domingo, 19 de junio de 2011

Mis problemas y tus problemas



Acabé de leer Sunset Park, de Paul Auster, y recordé Camino Soria del grupo español Gabinete Caligari. La canción inicia así: "Todo el mundo sabe que es difícil encontrar en la vida un lugar". Y resulta que esta es una verdad "popera"  tan innegable como incompleta.

Innegable porque suele ser complicado conocer cuál es el papel que  debemos hacer en esta obra de teatro que es la vida e incompleta porque, en realidad, son varios los lugares que ocupamos en ella con los años.

Lo anterior me queda claro cuando se trata a gente más joven. Uno escucha con atención sus problemas en tanto que su rostro va perdiendo seriedad hasta coronarse con una sonrisa un tanto condescendiente. Hay quienes se enojan por considerar que no se toman en serio los "via crucis" de su existencia, en tanto que a otros les llama la atención el gesto y hasta preguntan qué es lo que lo produjo. Entonces se apela a la experiencia para decir que hace "siglos" uno también pasó por la misma bronca. Nada es para tanto, suele ser un buen remate para la conversación.

Sin embargo, creer que antes ocupábamos en la vida el lugar de víctimas y ahora el de sobrevivientes, es una tontería. Hay problemas que ya hemos superado y que nos sitúan en una posición privilegiada para dar consejos sobre ellos; pero hay otros que nos atormentan, que creemos que son insalvables al tiempo que arrancan carcajadas a quienes son más grandes que nosotros.

La clave es mantenerse en movimiento, ocupar distintos lugares en la vida. No se trata de evitar los problemas -objetivo imposible y estúpido- más bien de  estar alerta y afrontar obstáculos diferentes. Puede sonar como una perogrullada, pero no lo es. Basta un descuido para volvernos a atormentar con tonteras de la infancia o de la adolescencia, para pasar por situaciones aparentemente superadas y sentirnos bastante ridículos... 

martes, 17 de mayo de 2011

Un reencuentro inesperado


La última vez que lo vi fue hace 17 años. Corrijo. La última vez que hablé con él fue hace 17 años, y en todo ese tiempo lo habré visto al menos cinco veces, mismas en las que no le dirigí la palabra.

La historia, y nunca antes mejor dicho, inició al presentar mi proyecto de tesis al consejo de la carrera. A él le interesó mucho y me invitó a participar en un seminario  que coordinaba con sus alumnos de maestría y doctorado. Estaban tan emocionado, que hasta dejé mis clases en la Alianza Francesa (¡ERROR!) por participar en el mentado seminario.

En un principio, el entusiasmo fue mútuo y la realción alumno-profesor fluyó bien; sin embargo, hubo un momento -no recuerdo cuando a ciencia cierta- en el que el encanto se acabó. Entonces dio paso la desilusión. Simplemente no cumplí con sus expectativas, dejé de ser de interés para él y se encargó de dejármelo ver. A partir de ese momento el seminario se convirtió en un infierno pues algunos compañeros, distintos a los del inicio, se dieron cuenta de la siotuación y asumieron si me "tiraban a matar" quedarían bien con el jefe. Debo decir que si bien él jamás fomentó estas prácticas, tampoco mostró interés en acabar con ellas. 
 
Cuando me salí del seminario quedé más tranquilo. Además de descubrir cuán idiotas pueden ser los colegas con tal de estar bien con la autoridad, mi autoestima y tesis recibieron un descando, a veces interrumpido por los recuerdos de la experiencia y el enojo que ello me producía.
 
A final de cuentas, creo que la oportunidad me llegó muy pronto y muy chavo, al menos lo sificiente para no animarme a encarar algunos comentarios hechos de muy mala fe y a algunos dizque maestros y doctorandos que, me cae, que ni el olvido los merece.

Todo esto viene a colación porque ayer asistí a un evento académico muy pequeño en el que él también estaba. Con la llegada del receso, el reencuentro fue inevitable. ¿Saben qué fue lo mejor? Platicamos con verdadero gusto por diez minutos en una charla amena y muy entretanida, en la que el pasado quedó olvidado y que, a final de cuentas, fue catártica que me sentí liberado.

Para todos aquellos a los que les gustan las moralejas, aquí les va una: ¡ELIJAN BIEN A SUS DIRECTORES DE TESIS!

lunes, 2 de mayo de 2011

Como te ves me vi, como te ves me verás


Hace tiempo escribí sobre el miedo que despierta en nuestra sociedad el tema del envejecimiento y de todos los pseudos recursos para intentar evadir lo que es ineludible.

Antes podía presumir que el tema no me daba miedo, hoy no. Ya no soy el mismo. Ahora no puedo permanecer impasible y me preocupo por el futuro, que en este caso, como en de los otros, es sinónimo de envejecimiento.

Sigo muriéndome en la raya conque querer retardar la llegada de la vejez es una reveranda tontería que se basa, una vez más, en querer aparentar lo que no se és. Del mismo modo, estoy convenicido de que lo único que realmente podemos hacer es aceptar el proceso con dignidad en tanto estiramos la pata. Quienes me preocupan son los demás.

Cada vez me doy cuenta de que en esta sociedad el envejecimiento es causa de malestar. Más que un proceso natural, parecería ser que "peinar canas" es un defecto. Si uno que, aparentemente, se corrige con caras largas, regaños, indirectas, mentadas de madre, es decir, con desprecio.

