viernes, 27 de marzo de 2009

30 + 10 = 40 años

No me importa confesar que el próximo 8 de julio cumpliré 40 años, o como los amigos del eufemismo dicen los 30+10 años.

Transformamos las décadas, como si tuvieran vida por sí mismas, en momentos místicos, en cierres de ciclos que, como teóricamente dirían los romanos, ad ovum, nos llevan a reflexionar sobre lo que hemos hecho de nuestras idas y lo que deseamos hacer con ellas a futuro --cuan corto o largo sea éste.

En retrospectiva puedo asegurar que, si de ciclos se trata, el mío se empezó a cerrar hace dos años si bien no veo el día en que finalmente se cierra. Inició, lo recuerdo bien, el 29 de marzo de 2007 con una pérdida sensible y,a partir de entonces, mi vida no dio uno, sino varios giros inesperados.

Hoy no tengo el trabajo que entonces tenía; "la apliqué" de la misma manera que "me la aplicaron"; inicié proyectos que juré y perjuré que, so pena de ser llamado pendejo, jamás iniciaría; tenía certezas que han devenido en dudas que que me intranquilizan; he conocido personas que ni en mis más alucinadas ensoñaciones pensé hallar; me he reencontrado con otras que cómodamente formaban parte de un pasado archivado que no creía resucitar; migré de una vida cómoda y tranquila a otra en la que cada día se dan con más frecuencia los sobresaltos y las incomodidades.

En fin, el caso es que he comprobado que mi teoría sobre el paso del tiempo era errónea. ¡Tonto de mí! Siempre había pensado que con los años uno encontraba las respuestas y, con ellas, la tranquilidad; y ahora veo, justo al umbral de los cuarenta tacos --y cinco décadas de vida-- que me encuentro con más dudas y telarañas mentales que cuando estaba a punto de cumplir los 20 años. No tengo la menor duda de que este batiburrillo en el que hoy me encuentro, lejos de ser un motivo de desasosiego o depresión, es una invitación para afrontar la nueva década con menos soberbia y mas humildad... La pregunta será: ¿podré hacerlo?

viernes, 20 de marzo de 2009

Los 75 discos que todo hombre debe tener

El 9 de marzo de este año, la revista Esquire publicó una lista llamada "Los 75 discos que un hombre debe tener". En ella aparecen, algunos grupos y cantantes -como Dire Straists, Rolling Stones, James Brown, Beatles, Beethoven, Mahler, Marley, por mencionar algunos- que me resultan familiares, mientras que otros -como Bill Callahan, Mississippi John Hurt, Luna...- no lo son como como consecuencia de mi limitada cultura musical.

Entiendo el espíritu de la propuesta, pero no lo comparto. Soy hombre y, sin embargo, me pregunto: ¿por qué carajos debo tener esos 75 discos? En la música, al menos, uno adquiere aquello que le agrada y complace, de tal suerte que asumo que además de comprarlos, estoy obligado a que me gusten pues de lo contrario, supongo que tendré que pagar un precio que aún desconozco

En virtud de que no aparece en la revista el autor del artículo, asumo que en consecuencia Squire, como colectivo, se atribuye su autoría y la responsabilidad. Sin embargo eso no es suficiente, pues detrás de ese anonimato debe haber una o varias personas que dieron vida a susodicho listado. Y ¿qué parametros siguieron para decidir que disco entraba y cual quedaba fuera? De ello no me queda la menor duda: sus gustos.

Los estadounidenses son muy amigos de hacer este tipo de selecciones, catálogos de agrados personales que en los mejores casos encuentran sustento en los conocedores de la materia. Sin embargo, ello no deja de incomodarme pues, en el fondo, tengo la sensación de que se trata de un ejercicio encaminado a homogenizar individuos y colectivos.

En lo particular, ya estoy cansado de tener que lidiar con imposiciones como estas, de tener que escuchar o leer a publicaciones y especialistas obstinados en decirme que debo y no hacer para ser un "mexicano de pura cepa", estar "en onda", ser "cool". Me indigna más en el caso de Squire, una revista que lo mismo ofrece al lector bases de datos sobre tragos y los mejores bares de Estados Unidos, que recursos para no pagar impuestos, burlarse de Hitler y mejorar la vida sexual. ¿Realmente es una buena fuente para moldear nuestras preferencias músicales? Honestamente, lo dudo.

