Definitivamente no me van mucho las cuestiones gremiales. La parte de la investigación es bonita, aunque no tanto como la de escribir -que siempre será más sabrosa-, pero la de ir con los pares resulta muy desgastante.
En unas horas regreso a casa después de haber asistido al XVI Congreso de la Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos -que en nada tiene que ver con la imagen que puse-, celebrado en San Fernando, Cádiz. La ciudad es muy bonita, se come de lujo y la gente es muy agardable (que no tan simpática, como luego nos la quieren vender). Y, sin embargo, la única queja es el gremio, los colegas.
Resulta difícil llegar más sólo que la una a estas reuniones porque, en general, la gente va en grupos y éstos son bastante cerrados. Con ello no quiero decir que sean descorteses, porque jamás lo fueron conmigo, más bien que resulta casi imposible integrarse a estas pequeñas "cofradías". Comes con ellos, te hacen caso, pero luego las pláticas derivan en experiencias pasadas comunes y en chistes tan propios que, de plano, me quedo fuera de la jugada.
Lo interesante de esta historia es que después dedía y medio de estar haciendo mi lucha, finalmente desisití de continuarla. Y ahí se obró el milagro. Me tope con dos colegas de la UNAM, a quienes había conocido en un congreso celebrado en Veracruz hace unos meses, quienes fueron muy amables al invitarme a tomar una cerveza con ellos y a platicar. Pese a que nuestras líneas de investigación no tienen nada que ver, nos la pasamos de maravilla.
Al similar pasó la noche de la clausura. Estuve sentado al lado de un colega a cuya esposa conozco porque colaboramos juntos en un proyecto el año pasado. Charlamos desenfadadmente y resulto que tocamos temas similares y conoce a otros colegas que están metidos en un proyecto muy parecido al que estoy desarrollando, lo que representa un panorama alentador.
Más allá de estas perlas, e ignorando cómo sean los demás, el gremio de los historiadores encarna la cerrazón pura. Así que si alguno de ustedes se ve en la obligación de enfrentarse a éste, o va en banda o, de plano, deja de quererse meter a chaleco ahí para que el "maná le caiga del cielo"...
Resulta difícil llegar más sólo que la una a estas reuniones porque, en general, la gente va en grupos y éstos son bastante cerrados. Con ello no quiero decir que sean descorteses, porque jamás lo fueron conmigo, más bien que resulta casi imposible integrarse a estas pequeñas "cofradías". Comes con ellos, te hacen caso, pero luego las pláticas derivan en experiencias pasadas comunes y en chistes tan propios que, de plano, me quedo fuera de la jugada.
Lo interesante de esta historia es que después dedía y medio de estar haciendo mi lucha, finalmente desisití de continuarla. Y ahí se obró el milagro. Me tope con dos colegas de la UNAM, a quienes había conocido en un congreso celebrado en Veracruz hace unos meses, quienes fueron muy amables al invitarme a tomar una cerveza con ellos y a platicar. Pese a que nuestras líneas de investigación no tienen nada que ver, nos la pasamos de maravilla.
Al similar pasó la noche de la clausura. Estuve sentado al lado de un colega a cuya esposa conozco porque colaboramos juntos en un proyecto el año pasado. Charlamos desenfadadmente y resulto que tocamos temas similares y conoce a otros colegas que están metidos en un proyecto muy parecido al que estoy desarrollando, lo que representa un panorama alentador.
Más allá de estas perlas, e ignorando cómo sean los demás, el gremio de los historiadores encarna la cerrazón pura. Así que si alguno de ustedes se ve en la obligación de enfrentarse a éste, o va en banda o, de plano, deja de quererse meter a chaleco ahí para que el "maná le caiga del cielo"...