jueves, 26 de julio de 2012

Yo prefiero a los bancos de antes



El primer contacto que tuve con la banca fue de niño. Recuerdo que Banamex tenía unas alcancías que simplemente me volvían loco. Eran de plástico, tenían la forma de personajes de caricatura y estaban adornadas con colores chillantes... Si, eran bastante kitschs, ¿pero quien no tiene este tipo de gustos en la infancia?

La siguiente vez fue en Cuatla, Morelos, el 1° de septiembre de 1982. Mi abuela y yo estábamos escuchando un radio portátil cuando escuchamos -en vivo y en directo- el momento en el que el presidente José López Portillo nacionalizaba de manera improvisada la banca mexicana. Entonces no tenía mucha idea de lo que pasaba, pero bastaba ver la cara de mí padre para saber que aquello no era bueno.

El mundo bancario me coptó cuando empecé a trabajar en el año 1992. Hacía tan sólo dos años que la banca se había privatizado y apenas se hacía de las malas artes que hoy le caracterizan. Con ello quiero decir que era un tiempo en el que las comisiones eran escasas, en el que no todas las cuentas requerían de saldos mínimos y éstos eran, como su nombre lo dice, "mínimos". El servicio al cliente era bueno a secas (que no amable o cortés, mucho ojo) y las tasas de interés no estaban tan desproporcionadas como en la actualidad.

Sin embargo, el mentado "error de diciembre" de 1994 hizo que los bancos sacaran lo peor que tenían, y que hoy es lo que les caracteriza. Ante su desastrosa política de préstamos quisieron cobrarse a lo chino con los deudores, quienes ante la imposibilidad de seguir pagando sus créditos devolvieron sus automóviles, casas, departamentos o lo que fuera. Como ello no le daba liquidez, y el gobierno aún no creaba el Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (IPAB) para comprarles esta deuda, buscaron otros medios como el aumento de las comisiones y la creación de otras tantas, encarecer el crédito que otorgaban a las personas físicas y morales pero abaratar los intereses que pagaban a estos por su dinero. ¿La historia les suena?

A estas alturas del partido ya estoy literalmente hasta la madre de los bancos. Con Scotiabank tengo un crédito hipotecario a tasa fija. Para que me lo facilitaran, debí abrir una cuenta corriente cuyo saldo mínimo fue de 3,000 pesos mensuales hasta el 2011, cuando por sus pistolas decidieron subirlo 10,000 pesos. La explicación del banco fue muy cordial, lo reconozco, pero tuvo como fundamento la famosísima "Ley de Herodes"...

Los de Banamex se pulieron. Cuando me he tardado un par de días en pagar la tarjeta de crédito me llaman sin césar al celular para recordarme lo buena gente que han sido conmigo al financiarme y lo ojete que soy pero abusar de su bondad al no pagarles; sin embargo, cuando detectaron un movimiento extraño (un pago de 10,654 a Aeroméxico) me llamaron a la casa y fu lo suficientemente amables como para dejarme un recado en la contestadora. 

Con HSBC tuve una historia en la que hubiera creído que estaba protagonizando en un capítulo de "La dimensión desconocida" de no ser porque los conozco mejor que la británica madre que los parió. Quise activar una chequera por teléfono pero se me olvidó la contraseña, lo que en principio no era problema pues bastaba con hablar con un agente para rescatarla. El agente, muy amable también, me preguntó mi nombre, fecha de nacimiento y dirección. Después de que contesté el cuestionario me dice que el sistema no le da acceso pues de seguro hay una respuesta que está mal. Tuve que ir a una sucursal para arreglar el problema. ¿Saben cuál era? Que estos memos tenían registrado como mi domicilio el de soltero y no el de casado. Lo hilarante es que desde hace 15 años me envían la correspondencia... !al del casado!

Es por todo eso que prefiero a la banca de antes, más desabrida pero menos pendeja, más lacónica pero menos ladrona, más antipática pero menos deshonesta. Como dice un amigo, "para tener el dinero en manos de idiotas e incompetentes, mejor que se quede en las mías".

miércoles, 18 de julio de 2012

Boda y feria

No me acuerdo el año, pero si recuerdo que la misa fue en Polanco y la comida en Reforma. Felipe fue el segundo en casarse, poco tiempo después de que lo hiciera Javier, y no olvidó ni el más mínimo detalle tanta en la ceremonia como en el festejo.