He de confesar que lo que me molesta también es que sólo apareciera un álbum de los Rolling Stones (Aftermath) y no Out of hour heads, que tiene en su interior una de las mejores canciones jamás compuestas -Satisfaction- y que ahora tengo el gusto de compartir con todos ustedes en este video.


miércoles, 4 de marzo de 2009

¡Hay qué tiempos señor Don Simón!


Dice, y con mucha razón, la sabiduría popular que como México no hay dos, y vaya que si tiene razón. Parece ser que el nuestro es un país que se guía por el principio cuasi necesario de "hacer de lo fácil lo difícil, y de lo difícil... pues ni mejor hacerlo".

Comento esto porque acabo de leer la última entrada del blog de Guadalupe Loaeza sobre repatriar o no los resto del General Porfirio Díaz en el marco de los festejos del centenario de la Revolución Mexicana. Después de leer las pobres y pocas líneas que escribió, me queda en claro que lo de ella son, y me perdonarán, sólo ganas de chingar. Me queda claro que en el país tenemos cosas más importantes en qué ocuparnos, tales como la violencia, la crisis económica, el narcotráfico, la inseguridad, el desempleo...

Proponer temas como el arriba mencionado tipo de temas es buscar polemizar a lo zonzo. ¿Qué ganamos como sociedad y país discutiéndolo?, ¿quienes quieran la repatriación serán villanos y sus opositores héroes o viceversa?, ¿acaso el tema es relevante porque el poder ejecutivo federal está en manos de un panista?, ¿seremos más o menos mexicanos porque los restos de un político mexicano yazcan aquí o en Francia?

Puede ser que tal vez me encuentre de malas y esté siendo muy duro con la señora Loaeza; tal vez no haya entendido en primera instancia su propuesta. Es por ello que, en un arrebato de empatía, me sumo al espíritu de su propuesta con otras que, considero, son del interés nacional:

  1. ¿Debemos buscar o no los restos de la pierna de Santa Anna?
  2. ¿Debemos buscar los restos del brazo de Manuel González?
  3. ¿Debemos ir al Panteón de Huatabampo y extraer las cenizas del brazo de Álvaro Obregón para colocarlas de nueva cuenta, pero en formato diferente, en el monumento que lleva su nombre?
  4. ¿Debemos o no buscar las cenizas de los pies tatemados de Cuauhtémoc?
  5. ¿Debemos o no buscar El Dorado y la fuente de la eterna juventud?
  6. ¿Debemos buscar o no al niño perdido?
  7. ¿Debemos o no ir al Panteón de San Fernando y a la Cripta Imperial de Viena para clonar, respectivamente, a Benito Juárez y Maximiliano para que se den de nueva cuenta su quién vive?
Habiendo recuperado de nueva cuenta la cordura, y en el entendido de que el gobierno hará poco por solucionar los problemas que asfixian la país, creo que algo que si está en sus manos, como en las de ese grupo de intelectuales orgánicos que no se atreven a salir del clóset pero que bien chupan del erario público, es reparar en parte el daño hecho e improvisar (para organizar ya no hay tiempo) unos festejos dignos en torno al bicentenario de la independencia y centenario de la revolución nacionales. es por ello que estoy convencido que es el momento de que nos dejemos de pendejadas, como de costumbre, y nos pongamos a trabajar en el beneficio de este país que tanto lo beneficia.

P.D. Y para quien quiera seguir perdiendo el tiempo, aquí está este video con la voz de Porfirio Díaz:


miércoles, 25 de febrero de 2009

Hay de derrotas a derrotas


La semana pasada mi amigo Toño me preguntó sobre lo que se sentía irle a dos equipos malos, en clara referencia a mi gusto por el Necaxa y el Real Sporting de Gijón.

Más allá del puyazo, producto de las continuas burlas a las que sometí al buen Toño tras la derrota de su Atlas por 4-0 ante el Cruz Azul, me costó, y aún me cuesta, trabajo responder a la interrogante porque el asunto no es tan claro ni homogéneo como se podría pensar. En prinicipio se trata de dos equipos con problemas de descenso porque son malos y poseen una tendencia marcada a perder. Y, sin embargo, hay de derrotas a derrotas.


