El primer contacto que tuve con la banca fue de niño. Recuerdo que Banamex tenía unas alcancías que simplemente me volvían loco. Eran de plástico, tenían la forma de personajes de caricatura y estaban adornadas con colores chillantes... Si, eran bastante kitschs, ¿pero quien no tiene este tipo de gustos en la infancia?
La siguiente vez fue en Cuatla, Morelos, el 1° de septiembre de 1982. Mi abuela y yo estábamos escuchando un radio portátil cuando escuchamos -en vivo y en directo- el momento en el que el presidente José López Portillo nacionalizaba de manera improvisada la banca mexicana. Entonces no tenía mucha idea de lo que pasaba, pero bastaba ver la cara de mí padre para saber que aquello no era bueno.
El mundo bancario me coptó cuando empecé a trabajar en el año 1992. Hacía tan sólo dos años que la banca se había privatizado y apenas se hacía de las malas artes que hoy le caracterizan. Con ello quiero decir que era un tiempo en el que las comisiones eran escasas, en el que no todas las cuentas requerían de saldos mínimos y éstos eran, como su nombre lo dice, "mínimos". El servicio al cliente era bueno a secas (que no amable o cortés, mucho ojo) y las tasas de interés no estaban tan desproporcionadas como en la actualidad.
Sin embargo, el mentado "error de diciembre" de 1994 hizo que los bancos sacaran lo peor que tenían, y que hoy es lo que les caracteriza. Ante su desastrosa política de préstamos quisieron cobrarse a lo chino con los deudores, quienes ante la imposibilidad de seguir pagando sus créditos devolvieron sus automóviles, casas, departamentos o lo que fuera. Como ello no le daba liquidez, y el gobierno aún no creaba el Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (IPAB) para comprarles esta deuda, buscaron otros medios como el aumento de las comisiones y la creación de otras tantas, encarecer el crédito que otorgaban a las personas físicas y morales pero abaratar los intereses que pagaban a estos por su dinero. ¿La historia les suena?
A estas alturas del partido ya estoy literalmente hasta la madre de los bancos. Con Scotiabank tengo un crédito hipotecario a tasa fija. Para que me lo facilitaran, debí abrir una cuenta corriente cuyo saldo mínimo fue de 3,000 pesos mensuales hasta el 2011, cuando por sus pistolas decidieron subirlo 10,000 pesos. La explicación del banco fue muy cordial, lo reconozco, pero tuvo como fundamento la famosísima "Ley de Herodes"...
Los de Banamex se pulieron. Cuando me he tardado un par de días en pagar la tarjeta de crédito me llaman sin césar al celular para recordarme lo buena gente que han sido conmigo al financiarme y lo ojete que soy pero abusar de su bondad al no pagarles; sin embargo, cuando detectaron un movimiento extraño (un pago de 10,654 a Aeroméxico) me llamaron a la casa y fu lo suficientemente amables como para dejarme un recado en la contestadora.
Con HSBC tuve una historia en la que hubiera creído que estaba protagonizando en un capítulo de "La dimensión desconocida" de no ser porque los conozco mejor que la británica madre que los parió. Quise activar una chequera por teléfono pero se me olvidó la contraseña, lo que en principio no era problema pues bastaba con hablar con un agente para rescatarla. El agente, muy amable también, me preguntó mi nombre, fecha de nacimiento y dirección. Después de que contesté el cuestionario me dice que el sistema no le da acceso pues de seguro hay una respuesta que está mal. Tuve que ir a una sucursal para arreglar el problema. ¿Saben cuál era? Que estos memos tenían registrado como mi domicilio el de soltero y no el de casado. Lo hilarante es que desde hace 15 años me envían la correspondencia... !al del casado!
Es por todo eso que prefiero a la banca de antes, más desabrida pero menos pendeja, más lacónica pero menos ladrona, más antipática pero menos deshonesta. Como dice un amigo, "para tener el dinero en manos de idiotas e incompetentes, mejor que se quede en las mías".
Es por todo eso que prefiero a la banca de antes, más desabrida pero menos pendeja, más lacónica pero menos ladrona, más antipática pero menos deshonesta. Como dice un amigo, "para tener el dinero en manos de idiotas e incompetentes, mejor que se quede en las mías".