Hacía un tiempos que los amigos no nos reuníamos y la ocasión parecía perfecta para pasarnos un buen rato. Compartimos mesa en compañía de nuestras novias y esposas y estuvimos charlando amenamente durante una hora hasta que el ambiente fue decayendo poco a poco hasta que imperó un silencio bastante incómodo.

Medio aburrido, pedí al mesero un par de whiskys en la rocas. Fue más snobismo que otra cosa, pues entonces no acostumbraba a beber destilados, mucho menos éste que me sabía a medicina. Cuando tuve los vasos delante me di cuenta de que había metido la pata y tenía dos opciones: o dejaba los tragos sobre la mesa o me los bebía, aunque fuera por orgullo. Finalmente me decidí por la segunda opción y, tal como si se tratara del peor de los jarabes, me empujé los dos tragos sin respirar.

Como era de esperar, agarré una borracherita muy rica ("el puntillo", como diría mi amigo Rodrigo) y tuve una ocurrencia que compartí con los presentes para matar el rato: ¿Y por qué no nos vamos mejor a la feria? Mal debían estar las cosas cuando los amigos, en vez de reírse, estuvieron de acuerdo con tan fenomenal tontería.

Fue así como terminamos en la feria de Chapultepec una hora más tarde. Primero nos subimos todos -a excepción de la esposa de Javier, que estaba embarazada- a una pequeña montaña rusa que lo único emocionante fue ver como Rodrigo y su acompañante se estaban besuqueando al estilo "otorrino". Posteriormente nos metimos a la casa del terror porque era la única atracción en la que no había que hacer cola. Recuerdo que Rodrigo se puso a presumir que nada de eso le daba miedo, que eran puras tonterías para niños e ignorantes... y así fue hasta que de la nada le salió al paso "Freddy Krueger" con sierra y toda la coda. Entonces Rodrigo se tiró al suelo y se hizo un ovillo mientras se cubría la cabeza con las manos, mientras que los demás estábamos también en el suelo... partiéndonos de la risa.

Nos subimos a otros juegos sin pena ni gloria y decidimos cerrar con broche de oro subiéndonos a la montaña rusa. La idea no era de mi agrado pues ya me hallaba en plena resaca y temía que unos cuantos ascensos lentos y unos descensos acelerados hicieran mella en mi estómago. Finalmente pudo más el orgullo que la prudencia y me subí. No vomité, pero se me olvidó poner el cuello rígido, así que fui víctima de una tortícolis muy rebelde.

No sólo la pasamos bien, también fue la última ocasión en la que los amigos volvimos a juntarnos para divertirnos como antaño. Muchas veces creo que fue nuestra despedida de la adolescencia.

miércoles, 27 de junio de 2012

Reflexiones sobre "Colosio. El asesinato"

Después de mucho tiempo, finalmente  fui al cine la semana pasada para ver la película "Colosio. El asesinato". En realidad la película no es del otro mundo pues no dice más de lo que todos hemos escuchado alguna vez (estaría pelón que diera una nueva pista sobre un hecho tan manoseado); la ausencia de  referencias claras y directas pone en evidencia que fue realizada con un espíritu de autocensura propio de los años sesenta y setentas mexicanos, y el final, es indigno hasta para una película de las de "tres pesos".

Pese a lo anterior, la película tiene algo que me encantó: su poder de evocación. Unas cuantas escenas bastaron para echar a andar mi memoria y recordar un sin fin de anécdotas, imágenes y sentimientos en torno al este hecho, Por ejemplo, recuerdo que ese día fui con un grupo de alumnos de preparatoria al ITESM, campus Estado de México, para asistir a un modelo de Naciones Unidas; que mientras manejaba escuché en el radio que había muerto Walter Lantz, el creador del Pájaro Loco y otras caricaturas; que de regreso pase al archivo histórico de los jesuitas, lugar donde también trabaja y en el que me enteré del asesinato de Colosio; que regresé a casa de mis padres a toda prisa y sin dejar de prestar atención a lo que se decía en la radio. 

