fue la última ocasión en la que los amigos volvimos a juntarnos para divertirnos como antaño. Muchas veces creo que fue nuestra despedida de la adolescencia.

miércoles, 27 de junio de 2012

Reflexiones sobre "Colosio. El asesinato"

Después de mucho tiempo, finalmente  fui al cine la semana pasada para ver la película "Colosio. El asesinato". En realidad la película no es del otro mundo pues no dice más de lo que todos hemos escuchado alguna vez (estaría pelón que diera una nueva pista sobre un hecho tan manoseado); la ausencia de  referencias claras y directas pone en evidencia que fue realizada con un espíritu de autocensura propio de los años sesenta y setentas mexicanos, y el final, es indigno hasta para una película de las de "tres pesos".

Pese a lo anterior, la película tiene algo que me encantó: su poder de evocación. Unas cuantas escenas bastaron para echar a andar mi memoria y recordar un sin fin de anécdotas, imágenes y sentimientos en torno al este hecho, Por ejemplo, recuerdo que ese día fui con un grupo de alumnos de preparatoria al ITESM, campus Estado de México, para asistir a un modelo de Naciones Unidas; que mientras manejaba escuché en el radio que había muerto Walter Lantz, el creador del Pájaro Loco y otras caricaturas; que de regreso pase al archivo histórico de los jesuitas, lugar donde también trabaja y en el que me enteré del asesinato de Colosio; que regresé a casa de mis padres a toda prisa y sin dejar de prestar atención a lo que se decía en la radio. 

Pero lo que más me marcó fue el momento en el que se anunció la muerte de Colosio. Ya nos llevó la chingada, pensé. Y no era para menos si recordamos que en esos tiempos quien era candidato a la presidencia era, en realidad, el virtual presidente del país.

Sin embargo, la realidad era otra, pues ya hacía un rato que la chingada no estaba llevando. Las constantes menciones de Carlos Salinas de Gortari de que México era una nación del primer mundo, la muerte del cardenal Posadas Ocampo, la investigación tan turbia que le siguió, el surgimiento del EZLN, la violencia con  la que se le reprimió en un principio, entre otros tantos hechos, eran testimonio de que las cosas no marchaban bien en México. Hechos posteriores, como lo ocurrido a los hermanos Ruiz Massieu, tan sólo sirvieron para corroborar lo anterior.

Hoy, a dieciocho años de distancia, veo que seguimos de gira con la chingada, que el país ha cambiado aparentemente para no cambiar y que, peor aún, lo de Colosio es otra pieza más de una realidad que supera, y por mucho, a la fantasía. Vivimos en el siglo XXI, pero hay veces que creo que seguimos viviendo en el México del siglo anterior, en ese país donde todo es corrupción y tranza y en el que APARENTEMENTE estamos condenados a repetir la historia de siempre...

martes, 29 de mayo de 2012

Los años los ochenta: la televisión

No sé si sea la mejor década de todas, la que más haya aportado a la música o la que más innovó en la moda, pero lo cierto es que la de los ochenta ha sido de las décadas más divertidas en mi vida.

Inicié los años ochenta cursando la primaria y los terminé en el tercer año de la carrera, es decir, fue un tiempo en el que transité del fin de la infancia a los últimos estertores de la adolescencia; en consecuencia, mis recuerdos ochenteros más lúcidos inician entre 1984 y 1985.

Este fue el tiempo en el que todos nos quejábamos de la televisión abierta (muy pocos contaban con el servicio de televisión de paga, cuya señal venía directamente de Estados Unidos), pero la verdad es que no nos la pasábamos tan mal. Nos fastidiaba que cada 1° de septiembre todos los canales pasaran el informe presidencial, que las series llegaran con años luz de retaso a nuestros televisores y que se siguieran transmitiendo una y otra vez los programas de antaño.

