jueves, 31 de enero de 2013

Ir al espacio





Esta semana se cumplieron 27 años de que el transbordador espacial Challenger explotó al poco tiempo de haber despegado. Aunque me encontraba en el colegio, la noticia logró filtrarse, lo que representaba un logro especial en un tiempo en el que los teléfonos celulares, las redes redes y el ciberespacio era más cosa de la ciencia ficción que de la realidad, al menos de la mía.


Ese día los cortes informativos fueron abundantes y los noticiarios cedieron todo su tiempo a repetir sin césar la imagen de la explosión del orbitador. Reconozco que tenía algo de hipnótico observar como una sólida y pesada máquina se desintegraba en segundos y como, a la distancia, los cohetes de que lo transportaban dejaron de dibujar franjas paralelas en el cielo para esbozar una especie de alacrán.

La noticia me impactó, lo mismo que a mi amigo Juan Guillermo. No era para menos si considero que fue la primera vez que atestigüé el tránsito de la vida a la muerte, en este caso tan fugaz, que supongo que los astronautas ni siquiera se enteraron de lo que les sucedió...

Como consecuencia de lo anterior, me empezó a llamar la atención el tema de los viajes especiales y empecé a preguntarme cómo se sentiría viajar más allá de la tierra y pasar un largo rato (aunque no tanto como aquel pobre cosmonauta que estaba en el espacio cuando desapareció la Unión Soviética por lo que tardaron casi un año en traerlo de vuelta) sin gravedad, ni arriba o abajo; dándole la vuelta completa a la tierra cada 90 minutos e intentando observar las estrellas desde una pequeña escotilla.

Lo cierto es que vivimos en un mundo contradictorio en el que al tiempo en el que la NASA abandona el programa de los transbordadores espaciales, las oportunidades de que más personas puedan visitar el espacio. No obstante lo anterior, no estoy alegre pues mi problema no queda resuleto: si antes era la falta de oportunidades, ahora es la falta de dinero. 

En fin, parece ser que nada me da gusto una vez más, ¿verdad?

lunes, 21 de enero de 2013

El año nuevo y la etiqueta

Un año nuevo ha empezado y, sin embargo, sigo siendo el mismo de siempre, o al menos eso creo. Esta transición del 31 de diciembre al 1° de enero no me marcado de manera tal que me sintiera diferente o, de perdida, quisiera ser diferente.

Esto lo saco a colación porque con el inicio de cada año hay una duda que habitualmente me asalta. No es una trascendente o fundamental, mucho menos una de la que pueda depender el buen desarrollo de lo poco menos de los doce meses que quedan por delante. Se trata de una inquietud que bien puede ser vista como de etiqueta: ¿hasta qué momento de enero es pertinente, o necesario, desearle a la gente que tenga un feliz año?

Resulta obvio que en los primeros días del mes el buen deseo es de etiqueta por ser oportuno y hasta necesario, pues me resulta evidente que si guardo mutis, la gente dirá que soy un amargado y desconsiderado, lo que si soy aunque no de tiempo completo. Pero honestamente, conforme pasan las semanas, la historia me empieza a cansar y le receto a todos los que me encuentro el mismo rollo, que me lo he memorizado de tanto repetirlo. Ese es el momento preciso en el que me asaltan las dudas.

Al principio me digo que el criterio debe ser el primer contacto que tengo con la gente en el año. Sin embargo, hay dos consideraciones que me enfrían. La primera es ¿y si ello sucede en mayo o junio, el otro no me tomará por un loco o, peor aún, por un optimista trasnochado? La segunda es más grave, pues luego me topo con personas que son testimonio encarnado de cuán cabrona es la vida, de tal suerte que cualquier buen deseo que les exprese podrían interpretarlo como una manifestación más de mi espíritu socarrón.

El caso es que al final del día me quedo entre la espada y la pared pues no tengo ni idea de qué hacer ¿cumplo con la etiqueta y me siento ridículo o me la paso por el arco del triunfo y soy un ordinario? Año tras año le doy vueltas al asunto y jamás encuentro una respuesta. pero no quito el dedo del renglón pues creo que algún día o resolveré.