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lunes, 13 de julio de 2009

Memorias : Cuando tenía 6 años (II)

De mi estancia en Gijón hay varios recuerdos, más de los que creía tener cuando empecé a escribir la primera parte de esta memoria, que me vienen a la mente. Pero en esta ocasión , y por razones que se sabrán más adelante, quiero hablar de dos personas que marcaron gratamente mi visita a esta bella ciudad española.

El primero fue Luis Canal, "tío Luis" para los sobrinos. Era soltero y cuidaba de la tía Asún (hermana de mi bisabuela) en una casa en lo que entonces eran las afueras de Gijón y en donde hoy se levanta un monstruoso -en tamaño y estética- centro comercial. Dado que mi abuelo materno había muerto antes de que yo naciera y el paterno cuando tenía cuatro años, el tío Luis hizo las veces de mi "güelu". Recuerdo que lo visitaba continuamente y me la pasaba de maravilla con él. En el pequeño jardín de su casa, y con su siempre cálida compañía, conocí "les madreñes" (zapatos de madera que se usan para dar de comer a los cerdos en el lodo) y los renacuajos (que recogíamos del pozo de la casa), jugué a las carreras de caracoles y al tiro con un arco que fabricó con una rama verde. Nunca más volví a sentir lo que sentía cuando estaba a su lado.

Después de ese viaje nunca más le volví a ver pues poco años más tarde murió de cáncer. Mientras agonizaba, mi madre marchó a España para verlo. Sin que yo estuviera al tanto de la gravedad de su estado, le rogué que me llevara con ella para ir a ver al tío Luis pero, como es de suponer, ella se negó a tal petición porque él quiso que me quedara con el recuerdo de cuando estaba sano. La suya fue la primera muerte que me realmente me dolió.

Sin embargo, con los años me enteré un poco más de su vida y, lejos de sentirme defraudado, lo quise más. Era republicano, lo que nos llebaban con paciencia sus hermanas Mari (mi abuela) y Eladia; mujeriego, bebedor, poco afecto al trabajo pero, eso si, muy dado a devorar libros, a hablar sin pelos en la lengua y a amar a sus seres queridos, que no eran necesariamente a su familia.

La otra persona que me marcó entonces fue el tío Celso Canal o Celsín, para distinguirlo de su padre. Recuerdo con detalle el día que lo conocí. Era poco antes de la comida y mi mamá y yo regresábamos a casa de la tía Eladia Caminábamos hacia la cocina cuando alguien saltó, quedó delante de nosotros y nos dijo con voz gutural: ¡quietos ahí! Era un tipo alto, vestido de militar y con esos lentes que hoy están de nueva cuenta de moda. Mi madre gritó pero yo ni siquiera pude hacerlo por el susto. A continuación empezó a partirse de la risa mientras mi madre le echaba una bronca fenomenal y yo temblabla.

Era primo de mi madre. Entonces estaba haciendo la mili, o servicio militar, y había aprovechado el día libre para ir a Gijón, verla a ella y conocerme a mi. Me acuerdo que ese día se quedó a comer con nosotros y que, a menera de postre, y sin la anuencia de mi madre, me dio un paseo por toda la ciudad en su moto. ¡Vaya experiencia para un niño de seis años!

Un dato interesante, y que habla mucho de él, es la historia detrás de esa moto. Para comprarla, trabajó un verano completo en Suiza como bracero, algo loable de no haber sido porque se marchó sin siquiera avisar a sus padres. Lo más admirable es que regresó a casa tan campechano, como si nada hubiera sucedido. Me pongo de pie, si señor, pues eso es tener huevos.

La última vez que lo vi fue en 1989, cuando fui a pasar unos días al hotel que administraba en la playa de La Franca; si bien por mi madre estaba al tanto de su vida, de una vida que pese a haberse hecho un poco más formal (gracias a un matrimonio y tres hijos), no estaba libre de esa impronta suya generosa en locuras y genialidades. Hace cinco años su hermano Carlos me dijo que había comprado un terreno, edificado por sí mismo y sin ayuda un establo. y que estaba pensando dedicarse a eso. Genio y figura.

Lamentablemente hoy me enteré que Celsín murió el sábado 11 de julio en un accidente de moto. La esquela dice que fue en El Mazu. Ignoro dónde carajos quede el lugar ni tampoco quiero saberlo. Más allá de ser familia, reconozco que con él se ha ido también una parte de todos nosotros, de aquellos que lo conocimos y disfrutramos con sus bromas, disparates y ocurrencias.

Dentro de la desgracia que su muerte representa para todos, encuentro consuelo al pensar que ahora mi madre ya tiene con quien pasárselo en grande y que, estén donde estén Celsín y ella, ambos habitan un espacio que, sin lugar a dudas, se ha vuelto más ameno, divertido y excitante desde el sábado pasado.