lunes, 13 de julio de 2015

Antihispanismo inoculado

Cuando tenía seis años era un neoindigenista hecho y derecho. Odiaba a los españoles porque, según me dijo mi maestra, los malditos españoles le habían quemado los pies al noble Cuauhtémoc por su maldita codicia. Sí, me negaba a personar a los españoles porque habían ocupado estas tierras, oprimido a sus pobladores y expoliado sus riquezas... ¡Malditos bastardos!

Corrían los tiempos del echeverrismo y yo no hacía más que sumarme a ellos y vivirlos con la intensidad propia de quien ha sufrido una injusticia atávica. Este hubiera sido un comportamiento normal para muchos, pero no en mi caso por dos motivos: mis padres eran españoles y estudiaba en el Colegio Madrid (fundado en 1941 por los exiliados españoles en México). 

Como mi papá se acababa de naturalizar como mexicano, enfocaba toda la ira de mi enojo neoindigenista en mi mamá. Le decía, y cito textualmente, "regrésate con el señor Franco" (menudo favor le hacía a ese bicho anteponiendo a su nombre la palabra "señor"), "¿por que los tuyos le quemaron los pies a Cuauhtémoc?" y otras imbecilidades que le arrancaban muchas sonrisas y algunas carcajadas.

Sin embargo, lo que en verdad le preocupaba era el origen de mi antihispanismo. No le fue difícil llegar a la conclusión de que éste se hallaba en la escuela. Su sorpresa fue mayúscula pues si bien ella era franquista y el colegio tenía algunas puntadas que sencillamente la podían sacar de quicio (como que nos enseñaran que la bandera española era la republicana), una parte fundamental de su ideario era fomentar entre sus alumnos el amor a España y a México.

El origen del problema resultó ser Carmen, mi maestra. Era una mujer bajita y regordeta que carecía tanto del sentido del humor como del de la estética. Se teñía el pelo de un color negro azabache que marcaba más las arrugas de su cara y que era un recordatorio constante de que sus mejores años eran cosa del pasado lejano.

Jamás se mostró agradable o tuvo palabras de aliento para nosotros. Era de la vieja guardia. Parece ser que se formó en esa escuela en la que felicitar al alumnos era muestra de debilidad mientras que reprocharle el error era parte de su deber. Se educó como pedagoga en una época en la que la historia oficial se centraba los aspectos negativos de la conquista española y atribuía a ésta todos los males que padeció México una vez consumada su independencia. Así, para ella era muy natural no perder la oportunidad para restregárnoslo en la cara y para narrarnos varias ocasiones, y con lujo de detalles todos los suplicios que los españoles aplicaron a los indígenas en plena orgía de barbarie y codicia. 

A reserva de lo anterior, reconozco que también tenía motivos de sobra para ser más amarga que el agua quinada. Más de una vez nos confesó que por las tardes trabajaba por necesidad en una primaria oficial lejana, con grupos grandes y alumnos que en su mayoría padecían los estragos del hambre crónica y del maltrato familiar. 


domingo, 5 de julio de 2015

Esa mano "santa"

Dicen los psicólogos que los traumas que más nos marcan como seres humanos son aquellos que tenemos en la infancia y aunque no son necesariamente una cadena perpetua, lo cierto es que hay algunos que requieren de verdaderos exorcismos para liberarnos de ellos. Confieso que tengo uno que viene desde mi tierna infancia, uno que se remite a los 7 años y que me sigue atormentando, uno cuyo origen no atribuyo a mis padres –que me perdone Freud– sino a Álvaro Obregón y su méndiga mano.
En el México de mediados de los años setenta del siglo pasado la Revolución lo era todo: motor de la felicidad nacional, principio y fin de nuestra existencia como nación, fuente de agradecimiento eterno hacia quienes pelearon y murieron en ella, génesis de una gran familia que había decidido perpetuarse en el poder por el bien de los mexicanos y auténtica pesadilla para muchos niños que no entendíamos absolutamente nada de ella.
Como parte de este circo los alumnos de primaria éramos llevados una vez al año al Parque de La Bombilla para visitar el monumento a Álvaro Obregón. Era una peregrinación parecida a la que realizan los musulmanes cuando visitan La Meca, sólo que aquí en vez de venerar a una piedra venerábamos algo más que el recuerdo de un prócer de la patria.
Recuerdo que aquel recinto me impresionó por sus dimensiones colosales y por la blancura de sus paredes y piso, pero me desilusionó la sencillez de su interior. Había ido con la idea de visitar un museo –así nos lo había hecho creer nuestra maestra– y me encontré con un recinto que era vivo testimonio de la austeridad revolucionaria. ¡Menudo fraude!
Sin embargo, pronto descubriría a la mala que aquello no era ni museo ni espacio ordinario, más bien se asemejaba a un circo del horror. En una parte del pasillo vi cómo mis compañeros ahogaban algunos gritos y risas nerviosas mientras se apelmazaban en un círculo que crecía poco a poco. Algo bueno debe estar pasando ahí, pensé, para que el “buleador” oficial del grupo estuviera ahí. Ni tardo ni perezoso me abrí paso como Dios y mis codos me dieron a entender hasta que al fin me encontré cara a cara con el origen del alboroto: un frasco lleno de formol en cuyo interior había una mano blanquecina con las uñas perfectamente cortadas y los dedos contraídos de tal forma que parecía que guardaban celosamente un tesoro. En la parte posterior se desprendía una serie de hilillos que guardaban un parecido perturbador con espaguetis bañados en crema.
El encuentro con este legado orgánico de la Revolución mexicana me tomó por sorpresa. Era evidente que aquel objeto me causaba repulsión pero tampoco podía quitarle la mirada de encima. Me hubiera podido quedar así por horas, de no ser porque al poco tiempo empecé a sudar frío y sentí que todo me daba vueltas. Con la ayuda de un compañero salí del recinto, me senté en las escaleras y poco a poco recuperé la compostura.
Debut y despedida. Juré que nunca más volvería a poner un pie en ese monumento en lo que quedaba de vida. Y así ha sido, sin importar que en 1989 la familia de Obregón tomara la sabia, y necesaria, decisión de retirar de exhibición la mano para cremarla y poner en su lugar una réplica de bronce. Aún así no me confío, por lo que cada vez que camino por el Parque de la Bombilla rodeo todo lo que sea necesario para evitar el monumento, pues tal como lo dijo el Freud mexicano “allí me hiere el recuerdo”.


Sobre la tercera época de este blog

Cuando inicié este blog a inicios del año 2009 acepté el reto implícito de procurarlo y cuidarlo con  la regularidad requerida. Los primeros años la labor resultó sencilla. Tenía mucho que decir y opinar, mucho que compartir con los otros, mucho de que quejarme.

