martes, 18 de agosto de 2009

El "Efecto Jarrito de Tlaquepaque"

La semana pasada me sucedió algo curioso. En un blog español publiqué una breve reflexión sobre la historia de México y lo traumático que nos resulta ésta como consecuencia, entre otros factores, de las constantes invasiones que el país sufrió en sus primeros años de vida independiente. Quien me conozca habría constatado que el tono y los contenidos utilizados son los mismos que aplico en mis cursos.

El punto es que hubo una lectora mexicana, un tanto distraída al parecer, que tuvo a bien confundirme con un español y me dedicó una cuantas lineas bastante ofensivas. Al parecer, lo que le molestó ere el hecho de que un "español" se atreviera a hablar sobre la historia de México en los términos en los que yo lo hice.

El malentendido así como los comentarios que recibí me divirtieron mucho pues pusieron de manifiesto ese fenómeno tan propio de nosotros que es conocido como "el Efecto Jarrito de Tlaquepaque" ("EJT"). Estas artesanías, fabricadas en el municipio jaliscience que lleva este nombre se hicieron famosas en todo el territorio por la facilidad con la que se rompían ca raíz de la mala calidad con la que eran fabricados.

Los mexicanos somos muy sensibles y nos pesa mucho lo que los otros puedan decir u opinar de nosotros, más aún si son extranjeros pues al tiempo que, como indica el lugar común, los "recibimos con lo brazos abiertos", estamos recelosos de ellos y cualquier comentario u opinión sobre nuestro pasado o presente solemos considerarlo como una agresión imperdonable.

Así, solemos tomarnos todo a pecho. Los comentarios, las alusiones, las advertencias y hasta las miradas; todo parece estar en nuestra contra como si propios y extraños no tuvieran en mente más que herir una susceptibilidad que se caracteriza por tener un umbral de tolerancia bastante limitado.

Recuerdo que en mis últimos meses en el Instituto Nacional de Bellas Artes entró una nueva compañera para que nos ayudara en la elaboración de los discursos de la Dirección General. Cuando uno se dedica a estos menesteres es importante recordar dos principios: jamás te creas lo que escribes y lo que se cuestionan los textos, no los autores. Pues bien, esta pobre mujer jamás lo entendió, de ahí que siempre estuviera agobiada y sintiera que cada corrección era un cuestionamiento personal.

Si uno presta atención, se dará cuenta de que casos como el anterior se repiten una y otra vez en los ámbitos académico, familiar, laboral e incluso personal; de ahí que esté convencido de que si la vida es por naturaleza una auténtica HdP, ¿para qué tenemos que hacérnosla más difícil con el "EJT"?

martes, 11 de agosto de 2009

Espero ser alguna vez como él

Si lo de la evolución es verdad o no, lo ignoro. Pero en cambio, tengo la certeza de que todo en esta vida es cambio, a veces profundo y en otras casi imperceptible.

En principio, la afirmación puede parecer un asunto de perogrullo, pero no lo es. Si bien todos lo sabemos, pocos son los que realmente tienen conciencia de ello. Así, a muchos les causan un profundo malestar las modificaciones en la oficina, en el entorno familiar, en la vida privada y hasta en algo tan aparentemente nimio como son los deportes. En general, los seres humanos sentimos preferencia por ese cálido confort que nos brinda la monotonía; ese falso sentimiento de seguridad que nos da el creer que el día de hoy será igual al de ayer y al de mañana.

Pero de todas las transformaciones, hay una que causa especial pavor en nuestra cultura: el envejecimiento. Vivimos en una sociedad donde la juventud no es vista como un mero accidente o como un "mal que se cura con el tiempo", sino como una situación deseable o un privilegio. Así, los medios nos mandan incesantemente el mensaje de que ser joven es lo que está de moda pues es sinónimo de salud, éxito y prosperidad. En otras palabras, es lo único que cuenta en esta vida.

El problema no es que la prensa, radio, televisión, cine y conexos nos vendan tal idea, sino que haya gente que esté dispuesta a comprarla. No en balde la publicidad ha encontrado aquí un nicho redituable y no tiene empacho alguno en hacerlo promoviendo de mil y un formas el canto de estas sirenas del siglo XXI que son la cirugía plástica y los productos anti-envejecimiento.

