En el último año de la preparatoria (EN EL VIDEO DE ARRIBA ENCONTRARÁN ALGUNAS IMÁGENES DEL COLEGIO DONDE LA CURSÉ) vives una mezcla de luto y diversión permanentes. Sin tener una idea clara del futuro, sabes que te encuentras al final de una etapa y al inicio de otra, una en teoría más seria y formal que implica el irremediable fin del desmadre a granel.
Es curioso, pero para mí representó una etapa hasta cierto punto difícil pues fue la primera vez que estuve en un salón sin la compañía de mis amigos. Pero claro, no podía ser de otra manera cuando el sistema divide a los alumnos por áreas de interés; así, mientras que la mayoría se fue por al área I, la físico-matemática, yo hice lo propio en la IV, la consagrada a las humanidades.
Ello no implicaba que jamás nos viéramos en la escuela. Todo lo contrario. Pasábamos juntos los recreos y muchas veces me invitaban a ver sus competencias de "sumo de salón", auténticas luchas de sumo en las que el perdedor chocaba ruidosa y dolorosamente contra la pila de sillas que limitaban el círculo de combate. Aún me sigo preguntando cómo fue posible que nadie se rompiera un brazo, una pierna o la cara.
A reserva de lo anterior, fue difícil por ser la primera vez en la que me encontré en un salón en el que las mujeres eran mayoría (sin saber que a partir de entonces ese sería mí destino). Muchas de ellas eran muy jodonas y vaciladoras pero reconozco que, por lo general, casi todas lo hacían de buena lid. Aunque tarde, pero finalmente me acostumbré a ser minoría y pude encontrarles el modo a mis compañeras.
La cuestión de los profesores tampoco ayudó. Todos eran conocidos... para bien y para mal. Sin entrar en detalles, diré que había algunos que destacaban por su preparación, su compromiso y su dedicación; en cambio, había otros a todas luces improvisados que eran incapaces de ocultar que les daba más flojera darnos clases que a nosotros recibirlas. Esta última experiencia fue tan frustrante que creo que fue la primera vez que no tuve reparo en mostrarle a un profesor que su clase me aburría.
Debo reconocer que a reserva de lo anterior, también hubo momentos buenos, memorables. Las idas al cine eran casi forzosas los fines de semana, así como las encerronas para ver películas de terror en VHS. Tampoco faltaron las bromas (algunas muy pesadas), las fiestas con alcohol de "extranjis", los amores platónicos y los fracasados, las pláticas de madrugada con los amigos, las comidas/cenas eternas y la fiesta de graduación, claro está.
Se dice pronto, pero ya ha pasado un cuarto de siglo desde entonces. Reconozco que fue una época que tuvo más momentos buenos que malos y, aunque la recuerdo con mucho cariño, la considero el preámbulo de un tiempo que tardaría poco en llegar y que enriquecería mucho mi vida.
La cuestión de los profesores tampoco ayudó. Todos eran conocidos... para bien y para mal. Sin entrar en detalles, diré que había algunos que destacaban por su preparación, su compromiso y su dedicación; en cambio, había otros a todas luces improvisados que eran incapaces de ocultar que les daba más flojera darnos clases que a nosotros recibirlas. Esta última experiencia fue tan frustrante que creo que fue la primera vez que no tuve reparo en mostrarle a un profesor que su clase me aburría.
Debo reconocer que a reserva de lo anterior, también hubo momentos buenos, memorables. Las idas al cine eran casi forzosas los fines de semana, así como las encerronas para ver películas de terror en VHS. Tampoco faltaron las bromas (algunas muy pesadas), las fiestas con alcohol de "extranjis", los amores platónicos y los fracasados, las pláticas de madrugada con los amigos, las comidas/cenas eternas y la fiesta de graduación, claro está.
Se dice pronto, pero ya ha pasado un cuarto de siglo desde entonces. Reconozco que fue una época que tuvo más momentos buenos que malos y, aunque la recuerdo con mucho cariño, la considero el preámbulo de un tiempo que tardaría poco en llegar y que enriquecería mucho mi vida.