Sin embargo, con el tiempo las cosas cambiaron. Aclaro que no fue pereza; por el contrario, tenía la intención de seguir escribiendo pero, lo cierto, es que cada semana que pasa me costaba más trabajo encontrar una anécdota que compartir o un tema que comentar. Fue así como me quedé vacío de tal manera que las entradas fueron disminuyendo en número y en frecuencia hasta que el blog murió.

Tiempo después lo intenté resucitar. Fue se segunda época que resultó ser un fracaso completo como consecuencia del bloqueo mental que tenía. Bastaron un par de entradas para que el blog volviera a entrar en coma, en un coma del que pensé que jamás volvería a despertar.

Me equivoqué. A más de un año de haber guardado silencio, hoy tengo el deseo y la necesidad de volverle a dar vida a este blog, de alimentarlo de nueva cuenta y de compartir con quienes así lo quieran mis anécdotas, comentario, ideas...

Dicho lo dicho, estimados lectores, estén pendientes pues este blog pronto a compartirles sus entradas.

jueves, 6 de febrero de 2014

Tener criterio no es sinónimo de ser optimista

Una de las frases más culpógenas -si no es que se trata de una de las peores maldiciones- es la de "alguna vez serás padre y entonces lo comprenderás". Mi madre me lanzó tantas veces ese dardo que quedé inmune... hasta que me llegó la paternidad. Sólo entonces caía en la cuenta de que más que una amenaza, aquella era una advertencia a la par que consejo: hay cosas que uno las puede entender solo hasta que tiene la oportunidad de vivirlas.

Si de frases se trata, tengo una, inspirada en la anterior, que hace tiempo que me está rondando: "alguna vez serás profesor y entonces lo comprenderás". Esto puede sonar como una babosada pero no lo es. Un salón de clases es un pequeño teatro en el siempre se  monta una obra de teatro que siempre se parece a la del día anterior, pero que jamás es igual a ella. Cuando fui estudiante de preparatoria y la universidad me tocó ser espectador y disfrutar del sufrimiento que representaba para algunos de mis profesores -actores principales del montaje- preguntas como:

1.- ¿Existían hoteles de lujo en la Roma antigua?
2.- ¿Mao Tsetung es el nombre de una dinastia?
3.- ¿Neta que no hay que matar a las ovejas para trasquilarlas? 
4.- ¿Los sirevos de un feudo podían entrar al bosque del señor para cazar mariposas?

A mi me daba gracia ver la cara que ponían los maestros y sus intentos, muy mal disimulados, para no llamar imbéciles a quienes preguntaban tales tonterías y, en cambio, contestar de manera respetuosa. Me daba gracia, también, porque como entonces siempre me las daba de listo, decía "si yo fuera el profesor, a est@ yo l@ hubiera sacado del salón por pendej@".

Si dejera que la vida fue la que me dio la oportunidad de ponerme a prueba sobre lo anterior, mentiría vilmente. Fui yo quien decidió entrar al quite de la docencia sin tener consciencia de que con ello me estaba poniendo a prueba y de que el karma no es una leyenda urbana (sé que en este momento varios pensarán: "¿Y ahora quién es el pendejo?).

Así, dejé de ser el espectador de la obra de teatro para ser su actor y aprender que la frase "nadie aprende en cabeza ajena" es tan lapidaria como verídica. Pronto me vi acosado con preguntas mucho peores que las que arriba escribí. las primeras veces tardaba en responder pues dudaba entre tener un arrebato de honestidad o limitarme a responder. Siempre opté, y he optado, por la segunda opción. Fue entonces cuando comprendí que esos profesores eran auténticas figuras del estoicismo en el salón de clases, mártires de la docencia y sufridas víctimas de la ignorancia juvenil. Yo, en cambio, era un vil cínico que prefería guardarse sus opiniones antes que perder el empleo.

Con el tiempo adquirí el criterio suficiente para entender que hay estudiantes que hacen ese tipo de preguntas porque son víctimas de la ignorancia, muchas veces a su pesar, pero que al mismo tiempo evidencian su deseo de aprender. Para ell@s mi respeto.

Quiero aclarar que mí conversión no fue al estilo bíblico y que después de ella vi en todos mis alumnos amor y bondad. Como dije, adqurí criterio, pero no me volví un optimista de "full time". Empecé a desarrollar una aversión, a veces muy notoria pese a mis esfuerzos, por aquell@s estudiantes que además de ignorantes son pereozos@s, que asumen que la chamba de uno es entretenerles y hacer que aprendan pese a ell@s mism@s. A esta banda la tengo muy bien identificada porque siempre enseña el cobre de la misma forma: por su actitud.

Hay un caso que me llama la atención por ser la encarnación de la mexicanísima frase "qué huevos tan azules". Se trata de una persona que cada dos por tres interrumpía la clase con una frase "A ver, a ver. Ya me perdí" y tenía la "virtud" de enrevesar lo que yo había explicado durante los últimos cinco minutos y de hundir en el caos al resto de sus compañeros. En cambio, mostraba una especial diposición para cuestionar y tildar de ilegal (¿?) e injusto cualquier cambio que implicara hacer más tarea, realizar una labor extraordinaria o sacrificar un par de horas para adelantar una clase. Gracias a esta persona entendí a lo que se refirió Benito Juárez cuando dijo aquellos de que "para mis amigos la interpretación de la ley, para mis enemigos la ley". Confieso que en ese sentido, soy un juarista de pies a cabeza.

martes, 7 de enero de 2014

Esa poderosa arma de doble filo que se llama...


Me resulta difícil definirla. Para algunas personas es una cuestión de galantería, para otras es un anhelo; hay quienes lo ven como último recurso cuando la relación es tan fuerte como un flan, otros, en cambio, lo consideran un negocio que les permite sobrevivir a medias. Mi esposa  lo ve como un sueño tan lejano que parece ser que ya se ha dado por vencida, en tanto que yo aún no canto victoria por tratarse de una asignatura pendiente.

Estoy hablando de las serentas, de esos aquelarres musicales que gracias a las películas de antaño aún tiene muchos "fans" en nuestro país. Si, culpo al cine porque nos la ha vendido de tal manera que parecen un remedio (machista) multifuncional, ¿Que la dama se hace del rogar y aún no te da el "sí"?, pues llévale serenata; ¿que tu suegra te tiene más atorado que una flema de bronquitis en plenitud?, pues llévale serenata; ¿que después de darte el sí, ahora la morra te mandó a volar?, pues llévale serenata; ¿que ya te reconciliaste con ella?, pues llévale serenata; ¿que te duele la muela?, pues llévale serenata...

