Primero me rehusé pero, a final de cuentas, terminé cayendo en "las garras" de las redes sociales, especialmente de Facebook.
Mi fascinación no sólo se debe a la posibilidad de adentrarme en la vida de los demás y estar al tanto de lo que piensan, sienten, creen y esperan; también es una herramienta fabulosa para reencontrarme con gente que ha sido parte de mi vida y, en ese sentido, revivir momentos del pasado.
No niego que ha sido grato, incluso emocionante, toparme con gente de la que hacía décadas que no tenía noticias para ponernos al tanto de nuestras vidas y ver cómo hemos cambiado, si bien hay algunos que siguen igual que cuando teníamos 18 años.
Pese a todas sus bondades, el medio no es perfecto pues es un espacio ideal para que se dé el "efecto Lázaro" que no es otro que aquel por el que gente del pasado que creíamos muerta resucita e intenta reaparecer en nuestras vidas. Sorpresas como esas me ponen de mala leche pues suele ser incómodo recibir un mensaje que te indica que te han mandado una invitación de amistad. ¡Diablos!
Creo que en algunos casos se trata de amnesia y tengo un caso que lo ejemplifica. El otro día entro a Facebook y me encuentro con la invitación que me dejó frío. Se trata de una persona que fue mi alumno , colaborador en un proyecto y, finalmente colega en la docencia. Nos encontramos a fines del 2006 cuando yo trabajaba en el INBA y el sexenio estaba por acabar; él por contra, tenía un buen cargo y laboraba en el sector cultural privado. Fue muy amable y me ofreció trabajo en caso de que las cosas me fueran mal en el futuro... y ahí empezó el viacrucis.
En diciembre sostuvimos una entrevista y me pidió que le mandara algunos de mis escritos para que su jefa los viera, pero eso no fue suficiente pues, a continuación, recibí un correo en el que me solicitaba que analizara una imagen que me anexaba. Hice lo anterior y, de pronto, desapareció pues ya no respondía a mis correos y llamadas. Cuatro meses después, y tras haber resuelto mi situación laboral, recibí una carta en la que me comunicaba que no había sido aceptado. Hoy, tres años después, parece haber olvidado todo lo anterior y me envía una invitación para ser amigos facebookeros. Como solía decir un maestro: "en esta vida el fondo es forma".
Otras veces creo que el fenómeno no es producto de la amnesia sino de un agenda oculta, bueno, de una agenda burdamente oculta. Así, por ejemplo, recibí un mensaje de una persona con la que jamás tuve una buena relación y de la que hacía siglos que no sabía cosa alguna. Sus palabras eran tan emotivas que me estaban convenciendo... hasta que recordé que un pariente suyo era mi alumno y que no le estaba yendo muy bien en el curso. Todo hubiera podido quedar en una mera coincidencia, si éstas existen, de no ser porque en algún momento le mencioné al estudiante lque de niño había conocido a un tío suyo, quien precisamente era el papá de la persona que me mandó el mensaje. Demasiado bello para ser real.
Lo bueno es que al final del día, la ventaja de Facebook sobre la vida reales que sólo se requiere hacer un "click" para mandar a nuestros "Lázaros" de vuelta a su tumba.