Lo cierto es que el panorama no era tan malo. Veíamos "Los Picapiedra", "Don Gato y su Pandilla", "Heidi",  "El Túnel del Tiempo", "Mi bella genio"... no porque quisiéramos presumir que habíamos visto todos los capítulos, más bien porque habíamos crecido con ellos y nos recordaban nuestra infancia. Presenciamos también la llegada de nuevas series sin saber que se convertirían en los primeros clásicos de nuestra generación, tal fue el caso de "Candy, Candy", "Lula Bell", el lacrimoso "Remi", "Los felinos cósmicos", "Mazinger Z", "Voltron", "los verdaderos cazafantasmas". Aunque no lo confesáramos por considerar que eran cosas de niños, todos veíamos estas series y estábamos al tanto de lo que ocurría en cada epidosio.

Dado que ya éramos unos púberes hechos y derechos, algunos tuvimos la oportunidad de ver la "televisión de adultos", que entonces protagonizaba una rivalidad de lo más interesante entre las series "Flacon Crest" y "Dallas" (que, dicho sea de paso, su remake está siendo transmitido en estos días). Pese a las diferencias de forma, ambas tenían el mismo fondo pues fueron las primeras en tener ciertas cargas de contenido sexual (nada que ver con lo que hoy vemos). Aunque menos "explícitas", aunque por ello no menos interesantes, eran las series de médicos como la de "Quincy M. E.", que narraba las aventuras de un médico forense que se comportaba como policía. De igual forma, veíamos la "Dimensión Desconocida" para aterrarnos con algunos capítulos (La abuela), reírnos con otros (Trato con el diablo) y alucinarnos con unos pocos (Bola baja).

Pero tal vez lo que más atrajo nuestra atención como televidentes fueron los videos musicales. Por primera vez veíamos escenificadas las canciones de moda en cortos de no más de cuatro minutos capaces de narrar  de principio a fin historias que, además, no siempre tenían un final feliz (algo típico de la generación X, dirá mas de uno). No fueron pocos los sábados por la noche que me quedaba delante del televisor para ver el programa "Video éxitos", la única posibilidad de escuchar y ver los nuevos videos en la televisión abierta. Claro está que conforme los avances tecnológicos se fueron integrando, la experiencia fue algo más que alucinante, tal como lo ponen en evidencia los videos (hoy ampliamente superados, claro está) Take on me, de AHA, y Money for nothing, de Dire Straits.

El tiempo ha pasado y siento que lo que acabo de escribir corresponde casi a la prehistoria de la televisión en México...

domingo, 20 de mayo de 2012

Los enanos del campamento...



En los años que cursé la secundaria y la preparatoria la tradición era asistir a los campamentos que se organizaban el Tultenango, primero, y en Camohmila, después. Como ya lo escribí anteriormente, aunque no era un entusiasta de ellos, fui a la mayoría.

Una de las cosas buenas que siempre encontré en ellos era la libertad que teníamos para agruparnos, de tal manera que siempre quedaba con mis amigos. Nuestra cabaña o cuarto, según fuera el caso, se caracterizaba por ser aburrida, tranquila y tener "mucho temor de Dios". Dicho de otra forma, teníamos un perfil más que bajo.

De día me la pasaba muy bien, participando -voluntariamente a fuerzas- en actividades cuya finalidad, de eso estoy seguro, era más cansarnos que divertirnos. Nos traían de arriba a abajo, nos obligaban a correr sin cesar, a ensuciaros como auténticos puercos y comíamos como cosacos para reponer la energía gastada. Por las tardes, cuando ya estábamos más que atarantados, nos daban una charla sobre alcoholismo, drogadicción o sexualidad. 

Mi problema eran las noches, particularmente la última. La primera era genial pues prendíamos una fogata que me parecía inmensa, nos sentábamos alrededor de ella para cantar, contar historias de pseudoterror y observar un cielo que de tantas estrellas me hipnotizaba. La última noche, en cambio, no la podía soportar. Se montaba un show de talentos que era voluntario, al que seguían dos horas discotequeras en la que bailar no era una opción, era una obligación sin importar que uno tuviera dos "pies izquierdos", flojera o miedillo; todos ellos defectos que yo reunía entonces.

Sobre el tema añadiré que el último campamento al que asistí tomó un giro bastante cruel pero que tuvo un final inesperado. Nos perdonaron la discoteca a cambio de un concurso en el que cada cuarto debía presentar un show en el que todos sus ocupantes estaban obligados a participar. El grupo ganador tendría puntos extra en la materia que cada miembro deseara.