El problema es que el tiempo ha pasado y yo ya no soy el de antes. La maquinaria ya me empieza a fallar. De un tiempo para acá, el oído me juega mala pasadas frecuentemente, los ojos se casan más fácilmente y la lumbalgia ha decidido hacerme suyo con mayor constancia. 

Si bien estos achaques pecan aún de timidez, sé que con el tiempo se sumaran a otros y se tomarán la confianza suficiente para convertirse en mis "compis" de tiempo completo. Eso lo tengo claro, no así cómo me tratarán los demás. Muchas noches me quiebro la cabeza; le doy vueltas al asunto sin cesar y, cuando más negro me pinto el panorama, recuerdo que siempre tendré un último recurso: atormanter a los más jóvenes con la frase "como te ves me vi y cómo ves te verás" y convertirme el viejo más jodón del mundo.

lunes, 25 de abril de 2011

Uno de mis vicios confesables

De los legados del INBA que aún posee se encuentra este vicio confesable. El responsable de ello fue mi jefe, Jaime Vázquez, quien aprovechó una mañana nublada para hacerme caer en la tentación.

-Tómate tu tiempo -me aconsejo- Por mucho que te emociones, dosifícalo. Así lo disfrutarás más.
A continuación me dio A salto de mata, una serie de relatos escritos por el autor norteamericano Paul Auster. Aunque en un prinicipio me jefe me recomendó que leyera el texto que le daba el título al libro, no pude resistirme y terminé por leerlo de principio a fin. Fue así como caí en este delicioso vicio.

Mi incultura literaria, unida a un arraigadísimo sentido de la prudencia, me impiden afirmar que es el mejor escritor contemporáneo de Estados Unidos o del mundo. No lo sé ni tampoco me importa. De hecho, si lo leo con avidez es  únicamente porque me gusta.

Y me gusta porque sus personajes hacen justo lo que a mi me gustaría hacer. Hay uno que se pasa casi un año manejando como enajenado por todo Estados Unidos; otro que vivió por meses en el desierto; otro que es un académico que coloca bombas; uno que es profesor que elabora una investigación de un actor de películas mudas; un joven que puede levitar a voluntad y un anciano que se inventa termendas historias para dormir...
Aunque sus personajes -mis "alter egos"- viven en mundos en los que a pesar de que las fronteras entre la realidad y la ficción están tan desdibujadas que se confunden, son muy reales y abordan temas que son de actualidad, pero no de un modo coyuntural, más bien de un modo substancial: la vida en pareja, la soledad, el abandono, la identidad, la lealtad, la mutabilidad, la infidelidad, el prestigio, el honor...

En ese sentido, Auster es un autor muy generoso por naturaleza. Para quienes no gustan mucho de la ficción tiene Leviatán y Un hombre en la obscuridad; para aquellos que prefieren las ficciones con pequeñas pinceladas de veracidad está La trilogía de Nueva York, El país de las últimas cosas o Jugada de presión. Ahora bien, si lo que se busca es vivir un buen rato confundido entre la ficción y la realidad, entonces son recomendables: La música del azar, Moon Palace, El libro de las ilusiones o Viajes por el scriptorium.

A final de cuentas, toda recomendación es un tanto innecesaria. Lo importante es no pensárselo mucho y perderse en el conjunto de su obra. En ese sentido no importa el libro que sea lea pues cada uno de ellos es una ventana que nos permite asomarnos en el universo austeriano.

jueves, 14 de abril de 2011

La vida es como el juego

Hace años tenía un amigo que ante cualquier situación, favorable o no, acostumbraba a decir que la "vida es como un juego". El desgraciado lo decía con tanta suficiencia e insistencia que ninguno de nosotros nos atrevíamos a llevarle la contra aunque en ocasiones no entendiéramos a qué se refería.
El caso es que tenía razón, al menos en cierto sentido. En la vida no hay una nada seguro. Podemos pensar que el éxito está cerca, pero jamás tendremos la certeza de que lo alcanzaremos, del mismo modo como en el póker tener una muy buena "mano" no es garantía de triunfar.

Además del factor de la incertidumbre, existe otro que no es menos despreciable: el de las rachas. Si bien no todo es suerte tanto en el juego como la existencia, la cierto es que esta juega un papel importante, de tal suerte que a una serie de triunfos y logros, se sucede otra de frentazos y fracasos. Insisto, uno puede intervenir para que la balanza se incline de un lado o del otro, pero el incontrolable azar siempre está dispuesto a hacer de las suyas.

En términos "poqueriles" puedo afirmar que en estos momentos atravieso una mala racha. Es un hecho que he jugado mal mis cartas; que he realizado malas apuestas y, peor aún, parece que he subestimado a mis rivales. Gano las apuestas chicas y pierdo las jugosas; tengo la certeza de que cuento con "manos" fuertes y descubro que hay quienes tienen mejores o, peor todavía, caigo redondito en el "blofeo" de los otros. Pero, a final de cuentas, no debo ser tan azotado pues NADA ES PARA TANTO.

La pregunta es ¿qué hacer cuando se cae en un bache así a mitad de una partida? Abandonar no es la opción, mucho menos si lo perdido es un monto considerable; por el contrario, es necesario mantener la calma con la certeza de que las rachas -buenas y malas- tienen un fin y en tanto llega éste, hay que seguir jugando lo mejor que se pueda hasta que la fortuna nos vuelva a sonreir.

En tanto llegan las vacas gordas,  les comparto un video muy ad hoc con lo dicho aquí.