Sujeto, verbo y predicado. Esa es la mejor forma de comunicar un mensaje ya sea de manera escrita o verbal. Y, sin embargo, en la vida real ello no es suficiente para hacerse entender con los demás.
Cuando trabajaba en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) me resultaba por demás difícil entender a ciert@s director@s de museos, particularmente aquellos que eran artistas o, en algún momento de su vida, habían dirigido galerías. Yo no sé qué pasaba pero cada vez que me envíaban alguna propuesta de texto o de discurso para el director general me resultaba más sencillo escribir otra que intentar descifrar y corregir lo que acababa de recibir. Dios y Jaime, mi jefe entonces, son testigos que no había forma de arreglar aquello.
Hace tiempo tuva la oportunidad de trabajar para una casa productora. En general todos ahí eran muy agradables y simpáticos, hasta que llegaba el momento de hablar sobre el trabajo, entonces no había quién entendiera aquello. Lo que entregaba estaba bien, aunque "no era precisamente lo que me habían pedido", y para hacerles entender a veces que lo que me solicitaban era tan irreal me veía obligado a explicárselos en varias ocasiones y de distintas maneras. Como es de suponer, aquello no duró mucho.
Considero que muchas veces los problemas de comunicación se originan por la manera de ser de cada uno y de la formación que ha recibido. Así, mientras que unos nos se manejan con las "coordenadas" de mucho y poco y arriba y abajo, otros lo hacen poniendo centímetros y metros de por medio y hablando del norte y el sur. Como diría el famoso Filósofo ed Güemes: "es lo mismo pero diferente".
En otras ocasiones la cuestión depende de la voluntad y buena disposición para entender al otro. En mayor o menor grado, tendemos a comprender lo que nos interesa y conviene; en cambio, con aquello que nos disgusta, la historia es diferente pues, más que interpretar de manera errada, asumimos que son los otros los que no se saben explicar con claridad. ¡Vaya torpeza la suya!
A final de cuentas, la comunicación tiene una parte de soberbia etnocéntrica por la que se asume que no es uno, ya sea como emisor o receptor, quien falla en el proceso, sino los otros y con ello se constanta una de las máximas fundamentales de la vida: "el infierno son los demás".
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