La perversidad de todo esto radica en el hecho de que querer ocultar que la senectud forma parte del ciclo natural de la vida. En principio, todos estamos destinados a ser ancianos y el que no... pues que empiece a preocuparse porque se va a ir al otro barrio pronto. Pero lejos de ver esto como algo evidente, en nuestra sociedad impera el sentir de que la vetustez es mala pues por ser equivalente de declive, enfermedad, decrepitud, dependencia y agotamiento.

Más que preocuparnos por ser jóvenes eternamente (¡qué flojera!) tendríamos que prepararnos para envejecer dignamente y empezar a comprender que eso no es ni bueno ni malo... sólo normal y que, como todo en esta vida, tiene sus aspectos positivos y también negativos.

Permítase tomar como ejemplo a mi padre, quien está por cumplir los 80 años. Por supuesto que no es aquel hombre fuerte y sólido que solía ser una década atrás y su decaimiento físico se hace cada vez más patento, no lo negaré, pero es loable la dignidad con la que lo lleva. Vive sólo en su departamento; cocina y hace el aseo sin requerir ayuda; aún maneja -si bien de vez en cuando tiene por ahí algún percance-; se acaba de comprar sus aparatos para la sordera (¡finalmente!); ve todos los domingos a sus amigos en el Parque Asturias y, pese a haber enviudado hace dos años, ahora tiene novia y hasta piensa en casarse este mismo año.

Cuando estoy con él, veo a alguien sereno, a una persona que sabe que no puede hacer muchas de las cosas que solía hacer antes y lo asume, a un ser humano que con algo de sentido común y de estoicismo asume que es natural que se enferme con más frecuencia y que cada vez le cueste más trabajo levantarse del sillón, pues como dice "¿Y qué querías? Son ya casi ochenta años y el tiempo no perdona". Al escucharlo, no puedo más que guardar silencio con el deseo de ser como él cuando llegue el momento.

domingo, 2 de agosto de 2009

Memorias : Cuando tenía 6 años (III y final)

Con seis años recién cumplidos, y según el poco entender que entonces tenía, Gijón era uno de los lugares más bizarros que uno podía hallar en el mundo.

Yo era un consumado observador de caricaturas en México, un devoto seguidor de la programación infantil de los canales 5 y 8 (que años más tarde se convertiría en el 9) que disfrutaba con "Meteoro", "Los Picapiedra", "Los supersónicos", "Leoncio y Tristón", "Ahí viene Cascarrabias" y otras series de las que, tristemente, me vi privado en mi estancia en tan distante tierra. De no haber sido porque descubrí "Heidi" hubiera sucumbido entre programas folclóricos, el "Telediario", las películas dobladas la "Uri Gellermanía" y los cortes informativos en los que se daba cuenta del estado de salud del agonizante Francisco Franco (que moríría el 20 noviembre de ses mismo año, a los pocos meses de haber regresado a México... ¡lástima!).

Mayor desilusión me causó saber que el sistema escolar español se había coludido en mi contra para que no pudiera jugar con mis primos. Y es que desde meses atrás, mi madre me venía aplicando un lavado de cerebro para que dejara a un lado mi espíritu huraño y osco durante el viaje y socilizara con Nacho y Susana (un abrazo y beso para ellos). Finalmente se salió con la suya, pero lo que jamás me dijo es que en la España del generalísimo, los estudiantes en España iban por la mañana y por la tarde a la escuela, de ahí que sólo pudiera jugar con ellos los fines de semana. A reserva de la frsutración que me produjo, saqué dos aprendizajes esenciales de ella que: que mi madre era una experta en lavados de cerebro y que debía estar enormemente agradecido a la Revolución Mexicana por haberme dado un sistema educativo que demandana mi presencia en el colegio hasta las 2 de la tarde.

Nada de lo anterior me alucinó tanto cómo la transformación que sufrió la calle en la que vivíamos (Santa Justa) en un par de horas. Vale la pena señalar que el trazado urbanístico de Gijón se caracteriza -y son varios los arquitectos que así me lo han hecho saber- por ser más que malo, de tal suerte que no son pocos quienes creen que fue producto de las malas artes de los vecinos de Oviedo y no de las décadas de improvisaciones... El caso es que una de las peculiaridades del Gijón de entonces era la de que bastaba que lloviera un poco para que las alcantarillas sufrieran una invcreíble metamorfosis y se transformaran en fuentes que lanzaban gruesos y pestilentes borbotones de agua.