El cambio nos cayó como balde de agua fría. El tiempo pasaba y no se nos ocurría nada que quisiéramos hacer o al menos nos atreviéramos a hacer. Faltaba un poco menos de una media hora cuando un compañero -Mauricio- tuvo una ocurrencia. ¿Por qué no nos disfrazábamos de enanos? Después de que nos explicó la idea, resultó que no eran tan mala. Todos participábamos, pero no todos aparecíamos. El compañero que daba la cara se abrochaba una camisa de manga larga al revés (la parte de los botones iba por la espalda) pasaba sus manos por unos shorts y las metía en unos zapatos para simular las piernas del enano, en tanto que otro se ponía detrás del él (quedaba tapado) y metía sus brazos en la camisa para hacer las veces de las manos del enano. Otra ventaja de este ejercicio es que como resultaba tan estrafalario a la vista, no se necesitaba un guión para entretener.

Fuimos el último grupo en aparecer. Éramos cinco enanos que comentaban sus problemas con el alcohol (¿adivinen cuál había sido el tema de la charla de esa tarde) que arracaron muchísimas risas por su pinta tan bizarra, por la descoordinación de sus brazos y por la estupideces que decían sin parar. Llegó el momento que hasta nosotros no pudimos contenernos y soltamos las risotadas. La verdad es que fue una ocasión genial y no porque ganamos, sino porque fue la primera vez que disfruté a tope la última noche del campamento...


domingo, 22 de abril de 2012

¡Cómo ha progresado la comunicación!

Email, facebook, liveprofile, skype, twitter, viber y whatsapp son tan sólo algunas de las herramientas que hoy tenemos para comunicarnos en tiempo real y sin importar las fronteras que nos separan. Basta entrar a un aplicación, apretar un par de botones y listo, tenemos el mundo a nuestros pies.

Esto que hoy nos parece tan común, no lo era hace treinta o cuarenta años. Si uno quería contactar a la familia en el extranjero tenía tres opciones: las cartas (vía por correo postal), los telegramas (en vías de extinción) y el teléfono. De todos ello, sólo el último ofrecía dos grandes ventajas: inmediatez e interacción, pero también tenía un gran pero: era muy caro.

Hoy no lo tengo tan claro, pero a los siete u ocho años, siempre escuchaba a mi padre que hablar por teléfono a España (donde estaba la otra parte de la familia que no vivían aquí) era carísimo y que sólo se debía hacer para emergencias de mucho cuidado. Así, cuando mi madre tenía que comunicarse con su parentela, papá siempre ponía el grito en el cielo al ver el recibo telefónico.

Comparados con los actuales, aquellos eran tiempo prehistóricos. En un principio, la única manera de comunicarse era a través de la operadora y más le valía a uno tener todos los datos correctos y a la mano. Las operadoras eran bastante déspotas y hitlerianas, pero se entiende pues aquellos eran los tiempos en los que Telmex era un infierno propiedad del gobierno federal.

Sobrevivir a la operadora era el primer paso, pero no era suficiente. Dado que los satélites era una cuestión perteneciente al ejército y a la ciencia ficción, la conexión telefónica -según recuerdo lo que comentaban mis padres- era por cable, pero no uno cualquiera, ¡que va! Era uno que conectaba a América y Europa y discurría por debajo del mar, de ahí que fuera EL famoso cable transoceánico.Sonaba muy espectacular y vanguardista y, sin embargo, se trataba de una auténtica porquería. La señal se viciaba y se cortaba muy a menudo; además, en más de una ocasión resultaba imposible conectarse al otro lado del "chaco".

A Dios gracias vivimos otros tiempos. Los cables se han transformado en señales, las operadoras casi no son necesarios y los océanos ya no son el límite. El problema hoy es estar al tanto de las innovaciones que nos permiten comunicarnos y, peor aún, decidir cuál es la que más nos conviene o se apega a nuestras necesidades. 

