jueves, 25 de marzo de 2010

¿Tesis? No, gracias

Su solo nombre puede provocar sudoración, palpitaciones súbitas, nauseas y hasta ataques de ansiedad. Es la tesis y, en su momento, muchos la aborrecimos.

Lo curioso es que la tesis en sí no es el problema, pues se trata de  de lectura, reflexión y escritura, un ejercicio que casi todo alumno podría realizar al final de su carrera.  No, la bronca muchas veces se encuentra en la gente que involucra el proyecto.

La pieza clave aquí es el director de tesis. Hay que buscarse a un tipo que sepa del tema que queremos trabajar y que nos trate como futuros colegas -y no como meros retardados-; alguien a quien respetemos y con quien nos síntamos cómodos al momento de trabajar. En otras palabras, la tarea equivale a buscar una aguja en un pajar.

En la tesis de licenciatura me dirigió Martha Elena Negrete, una historiadora admirable en todos los sentidos quien, pese a saber mucho, siempre se mostró sencilla y muy amable conmigo. Recuerdo que religiosamente iba cada jueves a su casa para revisar los avances de la tesis mientras tomábamos café. En cambio, para la de maestría me asignaron a Guillermo Zermeño aquien era un historiador incomprendido pues nadie era capaz de entender lo que decía en los seminarios de tesis. La relación fue un fracaso desde el inicio puesmientras que él asumió que yo era un incompetente, yo asumí que era un imbécil redomado. Afortunademente él se fue y Perla me sacó del apuro y logré titularme.

Otro punto a tocar es el de los revisores de la tesis. El asunto aquí es que uno no los escoge, a lo sumo los recomienda. Esto puede llegar a ser un auténtico viacrucis por distintos motivos, si bien el prinicipal es el del tiempo. Lo común es que se tarden los días y las horas con la revisión del escrito mientras uno tiene que aguantarse pues e trata de "gente muy ocupada que está haciéndonos el favor de leer, tolerar y corregir nuestras sandeces". Peor aún es cuando toman al tesista como rehén para atacar al director de éste por motivos personales o profesionales.

Así me la aplicó Valentina Torres en el seminario de tesis de licenciatura. Tras haber leído la primera versión del escrito esbozó una sonrisa condescendiente y me dijo "la información está bien pero el orden fatal. Debes reescribir la tesis". En un gran acto de generosidad, hasta se ofreció a corregir mi redacción ("es muy barroca", dijo) capítulo por capítulo. Curiosamente, un par de meses después me enteré que entre ella y mi directora de tesis había un pleito casado y que yo estaba pagando por ello. Bello, ¿verdad?

El caso es que por estas razones, y otras más que he omitido por cuestiones de espacio, muchas veces somos los profesores -con nuestros problemas, prejuicio, filias y fobias- quienes hacemos tortuoso un camino que por naturaleza no lo es. Por su puesto que la escritura de la tesis de licenciatura es una labor ardua y poco sencilla, pero no por ello debe sufrirse al extremo  de preferir una endodoncia sin anestesia o, peor aún, sentirse incapaz de hacerla y darse por vencido. A final de cuentas recordemos que en esta vida "nada es para tanto y tanto no lo es todo".

miércoles, 3 de marzo de 2010

Esos viajes a Acapulco I

Mientras estudiábamos la secundaria y la prepa, jamás nos dio a mis amigos y a mi por irnos de viaje. No tenía caso hacerlo dado que nos veíamos prácticamente todos los días. Pero sólo nos bastó cursar el primer semestre en distintas universidades para lanzarnos a la aventura acapulqueña,

En prinicipio éramos Chuck, Felipe, Gálvez y yo, aunque poco antes de marchar se nos apuntaron el Ñaja, hermano de Carlos, y su amigo Mauricio. La adición de estos últimos elementos en poco cambió las cosas, aunque a la postre enriquecería la aventura, pues nuestro transporte era un destartalado camión "Estrella Blanca" que saldría al filo de la media noche del 7 de enero de 1988.

Una parada eterna en una destartalada cocina económica a mitad de la sierra, un par de distracciones semimortales del conductor, unas conco horas sin poder pegar las pestañas y una plática chida con Chuck son lo que más recuerdo de aquel recorrido nocturno.

A primera hora de la mañana llegamos al fin a la estación de autobuses de "Acapulman" (como decía Felipe) y como si fuéramos almas que llevaba el diablo, agarramos el primer taxi sin importar lo que nos cobrara. Era urgente llegar al hotel, darnos un regaderazo y prepararnos para gozar los cuatro días que teníamos por delante.

El registro fue rápido y el cuarto que nos asignaron era increíble. Localizado en el cuarto piso, tenía vista al mar, era amplio y luminoso y el balcón quedaba  a poca distancia de la piscina. Mientras discutíamos sesudamente sobre las posibilidades de sobrevivir a un clavado lanzado desde el balcón, un botones tocó la puerta para decirnos que había una confusión y que aquella no era nuestra habitación. Y entonces el vía crucis empezó.

Pasamos del cuarto piso al subsotano dos, de una habitación amplia y bella a una lóbrega y con un ventilador a manera de aire acondicionado, de tener vista al mar a tener una de ladrillos ennegrecidos, de respirar la brisa marina a inhlara continuamente monóxido de carbono. Se hacía tarde, así que decidimos comprar lo mpinimo necesario para cenar e ir a la playa para animarnos con los últimos rayos de sol, lo que en realidad no sucedió pues tuve a bien perder la llave de la habitación.

Una vez que pagamos, bueno, que pagué el duplicado, bajamos a nuestro aposento Al abrirse las puertas del elevador, nos encontramos con el pasillo lleno de humo. Una persona de mantenimiento nos informó, con el extintor  aún en las manos, que el cuartucho al lado había tenido un cortocircuito pero que todo estaba bajo control. Aquel fue nuestro pequeño "infierno en la torre" y seguiría siéndolo por algunos días más.

Un par de minutos más tarde, tocarona nuestra puerta. Eran las vecinas de al lado y venían a "presentarse". Se trataba de tres chavas leonesas que también estaban de vacaciones. Si bien tres compartían se parecían en que tenían cara de tentación, pero cuerpo de arrepentemiento hubo una --la "biberones"-- que nos llamó a todos la atención más por la forma que por el tamaño de sus atributos.

El caso es que una cosa llevó a la otra y cuando nos dimos cuenta, Felipe les había cambiado el ventilador por uno que parecía haber sido propiedad de Hitler, y había transformado medo kilo de jamón en unas cuantas lonchas escuálidas. Nunca antes en mi vida vi un eiemplo tan claro de la verdad que entraña la máxima española "arrean más un par de tetas que un par de carretas"...