Sé que con este comentario acabo de enseñar mi talante anticlimático y antiromántico y no lo voy a negar pues me reconozco como una madera que jamás agarrará ese barniz. Y aunque ello no me quite el sueño quiero, al menos, explicar el origen de lo que varios lectores están definiendo ahora como un brote de amargura.

Tengo un amigo de hace muchos años (cuyo nombre omito en un deseo ferviente por no perder su amistad) que es un enamoradizo empedernido. Pocos son los hombres que conzoco que tienen tanta facilidad para enamorarse de todas las mujeres y tanta capacidad para sufrir por ellas. Si bien con el paso del tiempo empezó tener callo en estas lides, hubo una vez en la que el desamor le pegó con fuerza. En aquella ocasión lo cortaron y por más que los amigos le insistíamos en que se olvidara de aquella "harpía malagradecida", no lo logramos. No existía poder humano, ni sobrehumano, que se la quitara de la cabeza.

Una tarde lluviosa me llamó a la casa para decirme que tenía el plan perfecto para recuperarla esa noche. En efecto, amigo lector, pensaba llevarle serenata... o al menos algo que se le semejaba. Como en aquellos tiempo nuestras finanzas se encontraban en un estado de precariedad continua, se le hizo fáciol substituir al mariachi por un casete (sí, leyeron bien, un casete) y al guitarrón por un equipo de sonido elemental conocido como "grabadora". Me vendió idea, que a su vez la había tomado de una película, como infalible, aunque ahora creo que no debía estar tan seguro cuando me solicitó que lo acompañara.

La propuesta era sencilla. Entraríamos al edificio donde vivía aquella "mala mujer" sin que ella se entrerara (gracias a que mi amigo conocía al portero), pondríamos la grabadora cerca de la puerta de su departamento, la encenderíamos y, en palabras textuales de él, "dejaríamos que el amor fluyera". El plan terminaba con un final feliz: él entraría al departamento para consumar la reconciliación y yo regresaría a casa más solo que la una.

Dicen que la música de The Police posee un efecto tranquilizador en quien la escucha, pero en el caso de estar mujer fue todo lo contrario.Tal vez ella estaba muy tranquila con la ruptura, puede ser que llegáramos en un mal momento o que la selección musical no fuera de su agrado; pero en el momento en el que sonaba en el remix, hecho de manera artesanal por mi amigo, el estribillo de la canción "Don't stand so close to me" (ojo con el inglés, galanes), se abrió la puerta y salió la susodicha como un demonio. Nos gritó y lanzó una retahíla de improperios propia de quien tiene un buen dominio del español, tras lo cual pateó la grabadora y la estrelló contra la pared con tanta fuerza que quedó regada  por todo el pasillo a manera de pedazos. Fue de esta manera como el final pasó de ser feliz a ser una desgarbada e improvisada huída.

Justo es por lo anterior que afirmo que la serenatas es una poderosa arma de doble filo...





martes, 31 de diciembre de 2013

El 2013 se va, se va...

Sé que no tengo perdón de Dios. Las pocas entradas que escribí fueron al inicio y al final de este año, y, sin embargo, estoy ahorea reflexionando sobre la totalidad del año.Una disculpa, pero ni modo, así soy de impresentable.

A reserva de otras ocasiones, no pienso quejarme ni lanzar improperios contra el 2013 pues, en general, me trató muy bien en lo académico, personal y profesional. Claro que hubo excepciones, algunos momentos malos, pero ¡bah!... ¿a quién le importa?

Entre todas las cosas que me quedaron pendientes y que ya quiero corregir es esta, la de mi blog. Lo descuidé mucho por motivos que expresé en una entrada anterior (la penúltima, me parece)  y, para ser sincero, hubo momentos en los que lo extrañé por ser un espacio catártico donde la alegría, el enojo, la nostalgia y los recuerdos se entremezclan y me permiten lo mismo desahogarme que entretenerme.

Si algo me enseñó este año, y en parte el 2012, es que hay que hacer las cosas con decisión para tener más posibilidades de éxito y si no éste no llega, ni modo, hay que seguirle dando duro para alcanzarlo. ¡Vamos, nadie es tan mal como para no alcanzar más de un triunfo en la vida de vez en cuando!

De igual forma, no hay que esperar a que llegue una fecha especial, como el fin de año, por ejemplo, para iniciar  o retormar un proyecto o para corregir el rumbo de uno que ya esté en marcha. Cualquier momento es bueno mientras uno tenga la motivación para hacer lo que quiera, y deba, hacer.

En fin lo que importa, amigo lector, es que el año 2014 sea generoso contigo en todo lo que necesites y en todo lo que quieras y, sin que sea, amenaza, nos volvemos a leer.

¡Un saludo!

martes, 17 de diciembre de 2013

El efecto Ferris Bueller

Tal vez para muchos el nombre de "Ferris Bueller" no les absolutamente nada, pero para quienes ya teníamos uso de razón  -o al menos eso creíamos- en los años 80, nos remite a una joya de la filmografía ochentera "Ferris Bueller Day's Off".

Escrita y dirigida por el inolvidable John Hughes, y protagonizada por Matthew Broderick, la película trata sobre algo que todos hicimos en nuestra época de estudiante, irnos un día de pinta, pero en lo que nunca tuve con éxito: evitar ser descubierto. Además de los toques holywoodescos que posee, la trama me resultó muy atractiva pues tiene mucho de aspiracional. Al salir del cine yo quería ser un Ferris Bueller profesional, un joven que se quedara con la tajada y el pastel, que se saltara las reglas sin que tuviera que pagar consecuencias por ello. Bastó un intento fallido para que me diera cuenta de que ese no era mi camino.  

Lo curioso de este fracaso es que no me impidió reconocer que en la vida si existen personas así; hombres y mujeres que hacen lo que se les da la gana y que siempre se salen con la suya y que las únicas secuelas que padecen por ello son, invariablemente, positivas. Eso es lo que denomino "El efecto Ferris Bueller".

Seamos sinceros. Todos hemos tenido un Ferris Bueller en la vida. Me acuerdo en especial de un alumno al que todo lo salía bien, al grado de que hizo una burrada tan colosal, que pensé que ahí iba a terminar su vida estudiantil. ¡Cuán equivocado estaba! Lejos de ser expulsado, su expediente quedó sin mácula, se posicionó como un estudiante ejemplar y recibió una disculpa por parte de las autoridades.

Para ser parte de este efecto, hay que tener un desparpajo y desfachatez comunales, un desprecio bestial por las reglas y los convencionalismos, un espíritu valemadrista descomunal y, por encima de todo, una gran inteligencia.

