lunes, 28 de marzo de 2011

Medicina para el cansancio

Hay veces que cuando uno está a punto del agotamiento físico y mental, el cuerpo reacciona y segrega alguna substancia que, ante mi desconocimiento, me gusta llamar "valemadrax".

Son raros sus síntomas. Estás a mitad de una fiesta, cayéndote de cansancio y, de repente, ¡zas!, empiezas a animarte y a tener ganas de tomarte otro vodka, platicar más con los amigos y hasta deseas bailar el ritmo que te echen. Así, una reunión a la que pensabas darle mate a las 11 de la noche puede tener vida hasta las 5 de la mañana del día siguiente.

De igual manera, situaciones que en condiciones normales podrían desquiciar al temple mismo, ahora te resultan curiosas o, en el peor de los casos, "exóticas". Las ves con cierta curiosidad, piensas en las posibles consecuencias que podrían acarrearte y las dejas pasar con tranquilidad, como si nada.

El cansancio es así de cruel. Te atormenta chupándote toda la energía para darte luego tu ración de "valemadrax" y dejarte como una seda. Claro está que luego llega el momento de asumir las responsabilidades para evitar que las consecuencias, al menos las malas, se materialicen. Para ello no hay nada mejor que un puñado de amig@s que estén dispuest@s a rifársela por uno. 

A tod@s ell@s le doy las gracias por el apoyo que me brindaron hoy.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Banamex apesta

Fuente:http://www.flickr.com/photos/krynowekeine/2783611660/
Con más de cien años de vida, y propiedad ahora de norteameriocanos, Banamex no sólo es el banco decano de México, es, también, uno de los más malitos del país.

En principio, debería decir que en este país el término "banca" bien puede ser tomado como sinónimo de "mediocridad", " mezquindad", y "vileza", por no decir que es la usura legalizada y, peor aún, de una injusticia institucionalizada que les permite pagar al ahorrador interesea del 3 ó 5 por ciento en tanto que cobrar al acreedor un 50 ó 60 por ciento de interés.

Ante esta evidente estafa, y gracias a las quejas de miles de usuarios enfurecidos, el año pasado nuestro senado procuró poner fin a esta situación. Fue un intento tibio, como de costumbre, que se silenció antes la advertencia de los grandes banqueros de que poner límites justos a las tasas de interés que cobraban a los deudores, "generaría un grave daño a la nación". Bastó la amaneza del capital para que el poder legislativo se arrugara.

No sé de economía ni de finanzas, así que no puedo asegurar que lo anterior es cierto o no; pero me queda clara que tratar a sus clientes como seres humanos y ofrecerles un buen servicio "generaría un gran beneficio a la nación". Bien que lo saben los banqueros, pero les importa un pepino hacerlo en tanto siga jugando a su favor la ley del embudo.

Ahí está el ejemplo de Banamex. En diciembre del mes pasado, le robaron  la cartera a mi esposa. En ella traía una tarjeta de débito de este banco. Aunque levantó el reporte nada más darse cuenta de la ausencia, fue muy tarde pues le habían vaciado la tarjeta de débito (gracias a esa mala costumbre que tenemos de no pedir una identificación oficial al pagar con una tarjeta). El trámite de reembolso que, en prinicipio debía concluir a inicios de enero, se ha prolongado hasta el día de hoy sin que mi esposa haya recibido una respuesta satisfactoria... ni tampoco su dinero.

En contrparte este mes me retrasé en el pago de mi tarjeta de crédito -que es Banamex, claro está-. Habían pasado dos días de la fecha límite y ya me estaban llamando a mi celular y a mi casa para recordarme, posteriormente exigirme, que saldara el adeudo. La situación me molesta porque no es un asunto de dinero, también de historia. En más de 10 años de usar el plástico, sólo en dos ocasiones -ambas por olvido- no liquidé a tiempo el total mensual de lo adeudado. No señor, cuando el dienro está por medio, la amabilidad deviene en amenaza, la lealtad de antaño en un intento de estafa y el cliente en delincuente...

Contamos con una banca de mierda porque tenemos una clase política que está a su misma altura. Del mismo modo como los políticos nos ven con cara de voto, los bancos hacen lo propio con el símbolo de $. Cada día estoy más convencido de que el colchón sigue siendo el mejor banco: no te juzga, tampoco te acosa y, en cambio, es cómodo y siempre "se amolda a nuestras necesidades".

domingo, 20 de febrero de 2011

Mi relación con el "Kilómetro 31" del cine mexicano

Soy un fanático del cine de terror, aunque bastante frustrado. Lo primero, herencia de mí madre, lo digo como quien reconoce un vivio confesable. Fueron muchas las noches y madrugadas que nos pasamos delante del televisor, a veces muertos del miedo y, en otras, riendo con un humor involuntario. Lo segundo, en cambio,  se debe a que mi esposa aborrece el género y como sólo tenemos un televisor en la casa, pues suelo dar por perdida la "batalla terrorífica".