Apenas dos horas bastaron para que la tranquila calle de Santa Justa se transformara en el canal de una Venecia blasfema y sidrera en la que las góndolas se improvisaban con cámaras de llanta atadas a tablones de madera y los esculturales gondoleros dejaban su lugar a Monchu, el dueño del taller mecánico de enfrente, y a sus muchachos, quienes no paraban de llevar gente de la improvisada orilla a sus portales, mientras que los que tuvieron la fortuna de quedarse en su departamento, abrían las ventanas y discutían a grito pelado para determinar la magnitud de la inundación, que, según recuerdo, fue de las peorcitas que habían sufrido en los últimos años.

Con la presente, termino las entregas de mi primer viaje a España que son, en esencia, un agradecimiento público que extiendo mi madre, artífice del periplo que pobremente he descrito en esta trilogía, como un regalo por su cumpleaños, que acaba de ser el día de ayer, 1° de agosto. ¡Muchas felicidades, mamá!

jueves, 23 de julio de 2009

Una canción, dos versiones: ¿Ahora te puedes marchar o I only wanna be with you?

Era un viernes de noviembre de 1987 por la noche. Carlos manejaba, Felipe era su copiloto, Gálvez y yo discutíamos en el asiento dtrasero sobre algo que ya ni recuerdo, cuando lo impensable sucedió. De manera repentina salieron del radio los acordes del último sencillo de Luis Miguel (si, el mismo que ahora canta boleros y se avergüenza de su pasado "popero"): "Ahora te puedes marchar" y, cuando menos lo pensamos, los cuatro estábamos entonando una canción de la que solíamos burlarnos por pertenecer a ese género tan dadivoso que es "la música para ardidos". Y es que en esa época cada uno de nosotros tenía razones, y de sobra, para dedicársela a alguien.

No obstante ello, dos años después me llevaría una sopresa muy grata cuando escuché la versión en inglés. Su título era "I only wanna be with you", la interpretaba la inglesa Samantha Fox y los arreglos eran más pegajosos que los de Luismi. Lo importante aquí es señalar que con ella hice dos grandes descubrimientos.

El primero es que la canción tenía una historia que se remontaba a 1963 cuando Mike Hawker e Ivor Raymonde la compusieron para la cantante británica Dusty Springfield, pero el éxito fue tal, que no tardaron en salir nuevas versiones de la misma. Así, y sólo para citar algunos ejemplos, en esa misma década, el grupo Les Surfs, sacó una versión en español que ejercería una gran influencia en la de Luis Miguel; mientras q, seue en 1976 lo hizo el grupo escocés Bay City Rollers y en 1979 la banda The Tourists (con los geniales Annie Lenox y Dave Stewart).

El segundo hallazgo que hice fue más revelador pues más allá de compartir acordes, las interpretaciones en inglés y en español nada tienen que ver. La primera habla de amor y entrega, la segunda de rencor y deasamor; en el cóver de Fox se acosa a la pareja, se le amenaza con convertirse en su sombra; en el de Luismi impera el desdén y se le dice a la expareja que se está mejor sin él. En otras palabras, la sajona está pensada para amar, mientras que la mexicana fue concebida para "apagar el ardor". Pocas veces una canción ha tenido dos versiones tan contrarias.

Y es justo por esta misma razón que resulta absurdo, además de innecesario, comparar las versiones para decidir que cuál es la mejor. Claro está que si alguien me preguntara al respecto no dudaría en elegir a Samantha Fox, cante lo que cante.

lunes, 13 de julio de 2009

Memorias : Cuando tenía 6 años (II)

De mi estancia en Gijón hay varios recuerdos, más de los que creía tener cuando empecé a escribir la primera parte de esta memoria, que me vienen a la mente. Pero en esta ocasión , y por razones que se sabrán más adelante, quiero hablar de dos personas que marcaron gratamente mi visita a esta bella ciudad española.

