Acabo de cumplir 41 años y lo digo con satisfacción y orgullo Con orgullo por las cosas que he podido hacer en todo este tiempo y poeque estoy vivo; con orgullo por la cantidad de felicitaciones que recibí hace unos días, la mayoría de ellas sinceras.
Lo cierto es que cada cumpleaños se debe celebrar de forma diferente pues, además de que uno es más viejo, las circunstancias cambian de un año al otro, de una década a la otra. Cuando era un niño, además de los regalos me encantaba que cada 8 de julio fuera yo quien escogiera el menú para la comida, mismo que consistía en un puré de frijoles, un pollo como sólo mi abuela Mari lo sabía hacer y un pastel de moka de Arnoldi. ¿Soso?, si; ¿aburrido?, tal vez, pero era lo que a mi me gustaba en ello encontraba el mayor de los regalos.
Luego vino el verano de 1987, la primer celebración que pasé lejos de casa, pero no por ello sólo. Gracias a mi primo Nacho y sus amigos, algunos de ellos mis amigos ahora, me la pasé como nunca antes lo había hecho. Fuimos a "El Puentín", un merendero muy famoso en Gijón que terminó siendo vistimado por el progreso, donde bebimos sidra, comimos tortilla de patata y chorizos a la saidra; nos tomamos un montón de fotos -que por pudor ni me atrevo a subir- y recibí regalos tan extraños como un soldado alemán de la II Guerra Mundial que se encuentra cagando -y que aún conservo-, un calendario del kamasutra y una camisa negra con morado, por citar algunos presentes. De ahí nos marchamos todos, medio entonados, a "El Oasis" a pasar la tarde bailando como enajenados.
Otras veces tuve la fortuna de que me tocara estando de pata de perro. Así, la primera vez que puse un pie en París, acompañado de mi amigo Mario, fue un ocho de julio, bastante ajetreado, por cierto, pues llegamos sin tener un lugar donde quedarnos y con unos conocimientos menos que elementales del francés. En otra ocasión vez tuve la oportunidad de darme como auntorregalo una visita de varias horas al Museo Británico, no soy muy afecto a los museos pero era la primera vez que estaba en Londres.
Recuerdo una vez que me dio por juntar a mis amigos de la prepa con algunos de los alumnos de la escuela en la que deba clases y nos fuimos al famoso "Salón Tenampa". Bebimos como cosacos, jugamos a ver quién era la persona que más aguantaba los toques eléctricos (la final la disputaron Soto y Chück y, si mal no recuerdo, ganó el último) y, a la salida, tuve que llevar a un alumno encajuelado -el sueño de cualquier profesor, en verdad- pues ya no había lugar en el coche. Lo malo de ese cumpleaños es que de regreso a casa rompí el carter del aceite del viejo Tsuru que entonces manejaba.
También he pasado muy buenos cumpleaños en compañía de mi esposa, hija y padres (el último con mi madre en el 2006). Claro que son menos movidos, pero me encantan porque son diferentes a los que vividos como hijo de familia. Levantarse al son de las "mañanitas", recibir besos y abrazos y abrir semi dormido los regalos es, simplemente, una experiencia indescriptible.
En síntesis, he estado muy celebrado, muy reconocido y muy regalado a lo largo de todos estos años. No debería tener queja alguna y en prinicipio así es, el menos hasta que me acuerdo que hay un regalo -el de mis sueños- que me ha sido prometido pero jamas concedido Creo que jamás lo disfrutaré y, aún así, no pierdo la esperanza de recibirlo algún día.