Es el final de semestre y la semana pasada fue, además, una auténtica pesadilla. Por ello quiero dejar a un lado las reflexiones sesudas para poner en su lugar este relato breve que mucho tiene que ver con los momentos que estamos viviendo y que viviremos por un buen trecho del 2012. ¡Qué lo disfruten!
En la ciudad donde vivo son muchos los que hablan de este monstruo, pero contados los que lo han visto cara a cara.
Dicen que es un mutante que cambia de forma y de color a voluntad, de ahí que sea difícil saber a ciencia cierta cómo es físicamente y, más complicado aún, lo qué está pensando. Quienes lo conocen, afirman que su modo de vida es parasitario pues gusta de apropiarse de la energía y recursos de otros seres, particularmente de aquellos que se ven obligados a desarrollar un esfuerzo físico notable para sobrevivir.
Su modus operandi siempre es igual. Seduce a sus víctimas con palabras dulces y promesas fabulosas hasta dejarlos en un estado de seminconsciencia, momento que aprovecha para adueñarse de su vigor extrayéndolo de cada uno de los orificios corporales, si bien es de destacar que muestra una especial predilección por aquel donde termina el tracto digestivo.
Hay quienes aseguran que este ser, que vive de noche y duerme de día, mora un hábitat conocido como “El Palacio”. Ahí acostumbra reunirse con otros entes iguales a él para sumar sus poderes, llevar a cabo hechizos espeluznantes y celebrar aquelarres destinados a provocar grandes males –la mayoría de las veces con éxito– a los seres humanos.
Pocos lo han visto, repito, pero todos lo conocemos, aunque sea de nombre. Y es que desde hace siglos, a esta criatura pútrida y abismal lo llamamos... diputado.