¡Bendito problema el nuestro!

sábado, 7 de abril de 2012

Clonando, que es gerundio

Día tras día las autoridades nos dicen que las transacciones vía internet son seguras y que los consumidores, los aparentes villanos de esta historia, debemos perder nuestra miedo atávico a usar este medio de compra. Es más, hay ocasiones en las que los argumentos oficiales llegan al extremo de presentar una dicotomía entre civilizado -quien compra vía internet- y salvaje -quien desconfía de la red para adquirir bienes-. Sin embargo, esta discurso pierde toda credibilidad ante una realidad en la que la clonación de las tarjetas crece desbocadamente.

Y si digo lo anterior, lo hago con conocimiento de causa. Cuatro veces, dos en los últimos seis meses, han sido clonadas mi tarjeta de crédito y débito. La primera vez fue hace como unos diez años en el supermercado. Mí esposa habíamos hecho la compra semanal y al momento de pagarla, la cajera me dijo que la tarjeta no pasa. Tras varios intentos, todos infructuosos, hablé al banco para saber qué es lo que estaba pasando. Me informaron que alguien había querido comprar una cocina vía internet utilizando mi número de tarjeta de crédito, pero como el monto de esta superaba mi crédito y la compra era sospechosa, decidieron bloquearla. Curiosamente, la última vez que había utilizado mi plástico fue en el Sushito de la colonia Nápoles (Insuregentes Sur 753), donde tuve que firmar el voucher a la antiguita, dizque porque no servía la terminal.

La segunda ocasión me ocurrió hace dos años. Quería comprar unos tristes calcetines y la tarjeta no volvió a pasar. Intuí lo que pasaba y en vez de insistir, llamé al banco. Me informaron que alguien había intentado hacer compras en Europa con mi tarjeta y, dado lo inusual del movimiento, decidieron bloquearla por mi seguridad.

La tercera ocurrió hace seis mese, y fue con mi tarjeta de débito. Acaba de hacer un pago en línea y al ver mi estado de cuenta, noté que me faltaba dinero. Revisé los últimos movimientos y descubrí que en los dos últimos días -y cuando el plástico estaba vencido- se habían hecho seis compras por un monto de 7,000 y tantos pesos. Ahí el asunto fue diferente, pues como ya me habían metido el gol, tuvo que levantar seis quejas para reclamar la devolución de mí dinero bajo la condición de que si éstas no procedían, debería pagar 300 pesos más IVA por cada una de ellas. Finalmente, los dictámenes salieron a mí favor.La última vez que había usado la tarjeta fue en la gasolinería ubiucada entre las calles de Georgia y Nebraska, colonia Nápoles.

La última sucedió ayer, aunque me enteré apenas hoy. Al levantarme esta mañana me dio por escuchar los mensajes en la contestadora. Contrario a la costumbre, había un mensaje. Era del banco en la que tengo mi tarjeta de crédito y me habían buscado porque el día de ayer se había cargado a mí tarjeta una compra en Aeromexico por un valor superior a los 10,000 pesos. El movimiento les pareció raro porque hubo otros tres intentos fallidos para comprar en el sitio. Ahora tengo que esperar a que el banco me envié un formato de queja para llenarlo y reenviarlo, hablar a un teléfono, dar mí número de folio y esperar a que el dictamen salga a mí favor. En tanto, el banco a tenido la atención de poner el monto con la condición de que si no salen bien las cosas, tendré que pagarles pesos sobre peso. Las dos últimas veces que utilicé la tarjeta de crédito fue para pagar en línea a Gandhi y el lunes de esta semana para pagar la anualidad del Sanatorio Español. 

A estas alturas ya estoy hasta la madre de que la tarjeta de crédito/débito sea más un dolor de cabeza que una ayuda; que lejos de darme la facilidad de permitirme no llevar encima efectivo, sea un auténtico motivo de angustia y desconfianza. 

Es por todo lo anterior que me río de esas autoridades que dicen que cada día es más seguro el uso del plástico en México. ¡Qué les crea su madre!

lunes, 12 de marzo de 2012

EL paraíso perdido

Todos tenemos un paraíso en esta tierra y todos nos vemos obligados a perderlo inexorablemente. Ignoro si sea una ley de vida, lo único que sé es que a todos nos pasa.

