martes, 17 de diciembre de 2013

El efecto Ferris Bueller

Tal vez para muchos el nombre de "Ferris Bueller" no les absolutamente nada, pero para quienes ya teníamos uso de razón  -o al menos eso creíamos- en los años 80, nos remite a una joya de la filmografía ochentera "Ferris Bueller Day's Off".

Escrita y dirigida por el inolvidable John Hughes, y protagonizada por Matthew Broderick, la película trata sobre algo que todos hicimos en nuestra época de estudiante, irnos un día de pinta, pero en lo que nunca tuve con éxito: evitar ser descubierto. Además de los toques holywoodescos que posee, la trama me resultó muy atractiva pues tiene mucho de aspiracional. Al salir del cine yo quería ser un Ferris Bueller profesional, un joven que se quedara con la tajada y el pastel, que se saltara las reglas sin que tuviera que pagar consecuencias por ello. Bastó un intento fallido para que me diera cuenta de que ese no era mi camino.  

Lo curioso de este fracaso es que no me impidió reconocer que en la vida si existen personas así; hombres y mujeres que hacen lo que se les da la gana y que siempre se salen con la suya y que las únicas secuelas que padecen por ello son, invariablemente, positivas. Eso es lo que denomino "El efecto Ferris Bueller".

Seamos sinceros. Todos hemos tenido un Ferris Bueller en la vida. Me acuerdo en especial de un alumno al que todo lo salía bien, al grado de que hizo una burrada tan colosal, que pensé que ahí iba a terminar su vida estudiantil. ¡Cuán equivocado estaba! Lejos de ser expulsado, su expediente quedó sin mácula, se posicionó como un estudiante ejemplar y recibió una disculpa por parte de las autoridades.

Para ser parte de este efecto, hay que tener un desparpajo y desfachatez comunales, un desprecio bestial por las reglas y los convencionalismos, un espíritu valemadrista descomunal y, por encima de todo, una gran inteligencia.

Lo de la inteligencia es básica, indispensable me atrevería a decir, porque este juego no consiste en evitar ser descubierto (tarea imposible de conseguir); lo más importante en realidad es convertir esos fracasos que todos tenemos en la vida en éxitos poderoso, en ponerle a la derrota el maquillaje de la victoria y en ocultar nuestras debilidades tras fortalezas debidamente exageradas. Ese eso consiste el verdadero  "El efecto Ferris Bueller".

Y para que no se me acuse de ser un egoísta o un grinch, aquí les dejo una de las escenas que más me gusta de la película:






viernes, 21 de junio de 2013

Viernes de resurrección


Ignoro si tal vez sea la lluvia, la entrada del verano o el antigripal que estoy tomando, pero lo cierto es que hoy este blog ha resucitado. Hace seis meses su dueño lo dejó morir de inanición por considerarlo un estorbo que quincena tras quincena parecía demandarle más tiempo e ingenio para nutrirlo; de ahí que prefiriera dejarlo en el peor de los olvidos, que no es otro que el del olvido premeditado.

Cuando le di vida, juré y perjuré que jamás lo abandonaría, que siempre lo tendría al día y que en él experimentaría las catarsis más profundas y liberadoras de mi vida. Y así fue hasta que, con el paso de los años, empecé a sentir que la labor se convertía en una cuesta arriba y que el goce se transformaba en una carga cada vez más pesada. Así, pensar en escribir una entrada se convirtió en un proceso tormentoso, en una tortura intelectual frustrante que me hacía sentir seco y vacío. ¿De qué más podía escribir? ¿qué otras cosas podía compartir con otros? ¿qué quería comunicar a los demás? La respuesta a todas estas preguntas era siempre la misma: NADA.

Pero como bien dice el filósofo: "unas buenas vacaciones lo arreglan todo"; así que hoy decidí resucitar al muerto, revivirlo de sus cenizas y darme una nueva oportunidad  para continuar un proyecto que inicié el 12 de enero de 2009 y que, a pesar de todo lo antes dicho, creo que bien vale la pena continuar, sólo que ahora bajo el principio de "despacio, que tengo prisa"...

jueves, 31 de enero de 2013

Ir al espacio





Esta semana se cumplieron 27 años de que el transbordador espacial Challenger explotó al poco tiempo de haber despegado. Aunque me encontraba en el colegio, la noticia logró filtrarse, lo que representaba un logro especial en un tiempo en el que los teléfonos celulares, las redes redes y el ciberespacio era más cosa de la ciencia ficción que de la realidad, al menos de la mía.


Ese día los cortes informativos fueron abundantes y los noticiarios cedieron todo su tiempo a repetir sin césar la imagen de la explosión del orbitador. Reconozco que tenía algo de hipnótico observar como una sólida y pesada máquina se desintegraba en segundos y como, a la distancia, los cohetes de que lo transportaban dejaron de dibujar franjas paralelas en el cielo para esbozar una especie de alacrán.

La noticia me impactó, lo mismo que a mi amigo Juan Guillermo. No era para menos si considero que fue la primera vez que atestigüé el tránsito de la vida a la muerte, en este caso tan fugaz, que supongo que los astronautas ni siquiera se enteraron de lo que les sucedió...

Como consecuencia de lo anterior, me empezó a llamar la atención el tema de los viajes especiales y empecé a preguntarme cómo se sentiría viajar más allá de la tierra y pasar un largo rato (aunque no tanto como aquel pobre cosmonauta que estaba en el espacio cuando desapareció la Unión Soviética por lo que tardaron casi un año en traerlo de vuelta) sin gravedad, ni arriba o abajo; dándole la vuelta completa a la tierra cada 90 minutos e intentando observar las estrellas desde una pequeña escotilla.

