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miércoles, 26 de diciembre de 2012

Un año más que se va

 Me resulta imposible separar me de la cursilería de hacer al final del año un recuento de lo mucho o poco que sus doce meses me dejaron. Advierto, en consecuencia, que lo que a continuación escribiré forma parte de una tradición que inicié hace cuatro años y que más que ser una presunción. debe ser entendido como un una catársis.

Ha sido un año difícil, si bien recuerdo que en su inicio no fue así. Su primera mitad fue muy generosa, Me permitió conocer gente, reencontrarme con amigos, visitar lugares nuevos; también le dio salud a mi familia y, raro en función de los últimos años, ninguno de esos sobresaltos que, como a cualquiera, me hacen recordar lo efimera  que es la vida.

La segunda parte fue harina de otro costal. Tuve mucho trabajo (a Dios gracias) que no pude ordenar ni dosificar por lo que me chupó la energía. Muestra de ello es este blog, cuyas entradas diosminuyeron en número a partir de entonces. lamentablemente no podía ser de otra manera cuando el cansancio era tal que tenía pocas ideas y nada de fuerza para escribirlas.

Luego vinieron esas cartas de rechazo (muchas sin explicar los motivos) que tan sólo fueron la antesala de las calabazas que me dio el CONACyT. Estoy consciente de que lo último fue consecuencia de un error por mi parte y ello hizo que la situación me resultara más llevadera. No obstante lo anterior, también fue un motivo para mandar a la chingada todo lo relacionado con la investigación al menos hasta el siguiente año, promesa que no respeté y rompí hace un pare de días (dicen que "más vale tarde que temprano").

Pero diciembre es el mes que se ha llevado la palma como el peor mes del año. Ya desde finales de noviembre y por razones que no me quedan claras (al estar escribiendo estas líneas mi insconsciente ha de estarse partiendo el culo de la risa), me las quise dar de Ebenezer Scrooge y dejé que algunos fantasmas del pasado me visitaran y me jodieran por un largo rato. 

Claro está que luego siguieron los fantasmas del presente cuyas formas son diversas. Están esos pocos que  intenté formar en el salón de clases y que, tal como apunté en mi entrada anterior, fueron deshonestos e incapaces de asumir las consecuencias de sus actos; se encuentran también los que son muy platicadores y cordiales pero que al momento de la verdad pasaron de mí o, de plano, desaparecieron. Por último hay una aparición muy especial: aquella que sin ser nada mío en realidad, está casada con mi padre y quiere dárselas de mi madre.

No escribo todo esto a manera de queja, más bien como reseña; una reseña que es una diarrea de ideas que, como tal, pretende limpiar mi mente y espíritu para que pueda recibir el año que viene sin propósitos pero con mejor talante.

Muchas felicidades y mis mejores deseos para el año 2013.


jueves, 25 de junio de 2009

Memorias : Cuando tenía 6 años (I)

Es poco lo que recuerdo de cuando tenía 6 años y uno de esos escasos recuerdos que aún conservo se relaciona con un viaje que hice a España en compañía e mi madre y de mí abuela paterna.

Era el año de 1975 y Franco agonizaba, pero no terminaba de estirar la pata al tiempo que el gobierno de Echeverría rompía relaciones diplomáticas con la madre patria. En España sólo había dos cadenas de televisión: la 1 y la 2 que, por si ello fuera poco, no iniciaban transmisiones sino hasta pasado el medio día. Además, yo iba en calidad de monito de circo en gira pues uno de los objetivos del viaje era que la familia y los amigos de "allá" me conocieran.

Recuerdo que el viaje no inició bien, pues mi papá decidió que era conveniente que fuera con el pelo cortado. Para quienes no lo conozcan debo decir que él es gineco-obstetra y si bien para tal labor se necesita contra con habilidad en las manos, cortar el pelo de manera decente -y no como él lo hizo pese a sus buenas intenciones- requiere de otro tipo de destrezas.

Cuando llegamos a Madrid, no marchamos directamente a Asturias, sino que nos quedamos un par de días ahí, aunque ignoro la razón pues ahí no teníamos familia. La experiencia no fue buena por dos razones. La primera fue que yo, que era un adicto al jugo de naranja, quedé impresionado ante el sabor amargo de los zumos de naranja de allá; la segunda fue que el día que marchábamos para Asturias, mi madre puso mal el despertador y nos levantó a mi abuela y a mi en la madrugada y, para colmo de males, puso el agua tan caliente en el baño del hotel, que sentí por primera vez en carne propia los mareos que puede producir el bañarse en esas condiciones.

Viajamos a Asturias en un "tren-cama". Aún recuerdo la emoción que sentí en la estación de Atocha por ser aquella la primera vez en que me subía en un tren. Como el fan que era del "Vaquero solitario", moría de ganas, sin importar que se tratara de un trayecto nocturno, de asomarme por las ventanillas para ver cómo los vaqueros perseguían a los indios y viceversa... 

Por la noche nos dormimos los tres en el mismo compartimento. Por la madrugada me desperté con la urgencia de descargar la vejiga, así que medio dormido, me levanté, abrí la puerta de lo que creía que el baño e hice lo que tenía que hacer. Por la mañana descubrí que aquella era en realidad la puerta del armario y que había hecho mis necesidades sobre los zapatos de mi abuela, quien extrañada, no entendía cómo era posible que sus zapatos estuvieran mojados. Hay veces que es mejor callar... y esta era una de esas.

Finalmente llegamos a Gijón y ahí estaba la familia esperándonos. Creo que nos recibieron mí tía Layi, prima de mi madre, mi tío José, esposo de ésta, mi tía Eladia, hermana de mi abuela, mi tía María Jesús, hija de la última y hermana de Layi, y Tito, su esposo. Como era de suponerse, primero se fijaron fue en mi corte de pelo y, con ello, empezaron las críticas hacia mi padre, para después darme la bienvenida.

Aquí me detengo para no abrumar más a los lectores, si bien prometo que en un futuro seguiré con esta breve crónica autobiográfica