También sé que existen tantos paraísos como personas en este mundo. Aunque no lo busque, cada uno de nosotros termina por hallarlo. A veces es un descubrimiento tan grato como casual, mientras que en otras se trata de  de la consecución de un proyecto calculado años atrás. Lo importante es saber que detrás de ese lugar tan especial, de esa compañía tan deseada, de ese encuentro tan emocionante, de aquel platillo tan evocador se encuentra un paraíso reservado para nosotros.

Disfrutamos nuestro paraíso, nos regodeamos en él y somos tan ingenuos para creer que siempre lo tendremos hasta que un día nos damos cuenta de que lo perdimos. No tenemos claro el como, mucho menos el cuando, y la única certeza que tenemos es el vacío que queda en nuestro ser. Unos antes y otros después, pero todos cedemos a la tentación y nos damos a la tarea de buscar las causas y los momentos que dieron al traste con nuestro paraíso. Rebuscamos en el pasado y nos convertimos en arqueólogos de nosotros mismos para descubrir que las respuestas halladas ni nos brindan consuelo ni sanan nuestras heridas.

Es entonces cuando he llegado el momento de volver a echar tierra en los restos que aún conservamos y lanzarnos a la búsqueda de un nuevo paraíso para el "aquí" y el "ahora"...



martes, 6 de marzo de 2012

El último año de la preparatoria



En el último año de la preparatoria (EN EL VIDEO DE ARRIBA ENCONTRARÁN ALGUNAS IMÁGENES DEL COLEGIO DONDE LA CURSÉ) vives una mezcla de luto y diversión permanentes. Sin tener una idea clara del futuro, sabes que te encuentras al final de una etapa y al inicio de otra, una en teoría más seria y formal que implica el irremediable fin del desmadre a granel.

Es curioso, pero para mí representó una etapa hasta cierto punto difícil pues fue la primera vez que estuve en un salón sin la compañía de mis amigos. Pero claro, no podía ser de otra manera cuando el sistema divide a los alumnos por áreas de interés; así, mientras que la mayoría se fue por al área I, la físico-matemática, yo hice lo propio en la IV, la consagrada a las humanidades.

Ello no implicaba que jamás nos viéramos en la escuela. Todo lo contrario. Pasábamos juntos los recreos y muchas veces me invitaban a ver sus competencias de "sumo de salón", auténticas luchas de sumo en las que el perdedor chocaba ruidosa y dolorosamente contra la pila de sillas que limitaban el círculo de combate. Aún me sigo preguntando cómo fue posible que nadie se rompiera un brazo, una pierna o la cara.

A reserva de lo anterior, fue difícil por ser la primera vez en la que me encontré en un salón en el que las mujeres eran mayoría (sin saber que a partir de entonces ese sería mí destino). Muchas de ellas eran muy jodonas y vaciladoras pero reconozco que, por lo general, casi todas lo hacían de buena lid. Aunque tarde, pero finalmente me acostumbré a ser minoría y pude encontrarles el modo a mis compañeras.

La cuestión de los profesores tampoco ayudó. Todos eran conocidos... para bien y para mal. Sin entrar en detalles, diré que había algunos que destacaban por su preparación, su compromiso y su dedicación; en cambio, había otros a todas luces improvisados que eran incapaces de ocultar que les daba más flojera darnos clases que a nosotros recibirlas. Esta última experiencia fue tan frustrante que creo que fue la primera vez que no tuve reparo en mostrarle a un profesor que su clase me aburría.

Debo reconocer que a reserva de lo anterior, también hubo momentos buenos, memorables. Las idas al cine eran casi forzosas los fines de semana, así como las encerronas para ver películas de terror en VHS. Tampoco faltaron las bromas (algunas muy pesadas), las fiestas con alcohol de "extranjis", los amores platónicos y los fracasados, las pláticas de madrugada con los amigos, las comidas/cenas eternas y la fiesta de graduación, claro está.

