lunes, 23 de noviembre de 2009

¿Para que sirvió...?

Caminaba por el zócalo de la capital cuando vi un tablero electrónico que mostraba los días que faltan para que se cumplieran los doscientos años del inicio de la guerra de independencia y los cien de la Revolución mexicana. Si bien ambas son citas importantes con nuestra historia, he de confesar que al pensar en ellas no me invade bingún espíritu festivo. Por el contrario, por más vueltas que le doy al asunto termino con un mal sabor de boca.

Creo, además, que no soy el único. Basta ver la triste historia de la comisión de festejos que el gobierno federal para darse cuenta de que nos encontramos más ante una "papa caliente" que un motivo de orgullo. La presidencia del organismo pasó de mano en mano hasta caer en Federico Villapando, un abogado megalómano con aires de historiador que vive más de la apariencia y el "rollo" que de los hechos.

En particular me resulta extraño, y en extremo difícil, conciliar mi día a día, y el de todos aquellos que vivimos en este país, con dos hechos pasados sin preguntarme: ¿para qué carajos sirvieron? Lamentablemente sigo sin encontrar una respuesta satisfactoria.

Más allá de las recientes disputas que rodearon a los debates presupuestarios y de los cuestionamientos que hoy se centran en las figuras del presidente y de la clase política, en este país ha imperado el desánimo desde hace mucho tiempo. No es un asunto de votos, de partiudos o de políticos; por el contrario, se trata de algo más serio y profundo, se trata de frustración.

Generaciones y generaciones de mexicanos hemos visto pasar nuestra existencia en el "país del mañana"; es decir, en una nación donde siempre se ha dicho que debemos apretarnos el cinturón para que nuestros hijos y nietos puedan vivir mejor, que el sacrificio de nuestros bolsillos, y en consecuencia de nuestros anhelos y deseos, es nuestra manera de colaborar activamente en la construcción de un mejor México; que el porvenir no llega por sí sólo pues debe edificar cediendo una parte de la libertad y las aspiraciones de cada uno de los mexicanos.

Yo me frustro porque veo que después de tantos sacrificios el país no va hacia ningún lado, navega a la deriva y sin rumbo fijo, tal como sucede desde 1821 y me siento como Bill Murray en Groundhog day, película en la que sin importar lo que hiciera su personaje, siempre vivía el mismo día. La única diferencia es que, contrario a lo que sucede en el film, en México el final feliz no llegará.

Así, pues, festejemos el bicentenario y el centenario, sigamos viviendo en el "país del futuro"; en la nación del sacrificio perenne; en el México recién emancipado que se nos oculta bajo el disfraz de la modernidad y del siglo XXI, y, como si se tratara de "El Titánic", que cada uno procure ser feliz como pueda...

domingo, 15 de noviembre de 2009

Mudanzas

Ayer por la tarde se cambió un nuevo vecino al edificio. Coincidimos en el elevador y, con evidente cansancio me confensó:

-¿Sabe una cosa? Cuando quiero desearle el mal a alguien, no le miento la madre, sólo le digo: "ojalá te cambies".

Lo entendí a la perfección. Aunque en mi vida he tenido que mudarme sólo tres veces de casa, y las mismas de oficina, he padecido en carne propia el fastidio que representa sacar las cosas de lo que uno asume que "es su lugar", juzgar si vale la pena conservarlas y, finalmente, guardarlas en cajas destartaladas tras echarles la "bendición" para que su fondo no se abra de par en par.

Precisamente ahora me encuentro en pleno proceso de mudanza. Y es qude parece que donde trabajo el cambio de oficina es una actividad lúdica , un antídoto contra el potencial aburrimiento. Con éste será el tercer cambio que padezco en poco menos de dos años y medio.

Sin embargo, el presente movimiento es diferente a los demás, pues tras diez años de continua diáspora, ahora todos los miembros de la facultad compartiremos un mismo espacio, lo que no deja de ser algo perturbador.

La planeación de la mudanza ha sido bastante laboriosa, me consta, particularmente por el tema de la asignación de ls nuevas oficinas. Un auténtico desmadrito en el que muchos han mostrado un cobre que, las más de las ocasiones, ha sido bastante feito.

Acostumbrados a espacios pequeños y compartidos con terceros, la posibilidad de contar con otros igual de estrechos pero individuales, pareció enloquecer a más de uno. A partir de entonces, hubo un "estira y afloja" sobre las futuras oficinas acompañado por comentarios de la talla "es indigna para mi", "merezco algo mejor", "está bien para otros, pero no para mi"...

Así, y sin dedicarle mucho tiempo, pude realizar una tipología de mudancistas que a continuación acompaño:

1.- Aquellos que se venden como si fueran toda una joya, el sustento de la institución, aunque su desempeño no lo demuestre.
2.- Los que su único deseo es subir lo más alto posible para estar cerca del sol sin importar que la cera de sus alas se derrita y caigan en caída libre.
3.- Quienes se sienten tan únicos que aplican la famosa frase del torero Guerrita: "Después de mí, naide; después de naide, Fuentes" para no tener compañía cercana.

Es divertido observar cómo hay gente que que le tiene apego a su oficina, a esas cuatro paredes que, para colmo de males, ni siquiera son suyas. Curiosamente, más de uno me ha dado una especie de "pésame" por el lugar que me han asignado, y que aún no ocupo, por encontrarse aislado y cerca de los baños.

Al respecto, recuerdo que cuando trabajaba en el INBA mi jefe nos decía que jamás olvidáramos que nos estábamos de paso y que nada de lo que ahí teníamos --incluída la oficina-- era nuestro. Y creo que lo mismo debería aplicar en la iniciativa privada, pues ¿qué sentido tiene disputar algo que no es, y nunca será, nuestro?

Tal vez sea la edad o el cansancio de finales del semestre, pero si hay algo que me queda claro, es que hay batallas que vale la pena librar y otras, como la aquí reseñada, sobre las que el literato francés Nicolás-Sebastien Roch diría: "También hay tonterías elegantes como hay tontos bien vestidos"...