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lunes, 26 de noviembre de 2012

Hace justo seis años

Hace justo seis años me volví un obseso del calendario. Día a día observaba sus hojas y las marcaba mientras esperaba que el momento final llegara. Al principio lo tomé con calma, pero conforme los meses pasaban ésta desapareció y la intranquilidad me fue ganando hasta que se apoderó de mí.

Era el 2006 y trabaja en el Instituto Nacional de Bellas Artes. Todos sabíamos que el 30 de noviembre terminaba nuestro ciclo y que a partir de entonces, nuestro tiempo ahí estaba contado. Nada que ninguno de nosotros no supiera y, sin embargo, no dejó de ser algo perturbador.

En realidad, tomé consciencia de la situación en una de las últimas juntas, cuando el jefe nos reunió para decirnos que, en virtud de los tiempos que estábamos viviendo, nos recomendaba que actualizáramos nuestros Curriculums Viate pues los íbamos a necesitar. Entonces supe que la cosa iba en serio y que era momento de ponerme alerta.

Sin embargo, lo anterior fue el inicio del vía crucis pues a continuación siguieron los famosos rumores. Todos los días había una supuesta novedad sobre quién se iba a quedar en la Secretaría de Educación Pública o en el Instituto de Bellas Artes. Semana tras semanas los nombres cambiaban y con ellos las perspectivas del futuro. En esos días las llamadas telefónicas aumentaron, al igual que los cuchicheos en los pasillos, y los arreglos al estilo que "no te preocupes, si me voy, te vas conmigo, pues somos equipo, ¿no?".

La verdad es que la sensación era horrible. A veces me lo tomaba a la ligera y bromeaba con la situación, en otras no pegaba el ojo toda la noche inventándome historias de despedido y prolongado desempleo. También había momentos en los que pasaba varias veces por estos estados en un mismo día. Si mi estancia en el gobierno fue inolvidable, por lo buena, los dos últimos meses me hicieron maldecir en momento en el que se me había ocurrido aceptar un trabajo en el gobierno.

En fin, lo importante aquí no es el final de la historia, si no recordar a mis compañeros del INBA que están pasando por la misma situación y que, conociéndolos como los conozco, sé que no tendrán problemas en salir adelante... una vez más.

lunes, 28 de junio de 2010

Problemas de comunicación

Sujeto, verbo y predicado. Esa es la mejor forma de comunicar un mensaje ya sea de manera escrita o verbal. Y, sin embargo, en la vida real ello no es suficiente para hacerse entender con los demás.

Cuando trabajaba en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) me resultaba por demás difícil entender a ciert@s director@s de museos, particularmente aquellos que eran artistas o, en algún momento de su vida, habían dirigido galerías. Yo no sé qué pasaba pero cada vez que me envíaban alguna propuesta de texto o de discurso para el director general me resultaba más sencillo escribir otra que intentar descifrar y corregir lo que acababa de recibir. Dios y Jaime, mi jefe entonces, son testigos que no había forma de arreglar aquello.

Hace tiempo tuva la oportunidad de trabajar para una casa productora. En general todos ahí eran muy agradables y simpáticos, hasta que llegaba el momento de hablar sobre el trabajo, entonces no había quién entendiera aquello. Lo que entregaba estaba bien, aunque "no era precisamente lo que me habían pedido", y para hacerles entender a veces que lo que me solicitaban era tan irreal me veía obligado a explicárselos en varias ocasiones y de distintas maneras. Como es de suponer, aquello no duró mucho.

Considero que muchas veces los problemas de comunicación se originan por la manera de ser de cada uno y de la formación que ha recibido. Así, mientras que unos nos se manejan con las "coordenadas" de mucho y poco y arriba y abajo, otros lo hacen poniendo centímetros y metros de por medio y hablando del norte y el sur. Como diría el famoso Filósofo ed Güemes: "es lo mismo pero diferente".

En otras ocasiones la cuestión depende de la voluntad y buena disposición para entender al otro. En mayor o menor grado, tendemos a comprender lo que nos interesa y conviene; en cambio, con aquello que nos disgusta, la historia es diferente pues, más que interpretar de manera errada,  asumimos que son los otros los que no se saben explicar con claridad. ¡Vaya torpeza la suya!

A final de cuentas, la comunicación tiene una parte de soberbia etnocéntrica por la que se asume que no es uno, ya sea como emisor o receptor, quien falla en el proceso, sino los otros y con ello se constanta una de las máximas fundamentales de la vida: "el infierno son los demás".

domingo, 15 de noviembre de 2009

Mudanzas

Ayer por la tarde se cambió un nuevo vecino al edificio. Coincidimos en el elevador y, con evidente cansancio me confensó:

-¿Sabe una cosa? Cuando quiero desearle el mal a alguien, no le miento la madre, sólo le digo: "ojalá te cambies".

Lo entendí a la perfección. Aunque en mi vida he tenido que mudarme sólo tres veces de casa, y las mismas de oficina, he padecido en carne propia el fastidio que representa sacar las cosas de lo que uno asume que "es su lugar", juzgar si vale la pena conservarlas y, finalmente, guardarlas en cajas destartaladas tras echarles la "bendición" para que su fondo no se abra de par en par.