Lo de la inteligencia es básica, indispensable me atrevería a decir, porque este juego no consiste en evitar ser descubierto (tarea imposible de conseguir); lo más importante en realidad es convertir esos fracasos que todos tenemos en la vida en éxitos poderoso, en ponerle a la derrota el maquillaje de la victoria y en ocultar nuestras debilidades tras fortalezas debidamente exageradas. Ese eso consiste el verdadero  "El efecto Ferris Bueller".

Y para que no se me acuse de ser un egoísta o un grinch, aquí les dejo una de las escenas que más me gusta de la película:






viernes, 21 de junio de 2013

Viernes de resurrección


Ignoro si tal vez sea la lluvia, la entrada del verano o el antigripal que estoy tomando, pero lo cierto es que hoy este blog ha resucitado. Hace seis meses su dueño lo dejó morir de inanición por considerarlo un estorbo que quincena tras quincena parecía demandarle más tiempo e ingenio para nutrirlo; de ahí que prefiriera dejarlo en el peor de los olvidos, que no es otro que el del olvido premeditado.

Cuando le di vida, juré y perjuré que jamás lo abandonaría, que siempre lo tendría al día y que en él experimentaría las catarsis más profundas y liberadoras de mi vida. Y así fue hasta que, con el paso de los años, empecé a sentir que la labor se convertía en una cuesta arriba y que el goce se transformaba en una carga cada vez más pesada. Así, pensar en escribir una entrada se convirtió en un proceso tormentoso, en una tortura intelectual frustrante que me hacía sentir seco y vacío. ¿De qué más podía escribir? ¿qué otras cosas podía compartir con otros? ¿qué quería comunicar a los demás? La respuesta a todas estas preguntas era siempre la misma: NADA.

Pero como bien dice el filósofo: "unas buenas vacaciones lo arreglan todo"; así que hoy decidí resucitar al muerto, revivirlo de sus cenizas y darme una nueva oportunidad  para continuar un proyecto que inicié el 12 de enero de 2009 y que, a pesar de todo lo antes dicho, creo que bien vale la pena continuar, sólo que ahora bajo el principio de "despacio, que tengo prisa"...

jueves, 31 de enero de 2013

Ir al espacio





Esta semana se cumplieron 27 años de que el transbordador espacial Challenger explotó al poco tiempo de haber despegado. Aunque me encontraba en el colegio, la noticia logró filtrarse, lo que representaba un logro especial en un tiempo en el que los teléfonos celulares, las redes redes y el ciberespacio era más cosa de la ciencia ficción que de la realidad, al menos de la mía.


Ese día los cortes informativos fueron abundantes y los noticiarios cedieron todo su tiempo a repetir sin césar la imagen de la explosión del orbitador. Reconozco que tenía algo de hipnótico observar como una sólida y pesada máquina se desintegraba en segundos y como, a la distancia, los cohetes de que lo transportaban dejaron de dibujar franjas paralelas en el cielo para esbozar una especie de alacrán.

La noticia me impactó, lo mismo que a mi amigo Juan Guillermo. No era para menos si considero que fue la primera vez que atestigüé el tránsito de la vida a la muerte, en este caso tan fugaz, que supongo que los astronautas ni siquiera se enteraron de lo que les sucedió...

Como consecuencia de lo anterior, me empezó a llamar la atención el tema de los viajes especiales y empecé a preguntarme cómo se sentiría viajar más allá de la tierra y pasar un largo rato (aunque no tanto como aquel pobre cosmonauta que estaba en el espacio cuando desapareció la Unión Soviética por lo que tardaron casi un año en traerlo de vuelta) sin gravedad, ni arriba o abajo; dándole la vuelta completa a la tierra cada 90 minutos e intentando observar las estrellas desde una pequeña escotilla.

Lo cierto es que vivimos en un mundo contradictorio en el que al tiempo en el que la NASA abandona el programa de los transbordadores espaciales, las oportunidades de que más personas puedan visitar el espacio. No obstante lo anterior, no estoy alegre pues mi problema no queda resuleto: si antes era la falta de oportunidades, ahora es la falta de dinero. 

En fin, parece ser que nada me da gusto una vez más, ¿verdad?

lunes, 21 de enero de 2013

El año nuevo y la etiqueta

Un año nuevo ha empezado y, sin embargo, sigo siendo el mismo de siempre, o al menos eso creo. Esta transición del 31 de diciembre al 1° de enero no me marcado de manera tal que me sintiera diferente o, de perdida, quisiera ser diferente.

Esto lo saco a colación porque con el inicio de cada año hay una duda que habitualmente me asalta. No es una trascendente o fundamental, mucho menos una de la que pueda depender el buen desarrollo de lo poco menos de los doce meses que quedan por delante. Se trata de una inquietud que bien puede ser vista como de etiqueta: ¿hasta qué momento de enero es pertinente, o necesario, desearle a la gente que tenga un feliz año?

Resulta obvio que en los primeros días del mes el buen deseo es de etiqueta por ser oportuno y hasta necesario, pues me resulta evidente que si guardo mutis, la gente dirá que soy un amargado y desconsiderado, lo que si soy aunque no de tiempo completo. Pero honestamente, conforme pasan las semanas, la historia me empieza a cansar y le receto a todos los que me encuentro el mismo rollo, que me lo he memorizado de tanto repetirlo. Ese es el momento preciso en el que me asaltan las dudas.

Al principio me digo que el criterio debe ser el primer contacto que tengo con la gente en el año. Sin embargo, hay dos consideraciones que me enfrían. La primera es ¿y si ello sucede en mayo o junio, el otro no me tomará por un loco o, peor aún, por un optimista trasnochado? La segunda es más grave, pues luego me topo con personas que son testimonio encarnado de cuán cabrona es la vida, de tal suerte que cualquier buen deseo que les exprese podrían interpretarlo como una manifestación más de mi espíritu socarrón.

El caso es que al final del día me quedo entre la espada y la pared pues no tengo ni idea de qué hacer ¿cumplo con la etiqueta y me siento ridículo o me la paso por el arco del triunfo y soy un ordinario? Año tras año le doy vueltas al asunto y jamás encuentro una respuesta. pero no quito el dedo del renglón pues creo que algún día o resolveré.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Un año más que se va

 Me resulta imposible separar me de la cursilería de hacer al final del año un recuento de lo mucho o poco que sus doce meses me dejaron. Advierto, en consecuencia, que lo que a continuación escribiré forma parte de una tradición que inicié hace cuatro años y que más que ser una presunción. debe ser entendido como un una catársis.