El primero fue Luis Canal, "tío Luis" para los sobrinos. Era soltero y cuidaba de la tía Asún (hermana de mi bisabuela) en una casa en lo que entonces eran las afueras de Gijón y en donde hoy se levanta un monstruoso -en tamaño y estética- centro comercial. Dado que mi abuelo materno había muerto antes de que yo naciera y el paterno cuando tenía cuatro años, el tío Luis hizo las veces de mi "güelu". Recuerdo que lo visitaba continuamente y me la pasaba de maravilla con él. En el pequeño jardín de su casa, y con su siempre cálida compañía, conocí "les madreñes" (zapatos de madera que se usan para dar de comer a los cerdos en el lodo) y los renacuajos (que recogíamos del pozo de la casa), jugué a las carreras de caracoles y al tiro con un arco que fabricó con una rama verde. Nunca más volví a sentir lo que sentía cuando estaba a su lado.

Después de ese viaje nunca más le volví a ver pues poco años más tarde murió de cáncer. Mientras agonizaba, mi madre marchó a España para verlo. Sin que yo estuviera al tanto de la gravedad de su estado, le rogué que me llevara con ella para ir a ver al tío Luis pero, como es de suponer, ella se negó a tal petición porque él quiso que me quedara con el recuerdo de cuando estaba sano. La suya fue la primera muerte que me realmente me dolió.

Sin embargo, con los años me enteré un poco más de su vida y, lejos de sentirme defraudado, lo quise más. Era republicano, lo que nos llebaban con paciencia sus hermanas Mari (mi abuela) y Eladia; mujeriego, bebedor, poco afecto al trabajo pero, eso si, muy dado a devorar libros, a hablar sin pelos en la lengua y a amar a sus seres queridos, que no eran necesariamente a su familia.

La otra persona que me marcó entonces fue el tío Celso Canal o Celsín, para distinguirlo de su padre. Recuerdo con detalle el día que lo conocí. Era poco antes de la comida y mi mamá y yo regresábamos a casa de la tía Eladia Caminábamos hacia la cocina cuando alguien saltó, quedó delante de nosotros y nos dijo con voz gutural: ¡quietos ahí! Era un tipo alto, vestido de militar y con esos lentes que hoy están de nueva cuenta de moda. Mi madre gritó pero yo ni siquiera pude hacerlo por el susto. A continuación empezó a partirse de la risa mientras mi madre le echaba una bronca fenomenal y yo temblabla.

Era primo de mi madre. Entonces estaba haciendo la mili, o servicio militar, y había aprovechado el día libre para ir a Gijón, verla a ella y conocerme a mi. Me acuerdo que ese día se quedó a comer con nosotros y que, a menera de postre, y sin la anuencia de mi madre, me dio un paseo por toda la ciudad en su moto. ¡Vaya experiencia para un niño de seis años!

Un dato interesante, y que habla mucho de él, es la historia detrás de esa moto. Para comprarla, trabajó un verano completo en Suiza como bracero, algo loable de no haber sido porque se marchó sin siquiera avisar a sus padres. Lo más admirable es que regresó a casa tan campechano, como si nada hubiera sucedido. Me pongo de pie, si señor, pues eso es tener huevos.

La última vez que lo vi fue en 1989, cuando fui a pasar unos días al hotel que administraba en la playa de La Franca; si bien por mi madre estaba al tanto de su vida, de una vida que pese a haberse hecho un poco más formal (gracias a un matrimonio y tres hijos), no estaba libre de esa impronta suya generosa en locuras y genialidades. Hace cinco años su hermano Carlos me dijo que había comprado un terreno, edificado por sí mismo y sin ayuda un establo. y que estaba pensando dedicarse a eso. Genio y figura.

Lamentablemente hoy me enteré que Celsín murió el sábado 11 de julio en un accidente de moto. La esquela dice que fue en El Mazu. Ignoro dónde carajos quede el lugar ni tampoco quiero saberlo. Más allá de ser familia, reconozco que con él se ha ido también una parte de todos nosotros, de aquellos que lo conocimos y disfrutramos con sus bromas, disparates y ocurrencias.

Dentro de la desgracia que su muerte representa para todos, encuentro consuelo al pensar que ahora mi madre ya tiene con quien pasárselo en grande y que, estén donde estén Celsín y ella, ambos habitan un espacio que, sin lugar a dudas, se ha vuelto más ameno, divertido y excitante desde el sábado pasado.