Así, y aún con mis reservas, dediqué la última tarde del 2009 a limpiar mi clóset, pues, según lo que he escuchado y leído, es un camino que le permite a uno fluir y no estancarse. Al igual que lo anterior, y en aras de que la dio$a fortuna me volviera sonreir, me chuté toda la fiesta de año nuevo (o noche vieja) en la íntima compañía de una moneda de diez pesos entre el zapato y el calcetín derechos. En fin, con el paso de las semanas y los meses sabré si el esfuerzo valió la pena o si tan sólo perdí el tiempo.
No vaya a pensarse que dejé todo a manos del azar pues me di un tiempo para reflexionar en torno al 2010. Y que conste que lo hice con sumo cuidado, procurando evitar las demandas desmedidas así como las expectativas poco realistas y limitándome a pensar sobre aquello que en verdad necesito que, en esencia, es lo que también deseo. Estoy convencido que en materias como la presente, la claridad en las metas y medios resulta a la postre más efectiva y barata que un tratamiento psicológico contra la frustración y su hija, la ira.
Aunque evitaré entrar en detalles, no es el lugar ni el momento, al menos confesaré que entre mis propósitos se encuentra el de regresar a uno de mis pocos vicios confesables: la ciencia ficción. Tras casi cuatro años de semiinactividad, he decidido dedicar más tiempo a este género, o subgénero, según el afecto o desprecio que cada uno sienta por él. Sonorá como una obviedad, pero había olvidado el placer que siento al concebir y escribir pequeñas historias y cuentos de futuros más apocalípticos que idílicos (así soy, ni modo); gozo que además se duplica, no lo negaré, si los veo publicados en alguna e-magazine o revista.
Creo que este gusto, al fin pequeño e inofensivo, es una buena forma de iniciar el año y de vivir con más calma y gusto cada uno de sus 365 días.