Mientras estudiábamos la secundaria y la prepa, jamás nos dio a mis amigos y a mi por irnos de viaje. No tenía caso hacerlo dado que nos veíamos prácticamente todos los días. Pero sólo nos bastó cursar el primer semestre en distintas universidades para lanzarnos a la aventura acapulqueña,
En prinicipio éramos Chuck, Felipe, Gálvez y yo, aunque poco antes de marchar se nos apuntaron el Ñaja, hermano de Carlos, y su amigo Mauricio. La adición de estos últimos elementos en poco cambió las cosas, aunque a la postre enriquecería la aventura, pues nuestro transporte era un destartalado camión "Estrella Blanca" que saldría al filo de la media noche del 7 de enero de 1988.
Una parada eterna en una destartalada cocina económica a mitad de la sierra, un par de distracciones semimortales del conductor, unas conco horas sin poder pegar las pestañas y una plática chida con Chuck son lo que más recuerdo de aquel recorrido nocturno.
A primera hora de la mañana llegamos al fin a la estación de autobuses de "Acapulman" (como decía Felipe) y como si fuéramos almas que llevaba el diablo, agarramos el primer taxi sin importar lo que nos cobrara. Era urgente llegar al hotel, darnos un regaderazo y prepararnos para gozar los cuatro días que teníamos por delante.
El registro fue rápido y el cuarto que nos asignaron era increíble. Localizado en el cuarto piso, tenía vista al mar, era amplio y luminoso y el balcón quedaba a poca distancia de la piscina. Mientras discutíamos sesudamente sobre las posibilidades de sobrevivir a un clavado lanzado desde el balcón, un botones tocó la puerta para decirnos que había una confusión y que aquella no era nuestra habitación. Y entonces el vía crucis empezó.
Pasamos del cuarto piso al subsotano dos, de una habitación amplia y bella a una lóbrega y con un ventilador a manera de aire acondicionado, de tener vista al mar a tener una de ladrillos ennegrecidos, de respirar la brisa marina a inhlara continuamente monóxido de carbono. Se hacía tarde, así que decidimos comprar lo mpinimo necesario para cenar e ir a la playa para animarnos con los últimos rayos de sol, lo que en realidad no sucedió pues tuve a bien perder la llave de la habitación.
Una vez que pagamos, bueno, que pagué el duplicado, bajamos a nuestro aposento Al abrirse las puertas del elevador, nos encontramos con el pasillo lleno de humo. Una persona de mantenimiento nos informó, con el extintor aún en las manos, que el cuartucho al lado había tenido un cortocircuito pero que todo estaba bajo control. Aquel fue nuestro pequeño "infierno en la torre" y seguiría siéndolo por algunos días más.
Un par de minutos más tarde, tocarona nuestra puerta. Eran las vecinas de al lado y venían a "presentarse". Se trataba de tres chavas leonesas que también estaban de vacaciones. Si bien tres compartían se parecían en que tenían cara de tentación, pero cuerpo de arrepentemiento hubo una --la "biberones"-- que nos llamó a todos la atención más por la forma que por el tamaño de sus atributos.
El caso es que una cosa llevó a la otra y cuando nos dimos cuenta, Felipe les había cambiado el ventilador por uno que parecía haber sido propiedad de Hitler, y había transformado medo kilo de jamón en unas cuantas lonchas escuálidas. Nunca antes en mi vida vi un eiemplo tan claro de la verdad que entraña la máxima española "arrean más un par de tetas que un par de carretas"...
El registro fue rápido y el cuarto que nos asignaron era increíble. Localizado en el cuarto piso, tenía vista al mar, era amplio y luminoso y el balcón quedaba a poca distancia de la piscina. Mientras discutíamos sesudamente sobre las posibilidades de sobrevivir a un clavado lanzado desde el balcón, un botones tocó la puerta para decirnos que había una confusión y que aquella no era nuestra habitación. Y entonces el vía crucis empezó.
Pasamos del cuarto piso al subsotano dos, de una habitación amplia y bella a una lóbrega y con un ventilador a manera de aire acondicionado, de tener vista al mar a tener una de ladrillos ennegrecidos, de respirar la brisa marina a inhlara continuamente monóxido de carbono. Se hacía tarde, así que decidimos comprar lo mpinimo necesario para cenar e ir a la playa para animarnos con los últimos rayos de sol, lo que en realidad no sucedió pues tuve a bien perder la llave de la habitación.
Una vez que pagamos, bueno, que pagué el duplicado, bajamos a nuestro aposento Al abrirse las puertas del elevador, nos encontramos con el pasillo lleno de humo. Una persona de mantenimiento nos informó, con el extintor aún en las manos, que el cuartucho al lado había tenido un cortocircuito pero que todo estaba bajo control. Aquel fue nuestro pequeño "infierno en la torre" y seguiría siéndolo por algunos días más.
Un par de minutos más tarde, tocarona nuestra puerta. Eran las vecinas de al lado y venían a "presentarse". Se trataba de tres chavas leonesas que también estaban de vacaciones. Si bien tres compartían se parecían en que tenían cara de tentación, pero cuerpo de arrepentemiento hubo una --la "biberones"-- que nos llamó a todos la atención más por la forma que por el tamaño de sus atributos.
El caso es que una cosa llevó a la otra y cuando nos dimos cuenta, Felipe les había cambiado el ventilador por uno que parecía haber sido propiedad de Hitler, y había transformado medo kilo de jamón en unas cuantas lonchas escuálidas. Nunca antes en mi vida vi un eiemplo tan claro de la verdad que entraña la máxima española "arrean más un par de tetas que un par de carretas"...