Quiero aclarar en principio que mi afición por el Necaxa surgió a inicios de la década de los años 80 por obra de mi padre y por el gusto de ir a verlo a un estadio Azteca semivacío. La del Sporting brotó también en la misma época pero por influencia de mi madre, de la mítica rivalidad con el Real Oviedo y por el amor que profeso a Gijón.


A reserva de la falta de resultados, es poco lo que comparten ambos equipos. Para el presente torneo el Necaxa se armó hasta los dientes con sobras del América, cierto, pero también con jugadores provenientes de otros equipos; en cambio, la plantilla del Sporting es casi la misma, salvo unas cuantas excepciones, que la que subió a primera división.


Aunque no lo parezca y suene más a leyenda urbana, el Necaxa cuenta con el apoyo financiero del Televisa, una de las empresas económicamente más poderosas del país, mientras que al Sporting lo apoyan sus socios y la venta ocasional de algunos de los jugadores de la cantera –éste último motivo que los llevaría al descenso hace 10 años–. Prueba de lo anterior es el hecho de que en este torneo el Sporting gastó menos de un millón de pesos en refuerzos.


La citada cantera es otra diferencia. El Necaxa ha sido, desde su última aparición, el muladar del América, el consumidor número uno de la basura americanista; mientras que la oncena asturiana, en su escuela de Mareo, ha formado a generaciones enteras de jugadores entre los que destacan Luis Enrique, Abelardo y recientemente “el guaje”, David Villa.


No obstante lo anterior, lo más importante a mi entender es la actitud con la que los equipos juegan. Al ver a Necaxa dan ganas de llorar por los errores y abulia que ya son su impronta. Observo en él a un puñado de jugadores que, en su mayoría, parece no importarles el presente y futuro de la franquicia, y lo entiendo pues los extranjeros saben que con el descenso cambiarán de equipo y tendrán su vida arreglada, los mexicanos menos malos –si es que los hay– encontrarán acomodo en el América, San Luis o en cualquier otro equipo de medio pelo; y los demás..., bueno, los demás que se jodan. Por su parte, los sportinguistas, pese a las dolorosas goleadas que se han llevado de locales y visitantes, salen a partirse el lomo, a jugarse el pellejo porque saben que de no hacerlo les aguarda el “infierno” de la segunda división del que apenas salieron en junio pasado. Para ellos está claro que se trata de vencer o morir.


Después de todo esto me queda claro que no deseo que baje ninguno de los dos equipos, por merecido que lo pudieran tener; del mismo modo que sé que me dolería en el caso del Sporting, no así en el del Necaxa. Para que jueguen con tal desgano y sin miedo al ridículo, prefiero que lo hagan en una categoría mediocre y más afín con su mentalidad. Prefiero soñar con que, una vez en 1A tengamos algo de suerte, que Televisa se apiade de la afición y decida deshacerse de una franquicia devaluada para la que, seguramente, encontrará un comprador interesado en reforzarla para llevarla nuevamente a la división de honor. Hay veces en las que para construir hay que destruir primero, y creo que la presente es una de ellas.

martes, 10 de febrero de 2009

¿In memoriam?

De los amigos que he hecho en la vida, contados en verdad, hay uno del que guardo especial recuerdo. Todos le llamábamos Juan Guillermo, aunque en realidad su nombre era John William. Era bastante desgarbado y aunque era un año más grande que nosotros, parecía serlo al menos por otros cinco más. Los ojos era su rasgos distintivo, pues en mucho se parecían a los de un reptil, de ahí que, con la crueldad inherente a la adolescencia, le pusiéramos el apodo de "Lagartijo", mismo que aceptó con los años.

Siempre lo consideré un buen amigo, aunque era un tanto peculiar. Solían pasarle cosas poco habituales, como ese día en sexto de primaria que llegó a la escuela con un ojo parchado -que de milagro no perdió- por jugar a los mosqueteros con un amigo que tenía vocación de torero; o aquella vez cuando, en el último año de la prepa, se fumó un cigarrito hecho con hojas de maple y perdió la voz por casi un mes.