Se dice pronto, pero ya ha pasado un cuarto de siglo desde entonces. Reconozco que fue una época que tuvo más momentos buenos que malos y, aunque la recuerdo con mucho cariño, la considero el preámbulo de un tiempo que tardaría poco en llegar y que enriquecería mucho mi vida. 





lunes, 13 de febrero de 2012

Edificio chico, infierno grande


Por un momento lo medité. La tentación era grande, tanto como el dinero que me ahorraría. Es más, hasta la tuve por un momento. Pero no, finalmente no la acepté.

En diciembre del 2011 la administradora del edificio renunció después de cerca de seis años de ostentar el cargo. No sé si es que era un poco lenta o bastante masoquista, pero en su lugar yo hubiera puesto pies en polvorosa tiempo atrás.

Si tuviera que definir la última junta de condóminos a la que asistí, en febrero de 2010, me quedaría corto al decir que fue dantesca. Me faltan adjetivos para calificarla con precisión.

La mayoría de los condominios estamos reunidos en un departamento que se encuentra vacío. Su dueño acaba de morir. Después de dos horas, la junta se ha languidecido y cada uno de nosotros está hablando con quien tiene al lado. Llega el momento en el que todos guardamos silencio, pero no llega a ser incómodo pues es interrumpido por una sarta de improperios espetados a manera de gritos. Dos de las vecinas más finas que tiene este edificio atacan sin piedad a la administradora acusándola de inepta, perezosa, displicente y beoda. Lejos de amedrentarlas, la presencia de los demás vecinos parece darles ánimo y valor.

Después de esta experiencia y de algunos comentarios que escuché, me di cuenta de que los vecinos de este edificio nos parecemos más a una bomba de tiempo que a una comunidad. Lo que había visto era sólo la punta de un iceberg que parece nacer del corazón de la tierra. Meses después una de estas vecinas se encontró con la administradora en la entrada del edificio y le echó bronca. En esta ocasión, la administradora no guardo silencio y demostró que lo suyo también era el lenguaje florido. La sangre hubiera llegado literalmente a la acera, de no ser porque el portero las separó. Fue una verdadera lástima no estar ahí y presenciar esta lucha de titanes de la lengua.

Pese a todo, en enero tomé la administración del edificio con carácter temporal. La idea de no pagar el mantenimiento y cobrar un sueldo por este trabajo era de mí agrado, sin embargo la evidencia fue tan abrumadora que desistí a las primeras de cambio. Debo aclarar que ningún condómino me agredió, por el contrario, su falla fue mostrarse tal cual son. Ahí están la manipuladora que pretexta ser inquilina para no tener responsabilidades, pero que actúa como propietaria para salirse con la suya; la sorda que jamás escucha, o si lo hace, no entiende, la palabra "temporal"; el que demanda que se cobre la cartera vencida sin saber a cuánto asciende... y así continúa la lista.

¿Sacrificar la salud mental por un puñado de billetes? ¿Soportar la locura de otros para no pagar el manteamiento?... ¡PASO!

martes, 7 de febrero de 2012

Historia... ¿para qué?

Aunque no debiera hacerlo, debo confesar que yo también me he hecho la pregunta ¿para qué sirve la historia? y temo que ello, viniendo de alguien que es historiador, es una especie de herejía o, peor aún, un coqueto con la apostasía.

Aún así creo que la pregunta es válida pues nunca está de sobra que uno se cuestione sobre lo que hace y lo que cree, más aún si se ve obligado, gratamente obligado, a hablar de ello uno y otra vez por años. En cierto sentido se trata de una duda a la que uno le va encontrando respuestas distintas, pero nunca definitivas, a lo largo de los años.

Como todo el que termina su carrera, no tenía mucha idea sobre el tema, y me limitaba a contestar a quien me preguntaba sobre la "utilidad" de la historia que servía para dar cultura general. ¡Valiente respuesta! Pasarte cuatro años en una universidad y aprobar setenta materias para decir que uno es un "Pequeño Larousee" andante y con una memoria un tanto deficiente.