Ha sido un año difícil, si bien recuerdo que en su inicio no fue así. Su primera mitad fue muy generosa, Me permitió conocer gente, reencontrarme con amigos, visitar lugares nuevos; también le dio salud a mi familia y, raro en función de los últimos años, ninguno de esos sobresaltos que, como a cualquiera, me hacen recordar lo efimera  que es la vida.

La segunda parte fue harina de otro costal. Tuve mucho trabajo (a Dios gracias) que no pude ordenar ni dosificar por lo que me chupó la energía. Muestra de ello es este blog, cuyas entradas diosminuyeron en número a partir de entonces. lamentablemente no podía ser de otra manera cuando el cansancio era tal que tenía pocas ideas y nada de fuerza para escribirlas.

Luego vinieron esas cartas de rechazo (muchas sin explicar los motivos) que tan sólo fueron la antesala de las calabazas que me dio el CONACyT. Estoy consciente de que lo último fue consecuencia de un error por mi parte y ello hizo que la situación me resultara más llevadera. No obstante lo anterior, también fue un motivo para mandar a la chingada todo lo relacionado con la investigación al menos hasta el siguiente año, promesa que no respeté y rompí hace un pare de días (dicen que "más vale tarde que temprano").

Pero diciembre es el mes que se ha llevado la palma como el peor mes del año. Ya desde finales de noviembre y por razones que no me quedan claras (al estar escribiendo estas líneas mi insconsciente ha de estarse partiendo el culo de la risa), me las quise dar de Ebenezer Scrooge y dejé que algunos fantasmas del pasado me visitaran y me jodieran por un largo rato. 

Claro está que luego siguieron los fantasmas del presente cuyas formas son diversas. Están esos pocos que  intenté formar en el salón de clases y que, tal como apunté en mi entrada anterior, fueron deshonestos e incapaces de asumir las consecuencias de sus actos; se encuentran también los que son muy platicadores y cordiales pero que al momento de la verdad pasaron de mí o, de plano, desaparecieron. Por último hay una aparición muy especial: aquella que sin ser nada mío en realidad, está casada con mi padre y quiere dárselas de mi madre.

No escribo todo esto a manera de queja, más bien como reseña; una reseña que es una diarrea de ideas que, como tal, pretende limpiar mi mente y espíritu para que pueda recibir el año que viene sin propósitos pero con mejor talante.

Muchas felicidades y mis mejores deseos para el año 2013.


martes, 18 de diciembre de 2012

Esta entrada la dedico a....


Esta entrada te la dedico a ti, a quien no escucha advertencias desde el inicio y crees que eres más inteligente que cualquier otro, en especial de todos los que de alguna manera te rodeamos.

Te la dedico a ti, la persona que no tiene empacho de traicionar la confianza de los demás al apropiarse de aquello que no le pertenece y lo hace pasar por suyo.

Te la dedico a ti, el individuo que está convencido que el fin, siempre el propio, claro está, es el más importante y y que se encuentra por encima de cualquier norma o supuesto ético.

Te lo dedico a ti, ese individuo que cuando es descubiert@ siembra la duda y confunde a los demás antes de reconocer el fallo; el/la mism@ que fácilmente culpabiliza a otros --más aún si se encuentran ausentes--  de la deshonestidad propia con tal de huir del "barco que se hunde".

Te la dedico a ti, a quien su cobardía le lleva a poner en riesgo el esfuerzo que hacen sus padres (y los de sus compañer@s) para pagar sus estudios y que tiene el aplomo de recurrir y mentir al mismísimo diablo para que le ayude a salirse del problema.

Te la dedico a ti, alumn@ quien piensa que puedses hacer tontos a tus profesores pues asumes que sabes más que él/ella y que nada de lo que te enseña te será de utilidad ahora, y mucho menos en el futuro.

Si, te a dedico a ti para desearte suerte pues, siendo como eres, la necesitarás mucho.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Hace justo seis años

Hace justo seis años me volví un obseso del calendario. Día a día observaba sus hojas y las marcaba mientras esperaba que el momento final llegara. Al principio lo tomé con calma, pero conforme los meses pasaban ésta desapareció y la intranquilidad me fue ganando hasta que se apoderó de mí.

Era el 2006 y trabaja en el Instituto Nacional de Bellas Artes. Todos sabíamos que el 30 de noviembre terminaba nuestro ciclo y que a partir de entonces, nuestro tiempo ahí estaba contado. Nada que ninguno de nosotros no supiera y, sin embargo, no dejó de ser algo perturbador.

En realidad, tomé consciencia de la situación en una de las últimas juntas, cuando el jefe nos reunió para decirnos que, en virtud de los tiempos que estábamos viviendo, nos recomendaba que actualizáramos nuestros Curriculums Viate pues los íbamos a necesitar. Entonces supe que la cosa iba en serio y que era momento de ponerme alerta.

Sin embargo, lo anterior fue el inicio del vía crucis pues a continuación siguieron los famosos rumores. Todos los días había una supuesta novedad sobre quién se iba a quedar en la Secretaría de Educación Pública o en el Instituto de Bellas Artes. Semana tras semanas los nombres cambiaban y con ellos las perspectivas del futuro. En esos días las llamadas telefónicas aumentaron, al igual que los cuchicheos en los pasillos, y los arreglos al estilo que "no te preocupes, si me voy, te vas conmigo, pues somos equipo, ¿no?".

La verdad es que la sensación era horrible. A veces me lo tomaba a la ligera y bromeaba con la situación, en otras no pegaba el ojo toda la noche inventándome historias de despedido y prolongado desempleo. También había momentos en los que pasaba varias veces por estos estados en un mismo día. Si mi estancia en el gobierno fue inolvidable, por lo buena, los dos últimos meses me hicieron maldecir en momento en el que se me había ocurrido aceptar un trabajo en el gobierno.

En fin, lo importante aquí no es el final de la historia, si no recordar a mis compañeros del INBA que están pasando por la misma situación y que, conociéndolos como los conozco, sé que no tendrán problemas en salir adelante... una vez más.

jueves, 18 de octubre de 2012

¡Horror! La moda de los ochenta II

Visto el tema de la música y de los "looks" de los cantantes, no puedo dejar de hablar de la ropa. ¡Vaya dolor de cabeza implicaba estar a la moda, más aún por lo cambiante que era!


Algo que recuerdo con claridad fue el tema de los colores de la ropa. Hubo un tiempo en que éstos eran tan descaradamente chillantes que muchos les llamábamos chígamelasretinas. Si ya en la sombra resultaban molestos, verlos cuando caía el sol a plomo era un atentado contra la vista, una verdadera invitación a quedar ciego. Sin embargo, lo peor fue que una vez que me empecé a acostumbrar a este exotismo, la moda dio un giro de ciento ochenta grados al imponerse los colores pastel.