Su casa también era extraña. Situada en un desnivel, y parcialmente en obra negra, se tenía que subir casi un centenar de escaleras para llegar a la parte habitada o, bien, utilizar un ascensor marca "mírame y no me toques" en caso de que uno no quisiera desfallecer en el intento. En el trayecto, se podían encontrar habitaciones excarvadas en las rocas que, por lo mismo, carecían de ventanas y eran bastante lóbregas. Una vez que se llegaba arriba era como entrar en un museo pues todo ahí correspondía a la década de los años sesenta. Particularmente, a mi lo que más me impresionaba era la pequeña alberca que se encontraba a mitad de la sala.

Pese a lo anterior, nos gustaba mucho "invitarnos" a su casa, más aún cuando sus papás -constantemente de viaje en Estados Unidos por motivos de negocios- no estaban. Algunos viernes por la noche le caímos con unos buenos filetes crudos (o, de perdida, con un hambre atroz y la buena disposición para saquear su refrigerador) que nos zampábamos a la luz de la chimenea mientras contábamos, según fuese nuestro ánimo, historias de terror o chistes. Recuerdo que una noche lluviosa de inicios de 1987 acabábamos de comer y yo estaba leyendo en voz alta una historia de H. P. Lovecraft cuando el timbre sonó. Juan Guillermo bajó con un paraguas en mano para atender el llamado y después de unos cinco minutos subió con el rostro desencajado... Más le hubiera valido ver a un fantasma... Eran sus padres que habían regresado de Estados Unidos sin avisar, del mismo modo, como nos enteramos también esa noche, que él jamás les había notificado de nuestras tertulias.

De igual forma, era muy imaginativo, y algo de ello me lo contagió en cada uno de esos días en que hablábamos de escribir libros sobre el espacio, construir un pequeño avión/helicóptero llamado "Nativoas-Tupovlev-Boeing-Pascal", o simplemente nos juntábamos para armar nuestros aviones a escala mientras platicábamos sobre el último capítulo de la serie "Cosmos".

En el verano de 1987, lo recuerdo muy bien, llegó la despedida. Sus padres decidieron irse a vivir a Los Ángeles para atender el negocio y permitir que Juan Gulliermo cumpliera su sueño de estudiar ingeniería aeroespacial. Poco a poco la distancia se fue imponiendo. Nos escribimos un par de veces y muy de vez en cuando nos hablábamos por teléfono (ninguno de los dos trabajaba y las llamadas internacionales eran bastante caritas). La última vez que hablé con él fue en 1992 en la víspera de un viaje a San Francisco y, si bien quedé de contactarlo una vez que llegara ahí, me resultó imposible hacerlo. La siguiente ocasión que le llamé, aquel ya no era su número telefónico y nadie me supo dar razón de él.

A partir de entonces no pude dar con Juan Guillermo, ni aún recurriendo a internet, de tal suerte que, finalmente, desistí de hallarlo. Y así pasaron los años hasta que en el 2005 me sucedió algo extraño, algo "muy a su estilo": se me apareció en un sueño. Se encontraba parado, estaba peinado al estilo Benito Juárez (lo que me puede poner muy mal) y tenía los brazos cruzados a la altura del ombligo. Con una calma inusual en él, me dijo que acababa de morir ahogado en un lugar de Texas, que ahora ni recuerdo, y que si tenía dudas, podía preguntarle al párroco de la ciudad, después de lo cual, desapareció.

Aunque no soy partidario de creer experiencias como ésta, me desperté bastante perturbado y, después de martirizarme varios días dándole vueltas al asunto, quise corroborar su "metaversión" en internet. El lugar en cuestión existía y en él había una sóla parroquia que, además, se hallaba cerca de un lago. No conforme con ello, la curiosidad me llevó a buscar la dirección y el teléfono de la parroquia en internet.

Sin embargo, no pude ir más allá. Me faltaron los "blanquillos" necesarios para tomar el teléfono y hacer LA pregunta. Prefería, como lo sigo haciendo hasta hoy seguir soñando, vivir con una ilusión, que encarar una posible verdad que me obligara a dar vuelta a esta página de mi vida, Mentir hace daño, de eso no cabe la menor duda, pero hay ocasiones en las que la verdad es mucho más dolorosa...