Luego se pasa a la etapa en la que la historia sirve para decir lo que realmente sucedió. Uno cree en la falacia de que la verdad y la objetividad son alcanzables y que al escribir historia es posible desprenderse de los sentimientos y preocupaciones que le agobian  para decir las netas. Esta etapa llega a su fin cuando uno se enfrenta a un grupo de púberes cuya bandera es hacerle la vida imposible al maestro con las frases ¿está seguro que lo que nos está diciendo sucedió? o ¿puede demostrarnos que ese hecho realmente sucedió? Entonces hay dos caminos a seguir: o se reconsidera la idea que se tiene de la historia o se pone un puesto de tortas. No hay más.

Hoy veo el asunto de una manera diferente. Por supuesto que la historia sirve. Sirve para entender que somos quienes somos no por generación espontánea, sino porque hubo otros que nos precedieron y cimentaron el camino que hoy seguimos; sirve para conocernos mejor pues el pasado no está muerto, sigue vivo entre nosotros, a veces de manera evidente y en otras de un modo sugerido; sirve para dialogar con los muertos para darnos cuenta que no son esas estatuas de bronce o mármol que los representan, sino personas ordinarias que hicieron cosas extraordinarias. 

En otras palabras, la historia sirve para recordarnos a cada uno de nosotros que somos personas y que nada de lo humano nos es ajeno.

domingo, 22 de enero de 2012

Yo también he sido negro... literario

Es una moda; una moda deshonesta y muy molesta. Surgió el año pasado pero en vez de apagarse, parece extenderse como fuego entre gasolina.

Algunos de nuestros políticos, en especial los que aspiran a quedarse con los grandes huesos, están sacando libros a diestra y siniestra. No importa que sus lecturas se encuentren coronadas por el "Libro vaquero", el "Esto" o el "Hola", que sean incapaces de mencionar los libros que los han marcado en su vida o que cambien alegremente los nombres de los libros y de sus creadores.

Claro está las anteriores son minucias a las que no debemos prestar atención pues lo que importa es que nuestros políticos nos honran con textos, más o menos voluminosos, en los que nos comparten su visión del país y las fórmulas -la mayoría de ellas fantásticas- para sacarlo adelante.

De no conocer a los de su estirpe, diría que son hombres y mujeres tan capaces, que además de legislar o de llevar las riendas de una gubernatura o secretaría de Estado, tienen la energía y el tiempo para pensar, poner en orden sus ideas y llenar con ellas páginas y más páginas en blanco. Sin embargo, todos sabemos que no es así.

Ignoro si sea el segundo oficio más antiguo del mundo, pero lo que si sé es que escribir por otros es tan viejo como la política misma. El nombre con el que conocemos esta actividad es tan políticamente incorrecto como lapidario: "negro literario". Uno se enajena, deja de ser sí mismo, tiene ideas diferentes, expresiones poco habituales y termina por transformarse en "el otro", en aquel que afloja el dinero para llevar a cabo esta alquimia.

Y que en la política abundan los negros literarios lo sé porque yo fui uno de ellos. Lo hice por cerca de seis años y no da pena decirlo, aunque reconoceré que me costó al principio bastante trabajo. Todos los días me quebraba la cabeza y me sentía fatal por poner cosas en las que no creía o que, peor aún, sabía que eran mentiras descomunales. Y hubiera mandado todo a paseo de no ser por una persona que me dijo: nunca olvides que tu trabajo es escribir por otro, no creerte lo que escribes. A partir de entonces mejoró considerablemente mi panorama.

La experiencia fue buena mientras me agradó, pero llegó un momento en el que opté por cambiar de aires. Cada vez era menos original y más reiterativo, ponía poco esmero al escribir y sólo me interesaba crear textos cumplidores, Permanecer en aquella oficina, que tantas alegrías me había dado, no era ni emocionante ni ético; por eso, y otras cuestiones más, me armé de valor y me marché.

Entiendo que los políticos estén haciendo su luchita con la publicación de libros que responden más a las ansias de poder y al posicionamiento inmediato en la opinión pública, que a un genuino interés por mejorar la situación del país. Ellos están en su derecho de hacerlo, como nosotros en el nuestro de no dejarnos engañar y preguntarnos ¿a cuántos "negros literarios" tuvieron que recurrir para querernos deslumbrar?