Lo cierto es que vivimos en un mundo contradictorio en el que al tiempo en el que la NASA abandona el programa de los transbordadores espaciales, las oportunidades de que más personas puedan visitar el espacio. No obstante lo anterior, no estoy alegre pues mi problema no queda resuleto: si antes era la falta de oportunidades, ahora es la falta de dinero. 

En fin, parece ser que nada me da gusto una vez más, ¿verdad?

lunes, 21 de enero de 2013

El año nuevo y la etiqueta

Un año nuevo ha empezado y, sin embargo, sigo siendo el mismo de siempre, o al menos eso creo. Esta transición del 31 de diciembre al 1° de enero no me marcado de manera tal que me sintiera diferente o, de perdida, quisiera ser diferente.

Esto lo saco a colación porque con el inicio de cada año hay una duda que habitualmente me asalta. No es una trascendente o fundamental, mucho menos una de la que pueda depender el buen desarrollo de lo poco menos de los doce meses que quedan por delante. Se trata de una inquietud que bien puede ser vista como de etiqueta: ¿hasta qué momento de enero es pertinente, o necesario, desearle a la gente que tenga un feliz año?

Resulta obvio que en los primeros días del mes el buen deseo es de etiqueta por ser oportuno y hasta necesario, pues me resulta evidente que si guardo mutis, la gente dirá que soy un amargado y desconsiderado, lo que si soy aunque no de tiempo completo. Pero honestamente, conforme pasan las semanas, la historia me empieza a cansar y le receto a todos los que me encuentro el mismo rollo, que me lo he memorizado de tanto repetirlo. Ese es el momento preciso en el que me asaltan las dudas.

Al principio me digo que el criterio debe ser el primer contacto que tengo con la gente en el año. Sin embargo, hay dos consideraciones que me enfrían. La primera es ¿y si ello sucede en mayo o junio, el otro no me tomará por un loco o, peor aún, por un optimista trasnochado? La segunda es más grave, pues luego me topo con personas que son testimonio encarnado de cuán cabrona es la vida, de tal suerte que cualquier buen deseo que les exprese podrían interpretarlo como una manifestación más de mi espíritu socarrón.

El caso es que al final del día me quedo entre la espada y la pared pues no tengo ni idea de qué hacer ¿cumplo con la etiqueta y me siento ridículo o me la paso por el arco del triunfo y soy un ordinario? Año tras año le doy vueltas al asunto y jamás encuentro una respuesta. pero no quito el dedo del renglón pues creo que algún día o resolveré.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Un año más que se va

 Me resulta imposible separar me de la cursilería de hacer al final del año un recuento de lo mucho o poco que sus doce meses me dejaron. Advierto, en consecuencia, que lo que a continuación escribiré forma parte de una tradición que inicié hace cuatro años y que más que ser una presunción. debe ser entendido como un una catársis.

Ha sido un año difícil, si bien recuerdo que en su inicio no fue así. Su primera mitad fue muy generosa, Me permitió conocer gente, reencontrarme con amigos, visitar lugares nuevos; también le dio salud a mi familia y, raro en función de los últimos años, ninguno de esos sobresaltos que, como a cualquiera, me hacen recordar lo efimera  que es la vida.

La segunda parte fue harina de otro costal. Tuve mucho trabajo (a Dios gracias) que no pude ordenar ni dosificar por lo que me chupó la energía. Muestra de ello es este blog, cuyas entradas diosminuyeron en número a partir de entonces. lamentablemente no podía ser de otra manera cuando el cansancio era tal que tenía pocas ideas y nada de fuerza para escribirlas.

Luego vinieron esas cartas de rechazo (muchas sin explicar los motivos) que tan sólo fueron la antesala de las calabazas que me dio el CONACyT. Estoy consciente de que lo último fue consecuencia de un error por mi parte y ello hizo que la situación me resultara más llevadera. No obstante lo anterior, también fue un motivo para mandar a la chingada todo lo relacionado con la investigación al menos hasta el siguiente año, promesa que no respeté y rompí hace un pare de días (dicen que "más vale tarde que temprano").

Pero diciembre es el mes que se ha llevado la palma como el peor mes del año. Ya desde finales de noviembre y por razones que no me quedan claras (al estar escribiendo estas líneas mi insconsciente ha de estarse partiendo el culo de la risa), me las quise dar de Ebenezer Scrooge y dejé que algunos fantasmas del pasado me visitaran y me jodieran por un largo rato. 

Claro está que luego siguieron los fantasmas del presente cuyas formas son diversas. Están esos pocos que  intenté formar en el salón de clases y que, tal como apunté en mi entrada anterior, fueron deshonestos e incapaces de asumir las consecuencias de sus actos; se encuentran también los que son muy platicadores y cordiales pero que al momento de la verdad pasaron de mí o, de plano, desaparecieron. Por último hay una aparición muy especial: aquella que sin ser nada mío en realidad, está casada con mi padre y quiere dárselas de mi madre.

No escribo todo esto a manera de queja, más bien como reseña; una reseña que es una diarrea de ideas que, como tal, pretende limpiar mi mente y espíritu para que pueda recibir el año que viene sin propósitos pero con mejor talante.

Muchas felicidades y mis mejores deseos para el año 2013.