Por un momento lo medité. La tentación era grande, tanto como el dinero que me ahorraría. Es más, hasta la tuve por un momento. Pero no, finalmente no la acepté.
En diciembre del 2011 la administradora del edificio renunció después de cerca de seis años de ostentar el cargo. No sé si es que era un poco lenta o bastante masoquista, pero en su lugar yo hubiera puesto pies en polvorosa tiempo atrás.
Si tuviera que definir la última junta de condóminos a la que asistí, en febrero de 2010, me quedaría corto al decir que fue dantesca. Me faltan adjetivos para calificarla con precisión.
La mayoría de los condominios estamos reunidos en un departamento que se encuentra vacío. Su dueño acaba de morir. Después de dos horas, la junta se ha languidecido y cada uno de nosotros está hablando con quien tiene al lado. Llega el momento en el que todos guardamos silencio, pero no llega a ser incómodo pues es interrumpido por una sarta de improperios espetados a manera de gritos. Dos de las vecinas más finas que tiene este edificio atacan sin piedad a la administradora acusándola de inepta, perezosa, displicente y beoda. Lejos de amedrentarlas, la presencia de los demás vecinos parece darles ánimo y valor.
Después de esta experiencia y de algunos comentarios que escuché, me di cuenta de que los vecinos de este edificio nos parecemos más a una bomba de tiempo que a una comunidad. Lo que había visto era sólo la punta de un iceberg que parece nacer del corazón de la tierra. Meses después una de estas vecinas se encontró con la administradora en la entrada del edificio y le echó bronca. En esta ocasión, la administradora no guardo silencio y demostró que lo suyo también era el lenguaje florido. La sangre hubiera llegado literalmente a la acera, de no ser porque el portero las separó. Fue una verdadera lástima no estar ahí y presenciar esta lucha de titanes de la lengua.
Pese a todo, en enero tomé la administración del edificio con carácter temporal. La idea de no pagar el mantenimiento y cobrar un sueldo por este trabajo era de mí agrado, sin embargo la evidencia fue tan abrumadora que desistí a las primeras de cambio. Debo aclarar que ningún condómino me agredió, por el contrario, su falla fue mostrarse tal cual son. Ahí están la manipuladora que pretexta ser inquilina para no tener responsabilidades, pero que actúa como propietaria para salirse con la suya; la sorda que jamás escucha, o si lo hace, no entiende, la palabra "temporal"; el que demanda que se cobre la cartera vencida sin saber a cuánto asciende... y así continúa la lista.
¿Sacrificar la salud mental por un puñado de billetes? ¿Soportar la locura de otros para no pagar el manteamiento?... ¡PASO!
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