Precisamente ahora me encuentro en pleno proceso de mudanza. Y es qude parece que donde trabajo el cambio de oficina es una actividad lúdica , un antídoto contra el potencial aburrimiento. Con éste será el tercer cambio que padezco en poco menos de dos años y medio.

Sin embargo, el presente movimiento es diferente a los demás, pues tras diez años de continua diáspora, ahora todos los miembros de la facultad compartiremos un mismo espacio, lo que no deja de ser algo perturbador.

La planeación de la mudanza ha sido bastante laboriosa, me consta, particularmente por el tema de la asignación de ls nuevas oficinas. Un auténtico desmadrito en el que muchos han mostrado un cobre que, las más de las ocasiones, ha sido bastante feito.

Acostumbrados a espacios pequeños y compartidos con terceros, la posibilidad de contar con otros igual de estrechos pero individuales, pareció enloquecer a más de uno. A partir de entonces, hubo un "estira y afloja" sobre las futuras oficinas acompañado por comentarios de la talla "es indigna para mi", "merezco algo mejor", "está bien para otros, pero no para mi"...

Así, y sin dedicarle mucho tiempo, pude realizar una tipología de mudancistas que a continuación acompaño:

1.- Aquellos que se venden como si fueran toda una joya, el sustento de la institución, aunque su desempeño no lo demuestre.
2.- Los que su único deseo es subir lo más alto posible para estar cerca del sol sin importar que la cera de sus alas se derrita y caigan en caída libre.
3.- Quienes se sienten tan únicos que aplican la famosa frase del torero Guerrita: "Después de mí, naide; después de naide, Fuentes" para no tener compañía cercana.

Es divertido observar cómo hay gente que que le tiene apego a su oficina, a esas cuatro paredes que, para colmo de males, ni siquiera son suyas. Curiosamente, más de uno me ha dado una especie de "pésame" por el lugar que me han asignado, y que aún no ocupo, por encontrarse aislado y cerca de los baños.

Al respecto, recuerdo que cuando trabajaba en el INBA mi jefe nos decía que jamás olvidáramos que nos estábamos de paso y que nada de lo que ahí teníamos --incluída la oficina-- era nuestro. Y creo que lo mismo debería aplicar en la iniciativa privada, pues ¿qué sentido tiene disputar algo que no es, y nunca será, nuestro?

Tal vez sea la edad o el cansancio de finales del semestre, pero si hay algo que me queda claro, es que hay batallas que vale la pena librar y otras, como la aquí reseñada, sobre las que el literato francés Nicolás-Sebastien Roch diría: "También hay tonterías elegantes como hay tontos bien vestidos"...

martes, 28 de abril de 2009

Al entrañable maestro Charles Bukowski

"The problem was you had to keep choosing between one evil or another, and no matter what you chose, they sliced a little bit more off you, until there was nothing left".




Después de una ausencia forzosa gracias a la tesis, hoy he querido dejar a un lado lo académico para escribir un rato para relajarme.

Contrario a lo que supuse cuando asumí que dejaría el vicio del blog indefinidamente, no tuve problemas para decidir sobre que, en este caso quien, escribiría.

Una de las tantas bondades de haber trabajado en el INBA fue, sin lugar a dudas, la de haber conocido a Jaime Vázquez, mi jefe. Era mi jefe a la par que mi gurú literario. Gracias a él me acerqué a la literatura contemporánea y descubrí a autores como Antonio Tabucchi, Raymond Carver, Paul Auster y Charles Bukowski.

El de Bukowski fue un hallazgo fortuito para ambos. Era diciembre del 2002 y me metí a la liberaría Educal (a unos cuantos pasos de mi oficina) para regalarle un libro. Después de mucho buscar, y por razones que me reservé, me llevé La máquina de follar de Bukowski con la idea de que en alguna de nuestras pláticas había salido el nombre de tan peculiar escritor. Fue un error, pero no lamentable pues, a final de cuentas, el regalo fue de su agrado pues nunca antes había leído algo de él.

Recuerdo que dos semanas después, mientras le entregaba el primer discurso del año --el de la conmemoración del aniversario luctuoso de David Alfaro Siqueiros-- me comentó que había leído el libro en las vacaciones y que le resultó un tanto extraño por el estilo, la prosa y la temática de los cuentos.

Fue entonces cuando investigué un poco más de Bukowski y decidí darle una oportunidad. Compré El hijo del diablo, una selección de cuentos que me atrapó por la crudeza de las historias; por el uso de un lenguaje burdo, y por la fuerza que proyectaban, al menos en mí, las imágenes que contenía.

A partir de entonces me convertí en admirador suyo y devorador de sus cuentos y novelas. De de la mano con él, pasee por los recovecos de la sordidez; de los abismos de los excesos, de la cercanía de la autodestrucción, de la frivolidad del amor como nos lo han hecho creer, de la existencia como la suma de relaciones que son por naturaleza efímeras y de un mundo que es una cloaca donde nadie es mejor o peor que los demás.

Hoy me encuentro en el mismo lugar en el que escribía una entrada a blog hace dos meses y medio, justo unas pocas horas antes de llevarme uno de los peores frentazos de mi existencia; y hoy finalmente he comprendido que detrás de cada lectura del maestro Bukowski no se ocultaba un acto de cómodo voyeurismo, como ingénuamente solía pensar, si no una lección de vida y una fotografía tan imprefecta como miserable.