Recuerdo que era el tiempo en que estabanen voga los aerobics -vaya un abrazo para Chuck- y que éstos marcaron la moda femenina con los famosos "calentadores", una especie de calcetas abiertas por arriba y abajo que se ponían en las piernas para cubrir las espinillas. Las chicas se veían extrañas, hay que decirlo, si bien creo que era una cuestión relacionada más con estética, pues en poco tenía que ver con tener frío o calor.

Los chicos no nos quedábamos atrás. Muchos recordarán la costumbre de ponernos un chaleco acolchonado encima de la chamarra, sin importar que nos encontráramos a cientos de kilómetros del charco más cercano. A fuerza de ser sincero, debo confesar que aquello tenía lo mismo de "in" que de ridículo. ¡Y qué decir de esos jeans de tubo -herencia directa de los temibles años setenta- que tenían pequeñas rayas blancas verticales o de aquellos que uno compraba para romperles estratégicamente las rodillas!

Claro está que había opciones para quienes no gustaban del estilo pandrosón y apostaban por un estilo "nice casual". Muchos optaban por vestirse con la firma de moda -Guess-. Una camisa formal, de preferencia a rayas, acompañada por unos jeans formales (si eso puede existir) y un buen par de "topsiders"era el uniforme de much@s. Bastaba ir a un antro de moda para ver una pasarela de clones... si señor.

Visto lo visto, debo reconocer la sabiduría de quien dijo alguna vez que "de la moda, lo que te acomoda".

domingo, 16 de septiembre de 2012

¡Horror! La moda de los ochenta I

 Creo, como otros tantos también lo creen, que hay una gran verdad en ese refrán que dice de la moda, lo que te acomoda. Aunque para muchos la moda es lo in, para mi es un ivento hecho para sacarle más dinero a la gente y, de paso, homogeneizarla.

A cada época le corresponde una moda que la identifica, que la marca, con ciertas características siempre estarán condenadas a dejar de estar vigentes pronto para entrar en es categoría onmívora que es "lo retro". En ese sentido, una de las modas más fea, aunque bastante divertida, fue la de los años ochenta.

Como ninguna época, los ochenta marcaron el boom del gel. Chicas y chicos consumían este producto en cantidades industriales para alborotar su cabello, cuando lo tenían liso, o para aplacarlo en caso de que lo tuvieran rebeldón.Me resulta imposible imaginar si quiera los millones de litros de gel que se usaron para moldear de forma poco natural los peinados de una juventud que navegaba entre el "afro guango" y el "punk anémico".

 El tema del peinado estaba muy ligado al de la música, de ahí que bastara con ver a la gente para saber sus gustos. Las chavas que lo usaban corto de la frente, pero largo por los costados y por atrás, eran medio punketonas, hipótesis que se comprobaba si, además, lo traían pintado de azul, morado o verde. Si lo traían bicolor (negro y rubio), medio rizado y con un moño por la zona de la coronilla era émulas de Madonna (las famosas "madonitas"). Si por contra, lo usaban largo, de raya en medio y en capas, no cabía la menor duda que seguían a Bonnie Tyler; si lo adornaban con una banda deportiva en la frente, eran seguidoras de la película "Flashdance" o de la serie "Fama".

En lo chicos el asunto no mejoraba. Traerlo corto por atrás y por los lados, pero largo y erizado de frente equivalía a reconocer que se era fan de "Animal", vocalista de Kajagooggoo. Si, en cambio, el pelo del frente y la coronilla tenía volumen era prueba manifiesta de que lo de uno era "Aha" o, bien, que su alter ego era Don Jonhson. Usar una melena hasta la mitad de la espalda era una señal un tanto ambigüa, pues lo mismo indicaba preferencia por el Heavy Metal que por el Glam Rock. Decolorárselo, traerlo ligeramente corto y parado como un puerdo espín era una muestra de adhesión a Billy Idol.

Lo interesante de ello, como de otros aspectos de la época, es que entonces había una gran vareidad de tendencias a la que acompañaba una suerte de valemadrimso que hacía que le gente saliera a la calle con el peinado que le viniera en gana y sin que se preocupara por lo que los otros fueran a pensar. Creo que es este uno de los aportes fundamentales de los ochenta

miércoles, 29 de agosto de 2012

La (in)justicia en el salón


He cumplido veintiún años como profesor. Conozco a gente más o menos de mi rodada que puede presumir de llevar más tiempo en el oficio y de hacerlo mejor; sin embargo, para mí ha sido un auténtico logro si consideramos que cuando empecé la carrera en mis proyectos no entraba el de ser profesor.

En el salón de he aprendido muchas más cosas de las que jamás hubiera pensado y he escuchado otras que jamás hubiera querido saber. He conocido tantas personas que mi limitada memoria es incapaz de recordar todos sus nombres, lo que es motivo de una de mis mayores vergüenzas. En todo estos años me he hecho de algunos amigos buenos, de algunos enemigos manifiestos y de otros que perteneciendo al primer grupo optaron por pasarse al segundo.

Han sido días que se han convertido en semanas, meses y años sin darme cuenta; días en los que vienen a mi recuerdos de mi época de estudiante; días en los que me veo en el espejo de mis profesores para tomar lo bueno y evitar lo malo, siempre en la medida de lo posible. Como cualquier persona que ha puesto un pie en el salón de clases, me he topado con maestros de todo tipo. Honestos, sencillos, divas, tranzas, simpáticos, comprometidos, chambistas, ojetes, agradables, improvisados, cultos, perros, barcos, justos e injustos.

De ellos aprendí a intentar ser justo en el trato con mis alumnos, en particular al momento de evaluarlos. Algunos fueron ejemplo claro de ello, como aquella doctora en historia que le dijo a un compañero de la maestría, tras preguntarle de qué trataba la lectura de esa sesión, que si no había leído que al menos no le quisiera ver la cara con improvisaciones; o cuando un profesor muy querido del posgrado me confesó que se le caía la cara de vergüenza con nosotros por el curso que nos estaba dando (no era para menos pues le exigieron  que lo impartiera con menos de dos días de antelación). Hubo otro, de literatura en preparatoria, que de tanto decirnos que nos reveláramos contra todo tipo de injusticias, terminó siendo despedido sin que siquiera nos reveláramos.

