Esta tarde hablaba con una exalumna que me comentaba lo absurdo que resulta elegir carrera cuando se tienen 18 años pues, entre otras tantas cosas, no se tiene la madurez suficiente para valorar los contenidos recibidos, así como los esfuerzos realizados por autoridades y profesores.
En cambio, para mi es una acción suicida. ¿Cómo escoger la profesión a lo que uno se va a dedicar de por vida cuando, precisamente, se ha vivido tan poco? ¿Cómo tener certezas en una época de la existencia en la que sólo imperan las dudas? ¿Por qué verse sometido a una responsabilidad tan abrumadora cuando la diversión es lo que más importa?
Un aspecto importante en el tema es el de la vocación, misma que es importante descubrir a la brevedad. Si bien escuchar "el llamado" representa un paso importante, por desgracia no es lo único.
Recuerdo que lo de la historia me llegó en primero de secundaria gracias a que tuve un excelente profesor (un saludote, Jorge Valle) y los "Secco Ellauri", libros de historia universal que eran de lo más ameno y formativo. Desde entonces, y hasta el fin de la preparatoria, vi mi futuro en el estudio del pasado; de ahí que, pese a la oposición de mi padre, no dudara no un sólo momento en inscribirme en la carrera de Historia de la Universidad Iberoamericana.
Como suele suceder, entre lo que yo pensaba que era la carrera y lo que ésta era había un abismo, una diferencia que, en un principio, jugó a mi favor pues estaba deslumbrado ente el nuevo panorama que se abría ante mi.
El "enamoramiento" duró hasta el inicio del séptimo semestre, cuando descubrí la historia contemporánea y empecé a cuestionarme si realmente lo mío era lo historia o, por el contrario, las relaciones internacionales. ¡Y vaya que si me lo pasé mal durante ese mes! Después de haber peleado tantos años para estudiar una carrera, ¿cómo iba a decirle a propios y extraños que "siempre no"? Lo que finalmente me convenció de no hacer el cambio fue a revalidación de materias, pues de 42 que ya había cursado sólo me daban por válidas 4.
Estoy convencido de que hice lo correcto. En los últimos 19 años, y más allá de los asegunes propios de mi carrera y de mi profesión, la he gozado a tope y me la he pasado de maravilla; del mismo modo reconozco que en mucho ello se debe
a la vocación, cierto, pero también a esa inconsciencia de los 18-20 años que nos hace minimizar los riesgos al momento de tomar decisiones.
Aún así, debo seguir sosteniendo que elegir una profesión a esa edad es una auténtica acción suicida...