Es una moda; una moda deshonesta y muy molesta. Surgió el año pasado pero en vez de apagarse, parece extenderse como fuego entre gasolina.
Algunos de nuestros políticos, en especial los que aspiran a quedarse con los grandes huesos, están sacando libros a diestra y siniestra. No importa que sus lecturas se encuentren coronadas por el "Libro vaquero", el "Esto" o el "Hola", que sean incapaces de mencionar los libros que los han marcado en su vida o que cambien alegremente los nombres de los libros y de sus creadores.
Claro está las anteriores son minucias a las que no debemos prestar atención pues lo que importa es que nuestros políticos nos honran con textos, más o menos voluminosos, en los que nos comparten su visión del país y las fórmulas -la mayoría de ellas fantásticas- para sacarlo adelante.
De no conocer a los de su estirpe, diría que son hombres y mujeres tan capaces, que además de legislar o de llevar las riendas de una gubernatura o secretaría de Estado, tienen la energía y el tiempo para pensar, poner en orden sus ideas y llenar con ellas páginas y más páginas en blanco. Sin embargo, todos sabemos que no es así.
Ignoro si sea el segundo oficio más antiguo del mundo, pero lo que si sé es que escribir por otros es tan viejo como la política misma. El nombre con el que conocemos esta actividad es tan políticamente incorrecto como lapidario: "negro literario". Uno se enajena, deja de ser sí mismo, tiene ideas diferentes, expresiones poco habituales y termina por transformarse en "el otro", en aquel que afloja el dinero para llevar a cabo esta alquimia.
Y que en la política abundan los negros literarios lo sé porque yo fui uno de ellos. Lo hice por cerca de seis años y no da pena decirlo, aunque reconoceré que me costó al principio bastante trabajo. Todos los días me quebraba la cabeza y me sentía fatal por poner cosas en las que no creía o que, peor aún, sabía que eran mentiras descomunales. Y hubiera mandado todo a paseo de no ser por una persona que me dijo: nunca olvides que tu trabajo es escribir por otro, no creerte lo que escribes. A partir de entonces mejoró considerablemente mi panorama.
La experiencia fue buena mientras me agradó, pero llegó un momento en el que opté por cambiar de aires. Cada vez era menos original y más reiterativo, ponía poco esmero al escribir y sólo me interesaba crear textos cumplidores, Permanecer en aquella oficina, que tantas alegrías me había dado, no era ni emocionante ni ético; por eso, y otras cuestiones más, me armé de valor y me marché.
Entiendo que los políticos estén haciendo su luchita con la publicación de libros que responden más a las ansias de poder y al posicionamiento inmediato en la opinión pública, que a un genuino interés por mejorar la situación del país. Ellos están en su derecho de hacerlo, como nosotros en el nuestro de no dejarnos engañar y preguntarnos ¿a cuántos "negros literarios" tuvieron que recurrir para querernos deslumbrar?