En cambio, conocí otros cuyo ejemplo me bastó para saber qué camino no seguir. En secundaria el maestro de física tuvo la puntada de ponerle 10 a un compañero cuando este le contestó que "un haz de electrones era el más fregón de los electrones", en tanto que la de literatura reprobó a un compañero por contestarle "que el autor de El Principito era Chespirito". En preparatoria tuvimos uno de humanidades que cada vez que tenía un arranque bíblico nos decía que "darnos clase era como echarle margaritas a los cerdos". La universidad no estuvo exenta de casos ejemplares como el de la profesora de historia moderna, que era un encanto en clase pero en exámenes desconocía hasta a su madre; el "teacher" de historia de América virreinal que basó gran parte del curso en sus anécdotas de estudiante en Alaska porque no tenía ni idea de la materia, o el doctor, uno muy reconocido por cierto, que era muy entretenido pero que no podía disimular que improvisaba todas las clases y jamás calificaba los trabajos que pedía.

Hayan sido justos o injustos, lo cierto es que a todos mis profesores les aprendí algo y debo confesar que desde que cambié el pupitre por el pizarrón, comprendo que el tema de la (in)justicia en el salón no es tan sencillo como creía.

domingo, 19 de agosto de 2012

Entre los hot cakes y la escuela


Hoy por la mañana desayuné unos sabrosísimos "hot cakes" caseros. Es una tradición que poco ha poco se ha ido instituyendo en casa desde hace poco menos de dos meses y por insistencia de mi hija. 

Los de hoy pintaban para ser un completo desastre. Como los preparé aún medio dormido, mezclé los ingredientes con tal desorden que ni aunque lo hubiera querido hacer a propósito lo habría hecho tan mal. Dicen que en matemáticas el orden de los factores no altera el producto..., pero en la cocina esta axioma no aplica.

Finalmente quedó todo en un susto. De hecho, los "hot cakes" tenían buena pinta, consistencia y, más importante aún, sabor. De hecho, fue esto último lo que me conmovió pues me hizo recordar mi infancia pues después de masticar el primer trozo supe que sabían igual a los que mi madre preparaba.

Ella era una aficionada consumada a los "hot cakes". El vicio, porque hubo un tiempo en el que realmente lo fue, lo adquirió en España con un platillo similar que se llama "tortitas" (más pequeñas y acompañadas con nata montada y miel de maple), si bien aquí encontró la gloria con esa especie de "tortitas" tamaño gigante.

Y vaya que si los "hot cakes" obraban milagros en ella. Tardó muchos años en animarse a cocinar, pero eso sí, cuando se trataba de este platillo, le perdía la animadversión a la cocina y no paraba de trabajar hasta que salía con una fuente llena de esta delicia.

Recuerdo que me encantaba cenarlos (así nos las gastamos en mi familia). Mamá y yo nos bajábamos a la sala para untarles la mantquellia, chorrearlos con miel de maple y partirlos en trozos irregulares. Mientras los devorábamos, veíamos la tele (casi siempre nos tocaba la serie "Mi bella genio") y platicábamos de tontería y media. La verdad es que nos la pasábamos muy bien.

Con el tiempo perdimos esta tradición, lo que no fue malo pues poco a poco a mi mamá le dio por entrarle a la cocina. Tenía buena mano para hacer la comida y esta le quedaba bien, salvo cuando le daba por innovar el repertorio culinario. Entonces ahí si a temblar pues se trataba de una especie de ruleta rusa en donde había las mismas posibilidades que le quedaran buenísimos o de terror. ¡Esas eran sorpresas y no tonterías!

Ahora que el día ha pasado, creo que había algo más que la comida y sus sabores. Hoy es la noche previa a la entrada de los niños a la escuela. Para mi era la peor de las noches, era saber que en unas cuantas horas viviría en carne propia la peor de las pesadilla. Y mi mamá lo sabía, tanto así que al acostarme me decía al oído que me quedara tranquilo pues ella sabía que me iba a ir muy bien. Jamás dejó de repetírmelo cada vez que yo tenía que iniciar un ciclo...

jueves, 26 de julio de 2012

Yo prefiero a los bancos de antes



El primer contacto que tuve con la banca fue de niño. Recuerdo que Banamex tenía unas alcancías que simplemente me volvían loco. Eran de plástico, tenían la forma de personajes de caricatura y estaban adornadas con colores chillantes... Si, eran bastante kitschs, ¿pero quien no tiene este tipo de gustos en la infancia?

La siguiente vez fue en Cuatla, Morelos, el 1° de septiembre de 1982. Mi abuela y yo estábamos escuchando un radio portátil cuando escuchamos -en vivo y en directo- el momento en el que el presidente José López Portillo nacionalizaba de manera improvisada la banca mexicana. Entonces no tenía mucha idea de lo que pasaba, pero bastaba ver la cara de mí padre para saber que aquello no era bueno.

El mundo bancario me coptó cuando empecé a trabajar en el año 1992. Hacía tan sólo dos años que la banca se había privatizado y apenas se hacía de las malas artes que hoy le caracterizan. Con ello quiero decir que era un tiempo en el que las comisiones eran escasas, en el que no todas las cuentas requerían de saldos mínimos y éstos eran, como su nombre lo dice, "mínimos". El servicio al cliente era bueno a secas (que no amable o cortés, mucho ojo) y las tasas de interés no estaban tan desproporcionadas como en la actualidad.

Sin embargo, el mentado "error de diciembre" de 1994 hizo que los bancos sacaran lo peor que tenían, y que hoy es lo que les caracteriza. Ante su desastrosa política de préstamos quisieron cobrarse a lo chino con los deudores, quienes ante la imposibilidad de seguir pagando sus créditos devolvieron sus automóviles, casas, departamentos o lo que fuera. Como ello no le daba liquidez, y el gobierno aún no creaba el Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (IPAB) para comprarles esta deuda, buscaron otros medios como el aumento de las comisiones y la creación de otras tantas, encarecer el crédito que otorgaban a las personas físicas y morales pero abaratar los intereses que pagaban a estos por su dinero. ¿La historia les suena?

A estas alturas del partido ya estoy literalmente hasta la madre de los bancos. Con Scotiabank tengo un crédito hipotecario a tasa fija. Para que me lo facilitaran, debí abrir una cuenta corriente cuyo saldo mínimo fue de 3,000 pesos mensuales hasta el 2011, cuando por sus pistolas decidieron subirlo 10,000 pesos. La explicación del banco fue muy cordial, lo reconozco, pero tuvo como fundamento la famosísima "Ley de Herodes"...

Los de Banamex se pulieron. Cuando me he tardado un par de días en pagar la tarjeta de crédito me llaman sin césar al celular para recordarme lo buena gente que han sido conmigo al financiarme y lo ojete que soy pero abusar de su bondad al no pagarles; sin embargo, cuando detectaron un movimiento extraño (un pago de 10,654 a Aeroméxico) me llamaron a la casa y fu lo suficientemente amables como para dejarme un recado en la contestadora. 

