Hace tres semanas vinieron a comer a la casa Chego y Claudia, amigos de hace bastante años. A ellos los conocí en un retiro de misiones organizado por la Universidad Iberoamericana. Recuerdo que era mi primer experiencia en la materia y cuando llegué a la sala de la casa de retiros encontré a Chego acariciando a un gato. "Qué tipo tan raro -me dije-. Viene a un retiro y no es capaz de dejar a su mascota en casa"... Ya se imaginarán el ridículo que hice cuando se lo dije meses después... A reserva de lo anterior, lo cierto es que lo bello de prepararse para ir de misiones es que tienes la oportunidad de conocer gente "especial".
Ahí está el caso de Felipe, un compañero de la universidad que se veía con bastantes horas de vuelo y que era capaz de soltar ante un montón de extraños que años atrás embarazó a su novia y la obligó a abortar, pero que fue incapaz de aguantar un par de días entre la gente pobre de la sierra de Oaxaca por "ser peligrosa".
Otro personaje de antología era en buen "Charlie", un buen tipo cuya mayor frsutración fue no poder ser Policía Federal de Caminos, ni tampoco Rambo. Cuando lo fui a ver a él y sus compañeros en plenas misiones, me lo encontré a punto de partir leña. Estaba en camiseta sin mangas, usaba una banda en el cabello y llevaba un cuchillo en la boca... sin comentarios.
Luego esta "Rasputón, el sacerdote del Mayab", un padre dominico que regenteaba la casa de "Agua Viva". Organizamos ahí uh retiro y cada vez que le pedíamos algo o le notificábamos de alguna actividad, siempre parecía molestarse y murmurar algo así como "A que la ching...". También nos encontramos con San Martín de Porres (y su famoso don de la ubicuidad), aunque la ilusión se nos fue pronto al descubrir que en realidad se trataba de un par de novicios de origen afroamericano. ¡Una verdadera lástima!
No se quedaba atrás el buen Fernando que, jesuita al fin, se tomaba las cosas con mucha calma. Estaba a cargo del programa de misiones de la Universidad Iberoamericana la primera vez que Chego, Claudia y yo organizamos una ahí. Cuando nos quejábamos de que no habíamos recolectado el dinero suficiente para hacer el viaje a Torreón, sus palabras fueron: "pues, muchachos, no les queda más que ponerse sus shortcitos de licra, irse al monumento a la madre y darle al talón". A partir de entonces nadie volvió a quejarse.
El caso es que la tarea de prepararse para ir de misiones no requiere que uno sea un tipo devoto en demasía, más bien se necesita estar un poco chifletas y tener bastante sentido del humor. Lo demás viene por añadidura.