Pero lo que más me marcó fue el momento en el que se anunció la muerte de Colosio. Ya nos llevó la chingada, pensé. Y no era para menos si recordamos que en esos tiempos quien era candidato a la presidencia era, en realidad, el virtual presidente del país.

Sin embargo, la realidad era otra, pues ya hacía un rato que la chingada no estaba llevando. Las constantes menciones de Carlos Salinas de Gortari de que México era una nación del primer mundo, la muerte del cardenal Posadas Ocampo, la investigación tan turbia que le siguió, el surgimiento del EZLN, la violencia con  la que se le reprimió en un principio, entre otros tantos hechos, eran testimonio de que las cosas no marchaban bien en México. Hechos posteriores, como lo ocurrido a los hermanos Ruiz Massieu, tan sólo sirvieron para corroborar lo anterior.

Hoy, a dieciocho años de distancia, veo que seguimos de gira con la chingada, que el país ha cambiado aparentemente para no cambiar y que, peor aún, lo de Colosio es otra pieza más de una realidad que supera, y por mucho, a la fantasía. Vivimos en el siglo XXI, pero hay veces que creo que seguimos viviendo en el México del siglo anterior, en ese país donde todo es corrupción y tranza y en el que APARENTEMENTE estamos condenados a repetir la historia de siempre...

martes, 29 de mayo de 2012

Los años los ochenta: la televisión

No sé si sea la mejor década de todas, la que más haya aportado a la música o la que más innovó en la moda, pero lo cierto es que la de los ochenta ha sido de las décadas más divertidas en mi vida.

Inicié los años ochenta cursando la primaria y los terminé en el tercer año de la carrera, es decir, fue un tiempo en el que transité del fin de la infancia a los últimos estertores de la adolescencia; en consecuencia, mis recuerdos ochenteros más lúcidos inician entre 1984 y 1985.

Este fue el tiempo en el que todos nos quejábamos de la televisión abierta (muy pocos contaban con el servicio de televisión de paga, cuya señal venía directamente de Estados Unidos), pero la verdad es que no nos la pasábamos tan mal. Nos fastidiaba que cada 1° de septiembre todos los canales pasaran el informe presidencial, que las series llegaran con años luz de retaso a nuestros televisores y que se siguieran transmitiendo una y otra vez los programas de antaño.

Lo cierto es que el panorama no era tan malo. Veíamos "Los Picapiedra", "Don Gato y su Pandilla", "Heidi",  "El Túnel del Tiempo", "Mi bella genio"... no porque quisiéramos presumir que habíamos visto todos los capítulos, más bien porque habíamos crecido con ellos y nos recordaban nuestra infancia. Presenciamos también la llegada de nuevas series sin saber que se convertirían en los primeros clásicos de nuestra generación, tal fue el caso de "Candy, Candy", "Lula Bell", el lacrimoso "Remi", "Los felinos cósmicos", "Mazinger Z", "Voltron", "los verdaderos cazafantasmas". Aunque no lo confesáramos por considerar que eran cosas de niños, todos veíamos estas series y estábamos al tanto de lo que ocurría en cada epidosio.

Dado que ya éramos unos púberes hechos y derechos, algunos tuvimos la oportunidad de ver la "televisión de adultos", que entonces protagonizaba una rivalidad de lo más interesante entre las series "Flacon Crest" y "Dallas" (que, dicho sea de paso, su remake está siendo transmitido en estos días). Pese a las diferencias de forma, ambas tenían el mismo fondo pues fueron las primeras en tener ciertas cargas de contenido sexual (nada que ver con lo que hoy vemos). Aunque menos "explícitas", aunque por ello no menos interesantes, eran las series de médicos como la de "Quincy M. E.", que narraba las aventuras de un médico forense que se comportaba como policía. De igual forma, veíamos la "Dimensión Desconocida" para aterrarnos con algunos capítulos (La abuela), reírnos con otros (Trato con el diablo) y alucinarnos con unos pocos (Bola baja).