Que conste que no he renunciado a esta clase de películas, más bien a verlas con la frecuencia que quisiera. Así, cada vez que ella sale de la ciudad, aprovecho para ir a "Blockbuster" y pasarme cerca de dos horas de terror sabatino en compañía de una cerveza y una  buena dotación de palomitas de maíz. El sábado pasado no fue le excepción.

En esta ocasión elegir la película fue en sí un problema. Creo que el espíritu de Emilio, "El Indio", Fernández se posesionó de mí cuerpo y me obligó a elegir una producción mexicana. Como que me dijo: "Escoge esa que dice Kilómetro 31, m'ijo. No seas un pinche malinchista y apoya a la industria nacional"; y yo, lamentablemente, le hice caso.

Reconozco que tiene efectos especiales muy buenos y que algunas de las actuaciones son buenas. Es más, al principio si tenía miedo gracias a un méndigo chamaco azulado al que casi nunca se le ve su cara tan macabrona; sin embargo, cuando apareció Claudette Maillé (vestida, lo que es algo raro) todo se fue al caño. Y no, no se debió a ella, sino a su mamá en la vida real, la galerista mexicana Mercedes Iturbe, a la que un compañero del INBA solía llamar con gracia "Mercedes La Turbia". Ver a Claudette y acordarme de la frase bastó para que lanzara una carcajada y dijera adiós al terror o como se le quiera llamar.

Malo cuando en un filme de terror mexicano se recurre a la historia, más aún si se trata de la época virreinal. Eso ya está vístisimo, al menos desde las décadas de los años cuarenta y cincuenta.. Peor aún cuando se hace referencia, aunque sea de filón, a la leyenda de la "Llorona". Pésimo cuando por no querer ser tan predecible como todo parece ser, se confunde al espectador sin ton ni son  y se le obliga a zamparse un final abierto y muy apresuradito. ¡Diablos! ¡Simplemente no puede ser! Lo terrorífico es que pasa el tiempo y se sigue en las mismas; no se innova ni de milagro y, peor aú, se cree que los espectadores somo un hato de bovinos descerebrados... Aunque lo cierto es que hay un pequeño hato de bovinos descerebrados que si se maravillan con estas vaciladas.

En conclusión, la proxima vez que me encuentre en una situación, silenciaré al "Indio" Fernández y eligiré mis películas de terror asiáticas. Ignoro si para su región son origioenales, al menos de tan exóticas me entretienen más.

martes, 1 de febrero de 2011

Sobre mi muerte

En la mañana del 31 de diciembre pasado estaba tomando un café muy tranquilo hasta que me tomó por sorpresa, mejor dicho, me asaltó una idea:

-Esta es la última Nocheviaje que estaré vivo -me dije a mí mismo mientras revolvía mi bebida.

Después de este arrebato un pitonísico délfico posmoderno, seguí bebiendo el café aunque sin la pachorra de antes. Empecé a darle vueltas al asunto y, lejos de preocuparme sobre el destino de mi alma, me obsesioné sobre ese proceso que inicia con el último aliento y termina con la llegada al cielo o al infierno. En otras palabras, me interesó más el viaje que el destino final.

Escribir sobre este trance es, aparentemente, fácil pues no ha habido mortal alguno que haya regresado de la muerte o, por el contrario, que haya podido comprobar por cualquier medio lo contrario. Sin embargo, este es precisamente el problema pues dado que no hay una experiencia que pueda ser tomada como válida o verdadera, el terreno para la especulación es tan grande como la imaginación de quien se lanza a esta tarea tan ociosa.

He leído que cuando la gente muere, ve pasar delante de ella, y a una velocidad inaudita, toda su vida. No niego que ello sea posible, pero me gustaría pensar que a este paso antecede uno, y muy importante por cierto. Si uno a duras penas sabe qué rumbo tomar en esta vida, la labor resultará mucho más difícil tratándose de un alma recién descarnada que desea viajar al "otro barrio".

Pese a lo grave del problema, creo que posee una solución sencilla. Al morir el cuerpo, el alma llega a un lugar donde le está esperando un autobús que transporta a otras almas a su última morada. No hay que pensar que se trata de un transporte cualquiera. No, que va. Se trata de uno muy concurrido y con asientos para todos; posee un servicio de bar y de restorán para todos los paladares y en lugar de ventanas, cuenta con pantallas en las que uno ve pasar toda su vida nada más subirse.