Con HSBC tuve una historia en la que hubiera creído que estaba protagonizando en un capítulo de "La dimensión desconocida" de no ser porque los conozco mejor que la británica madre que los parió. Quise activar una chequera por teléfono pero se me olvidó la contraseña, lo que en principio no era problema pues bastaba con hablar con un agente para rescatarla. El agente, muy amable también, me preguntó mi nombre, fecha de nacimiento y dirección. Después de que contesté el cuestionario me dice que el sistema no le da acceso pues de seguro hay una respuesta que está mal. Tuve que ir a una sucursal para arreglar el problema. ¿Saben cuál era? Que estos memos tenían registrado como mi domicilio el de soltero y no el de casado. Lo hilarante es que desde hace 15 años me envían la correspondencia... !al del casado!

Es por todo eso que prefiero a la banca de antes, más desabrida pero menos pendeja, más lacónica pero menos ladrona, más antipática pero menos deshonesta. Como dice un amigo, "para tener el dinero en manos de idiotas e incompetentes, mejor que se quede en las mías".

miércoles, 18 de julio de 2012

Boda y feria

No me acuerdo el año, pero si recuerdo que la misa fue en Polanco y la comida en Reforma. Felipe fue el segundo en casarse, poco tiempo después de que lo hiciera Javier, y no olvidó ni el más mínimo detalle tanta en la ceremonia como en el festejo.

Hacía un tiempos que los amigos no nos reuníamos y la ocasión parecía perfecta para pasarnos un buen rato. Compartimos mesa en compañía de nuestras novias y esposas y estuvimos charlando amenamente durante una hora hasta que el ambiente fue decayendo poco a poco hasta que imperó un silencio bastante incómodo.

Medio aburrido, pedí al mesero un par de whiskys en la rocas. Fue más snobismo que otra cosa, pues entonces no acostumbraba a beber destilados, mucho menos éste que me sabía a medicina. Cuando tuve los vasos delante me di cuenta de que había metido la pata y tenía dos opciones: o dejaba los tragos sobre la mesa o me los bebía, aunque fuera por orgullo. Finalmente me decidí por la segunda opción y, tal como si se tratara del peor de los jarabes, me empujé los dos tragos sin respirar.

Como era de esperar, agarré una borracherita muy rica ("el puntillo", como diría mi amigo Rodrigo) y tuve una ocurrencia que compartí con los presentes para matar el rato: ¿Y por qué no nos vamos mejor a la feria? Mal debían estar las cosas cuando los amigos, en vez de reírse, estuvieron de acuerdo con tan fenomenal tontería.

Fue así como terminamos en la feria de Chapultepec una hora más tarde. Primero nos subimos todos -a excepción de la esposa de Javier, que estaba embarazada- a una pequeña montaña rusa que lo único emocionante fue ver como Rodrigo y su acompañante se estaban besuqueando al estilo "otorrino". Posteriormente nos metimos a la casa del terror porque era la única atracción en la que no había que hacer cola. Recuerdo que Rodrigo se puso a presumir que nada de eso le daba miedo, que eran puras tonterías para niños e ignorantes... y así fue hasta que de la nada le salió al paso "Freddy Krueger" con sierra y toda la coda. Entonces Rodrigo se tiró al suelo y se hizo un ovillo mientras se cubría la cabeza con las manos, mientras que los demás estábamos también en el suelo... partiéndonos de la risa.

Nos subimos a otros juegos sin pena ni gloria y decidimos cerrar con broche de oro subiéndonos a la montaña rusa. La idea no era de mi agrado pues ya me hallaba en plena resaca y temía que unos cuantos ascensos lentos y unos descensos acelerados hicieran mella en mi estómago. Finalmente pudo más el orgullo que la prudencia y me subí. No vomité, pero se me olvidó poner el cuello rígido, así que fui víctima de una tortícolis muy rebelde.

No sólo la pasamos bien, también fue la última ocasión en la que los amigos volvimos a juntarnos para divertirnos como antaño. Muchas veces creo que fue nuestra despedida de la adolescencia.

miércoles, 27 de junio de 2012

Reflexiones sobre "Colosio. El asesinato"

Después de mucho tiempo, finalmente  fui al cine la semana pasada para ver la película "Colosio. El asesinato". En realidad la película no es del otro mundo pues no dice más de lo que todos hemos escuchado alguna vez (estaría pelón que diera una nueva pista sobre un hecho tan manoseado); la ausencia de  referencias claras y directas pone en evidencia que fue realizada con un espíritu de autocensura propio de los años sesenta y setentas mexicanos, y el final, es indigno hasta para una película de las de "tres pesos".

Pese a lo anterior, la película tiene algo que me encantó: su poder de evocación. Unas cuantas escenas bastaron para echar a andar mi memoria y recordar un sin fin de anécdotas, imágenes y sentimientos en torno al este hecho, Por ejemplo, recuerdo que ese día fui con un grupo de alumnos de preparatoria al ITESM, campus Estado de México, para asistir a un modelo de Naciones Unidas; que mientras manejaba escuché en el radio que había muerto Walter Lantz, el creador del Pájaro Loco y otras caricaturas; que de regreso pase al archivo histórico de los jesuitas, lugar donde también trabaja y en el que me enteré del asesinato de Colosio; que regresé a casa de mis padres a toda prisa y sin dejar de prestar atención a lo que se decía en la radio. 

Pero lo que más me marcó fue el momento en el que se anunció la muerte de Colosio. Ya nos llevó la chingada, pensé. Y no era para menos si recordamos que en esos tiempos quien era candidato a la presidencia era, en realidad, el virtual presidente del país.

Sin embargo, la realidad era otra, pues ya hacía un rato que la chingada no estaba llevando. Las constantes menciones de Carlos Salinas de Gortari de que México era una nación del primer mundo, la muerte del cardenal Posadas Ocampo, la investigación tan turbia que le siguió, el surgimiento del EZLN, la violencia con  la que se le reprimió en un principio, entre otros tantos hechos, eran testimonio de que las cosas no marchaban bien en México. Hechos posteriores, como lo ocurrido a los hermanos Ruiz Massieu, tan sólo sirvieron para corroborar lo anterior.

Hoy, a dieciocho años de distancia, veo que seguimos de gira con la chingada, que el país ha cambiado aparentemente para no cambiar y que, peor aún, lo de Colosio es otra pieza más de una realidad que supera, y por mucho, a la fantasía. Vivimos en el siglo XXI, pero hay veces que creo que seguimos viviendo en el México del siglo anterior, en ese país donde todo es corrupción y tranza y en el que APARENTEMENTE estamos condenados a repetir la historia de siempre...