Pero tal vez lo que más atrajo nuestra atención como televidentes fueron los videos musicales. Por primera vez veíamos escenificadas las canciones de moda en cortos de no más de cuatro minutos capaces de narrar  de principio a fin historias que, además, no siempre tenían un final feliz (algo típico de la generación X, dirá mas de uno). No fueron pocos los sábados por la noche que me quedaba delante del televisor para ver el programa "Video éxitos", la única posibilidad de escuchar y ver los nuevos videos en la televisión abierta. Claro está que conforme los avances tecnológicos se fueron integrando, la experiencia fue algo más que alucinante, tal como lo ponen en evidencia los videos (hoy ampliamente superados, claro está) Take on me, de AHA, y Money for nothing, de Dire Straits.

El tiempo ha pasado y siento que lo que acabo de escribir corresponde casi a la prehistoria de la televisión en México...

domingo, 20 de mayo de 2012

Los enanos del campamento...



En los años que cursé la secundaria y la preparatoria la tradición era asistir a los campamentos que se organizaban el Tultenango, primero, y en Camohmila, después. Como ya lo escribí anteriormente, aunque no era un entusiasta de ellos, fui a la mayoría.

Una de las cosas buenas que siempre encontré en ellos era la libertad que teníamos para agruparnos, de tal manera que siempre quedaba con mis amigos. Nuestra cabaña o cuarto, según fuera el caso, se caracterizaba por ser aburrida, tranquila y tener "mucho temor de Dios". Dicho de otra forma, teníamos un perfil más que bajo.

De día me la pasaba muy bien, participando -voluntariamente a fuerzas- en actividades cuya finalidad, de eso estoy seguro, era más cansarnos que divertirnos. Nos traían de arriba a abajo, nos obligaban a correr sin cesar, a ensuciaros como auténticos puercos y comíamos como cosacos para reponer la energía gastada. Por las tardes, cuando ya estábamos más que atarantados, nos daban una charla sobre alcoholismo, drogadicción o sexualidad. 

Mi problema eran las noches, particularmente la última. La primera era genial pues prendíamos una fogata que me parecía inmensa, nos sentábamos alrededor de ella para cantar, contar historias de pseudoterror y observar un cielo que de tantas estrellas me hipnotizaba. La última noche, en cambio, no la podía soportar. Se montaba un show de talentos que era voluntario, al que seguían dos horas discotequeras en la que bailar no era una opción, era una obligación sin importar que uno tuviera dos "pies izquierdos", flojera o miedillo; todos ellos defectos que yo reunía entonces.

Sobre el tema añadiré que el último campamento al que asistí tomó un giro bastante cruel pero que tuvo un final inesperado. Nos perdonaron la discoteca a cambio de un concurso en el que cada cuarto debía presentar un show en el que todos sus ocupantes estaban obligados a participar. El grupo ganador tendría puntos extra en la materia que cada miembro deseara.

El cambio nos cayó como balde de agua fría. El tiempo pasaba y no se nos ocurría nada que quisiéramos hacer o al menos nos atreviéramos a hacer. Faltaba un poco menos de una media hora cuando un compañero -Mauricio- tuvo una ocurrencia. ¿Por qué no nos disfrazábamos de enanos? Después de que nos explicó la idea, resultó que no eran tan mala. Todos participábamos, pero no todos aparecíamos. El compañero que daba la cara se abrochaba una camisa de manga larga al revés (la parte de los botones iba por la espalda) pasaba sus manos por unos shorts y las metía en unos zapatos para simular las piernas del enano, en tanto que otro se ponía detrás del él (quedaba tapado) y metía sus brazos en la camisa para hacer las veces de las manos del enano. Otra ventaja de este ejercicio es que como resultaba tan estrafalario a la vista, no se necesitaba un guión para entretener.

Fuimos el último grupo en aparecer. Éramos cinco enanos que comentaban sus problemas con el alcohol (¿adivinen cuál había sido el tema de la charla de esa tarde) que arracaron muchísimas risas por su pinta tan bizarra, por la descoordinación de sus brazos y por la estupideces que decían sin parar. Llegó el momento que hasta nosotros no pudimos contenernos y soltamos las risotadas. La verdad es que fue una ocasión genial y no porque ganamos, sino porque fue la primera vez que disfruté a tope la última noche del campamento...