Pasado lo anterior, viene la bienvenida masiva y llegan las presentaciones, momento en el que lo fundamental no es decir quien fue uno en vida sino la forma cómo murió:

-A mi me mató el marido de mi amante cuando nos descubrió en la cama -dice uno.
-Yo soy el marido engañado. Después de asesinarlo, me fulminó un infarto masivo -comenta al tiempo que  juguetea y abraza a su otrora víctima.
-En cambio -dice otro- cerré los ojos mientras el doctor me decía: "cuente del número diez para atrás". Antes de llegar al siete ya estaba en el autobús.
-Eso no es nada. Estiré la pata mientras veía un reality show en la tele...
-... mientras dormía...
-... al estudiar...
-... en un asalto...
-... en un accidente de coche
-... de muerte súbita...

En fin. El punto es que todos se la pasan bien y nadie tiene miedo ni resentimientos. En el autobús sólo impera la camaradería, la complicidad, el buen humor y la diversidad. No se siente pena o pereza de conocer a los demás porque uno está en la misma situación, porque uno es igual a ellos. Vamos, ¿quién se la puede pasar mal así? 

Yo no sé que siga a continuación, aún no lo pienso; pero tengo la certeza de que no tendré interés en fastidiar a mis deudos enciendiéndoles las luces, apareciéndomeles en sueños, jalándoles las sábanas y, mucho menos, dándoles a conocer el número del gordo de la lotería. Seguramente tendré otras cosas en que ocuparme y preocuparme.

sábado, 22 de enero de 2011

Cuando uno se despista en el peor de los momentos

Quien me conozca sabrá que soy un despistado perdido, cualidad -no podría decir virtud- que la mayor parte del tiempo ni me agobia ni tampoco me molesta. Sin embargo, reconozco que hay momentos en lo que esta forma de ser en poco me ha ayudado.

Una de las veces en las que me metí en problema por andar de atolondrado fue en el verano de hace dos años. Era junio del 2009 y había viajado a Madrid con el fin de obtener el Diploma de Estudios Avanzados  (DEA). Dado para tal fin iba a presentar un examen, y que viajaba sólo, me hospedé en la Casa de Velázquez (que aparece en la foto). El lugar es precioso, se encuentra cerca de la Ciudad Universitaria y está lejos del centro y de todos sus distrractores. Por contra, dos de los problemas que le encuentro es que se encuentra literalmente a un costado de la carretera que lleva al norte de España y que los cuartos no tienen aire acondicionado.

El día antes de presentar el DEA, me vi con Carmen, una amiga, que conozco desde que era niño, y con Arturo, hoy su marido. Caminamos un rato por el centro de la ciudad, paramos una vez para tomar unas cervezas y otra para cenar en una terraza muy agradable. A las nueve y medias de la noche dije que me marchaba para darle los últimos detalles a la exposición que iba a hacer al día siguiente y a la presentación en "power point" en la que iba a apoyar mi defensa. Muy amablemente me recomendaron que lo más conveniente era tomar un autobús que pasaba muy cerca de donde nos encontrábamos y que hacía una parada en la carretera, justo en frente de la Casa de Velázquez.

Y así lo hice. Aunque el recorrido era rápido, lo estaba disfrutando mucho pues el autobús marchaba por lugares que yo no conocía. Es más, era tanto mi deleite, que ni me dí cuenta de cuando pasamos por la parada en la que debí bajarme. Cuando me percaté de la omisión, decidi no perder la calma.

-Ya pasaremos cerca de una estación del metro y ahí me bajaré -me dije con gran convicción.

¡Cómo no! Pasaban los minutos y no sólo no se veía ni una estación del metro, también parecía que nos dirigíamos hacia las afueras de Madrid. Cada vez veía menos negocios y bares y más edificios y departamentos, lo que era un mal augurio tratándose de una ciudad, y un país, en donde uno se topa cada dos por tres con bares, cafeterías, chiringuitos... Había perdido la calma y me encontraba a punto de llorar cuando apareció a lo lejos, y como si se tratara de un milagro, el símbolo del metro. 

Baje corriendo como si detrás de aquel símbolo se encontrara la tierra prometida. Una vez dentro, me percaté de que el problema no estaba resuelto. Eran las diez y media, me encontraba en "Barrio del Pilar" y para llegar a "Ciudad Universitaria" debía hacer dos transbordos. Las cosas fueron fatales pues el tren tardó en llegar, los vagones estaban ocupados por pequeños grupos de jóvenes a los que veía como lo más  selecto y granado de la Mara Salvatrucha, cada transbordo fue más lento que el anterior y la méndiga ciudad universitaria estaba tan sola y oscura que corrí si estuviera a punto de tener un ataque de diarrea.

Cuando entré a la habitación era poco más de la medianoche. Pero me importó un comino. Aquella noche/madrugada me sentí tan a gusto, que no me agobió revisar mis notas y presentación, y mucho menos, la idea de hacer una cosa tan baladí como un examen...