domingo, 21 de febrero de 2010

Lo que es para ti... es para ti

Esto es lo que mi amigo Rodrigo me escribió en Facebook como respuesta a mi comentario: La posibilidad era bella pero, lamentablemente, ¡ya valió!

Siempre estamos buscando nuevas cosas, elecciones que desechar y rumbos que tomar. Lo que hoy nos parece bien, mañana no o, al menos, no nos convence tanto y decididmos buscar nuevos horizontes, en ocasiones sin tener certeza de las consecuencias que nos pueden acarrear.

Da lo mismo que se sea "pata de perro" profesional o que uno esté inventariado en el lugar dónde se trabaja o se vive, el caso es que querer abandonar la zona de comfort es un deseo que a todos nos llega al menos una vez en la vida. En la mayoría de las ocasiones una concatenación de hechos, accidentes y malos entendidos basta para querer migrar. Y entonces viene la parte difícil.

Todo se resume en opciones. La búsqueda nos lleva a hallar opciones, a toparnos con ganancias y pérdidas tanto en lo cualitativo como en lo cuantitativo. "¿Qué estamos dispuestos a ganar y a cambio de qué?" es la gran pregunta que debemos responder y, para hacerlo, tenemos que estar al tanto de todos los "pros" y "contras" a los que nos enfrentamos.

Más allá de lo anterior, que entra en el campo de lo racional o de lo intuitivo, se encuentra la parte emocional, esa que nos lleva a ser un tanto imprudentes y nos invita a imaginar cómo serán nuestras vidas "nuevas" y lo que haremos con ellas. Planeamos casi sin darnos cuenta, soñamos despiertos y, de vez en vez, nos asalta la pesadilla de que nos puedan ir mal las cosas, aunque lo bueno es que pronto la olvidamos.

Lo bueno de esto es que, de una u otra forma, las circunstancias nos ponen los pies de nuevo en la tierra A veces las cosas salen mal y regresas a la zona de comfort que jamás habíamos abandonado. Pero también hay ocasiones en que las cosas se dan y que los sueños con una que otra pesadilla se vuelven realidad y hallamos un nuevo nicho para estar cómodos por un rato más. A reserva de cuál de estas opciones nos toque, lo cierto es que las dos son caminos que nos llevan a descubrir que hay mucho de verdad en la frase "lo que es para ti, es para ti".

martes, 9 de febrero de 2010

Una misa negra

Llegué a Gijón una lluviosa tarde de junio de 1987 y me hospedé en casa de mi tía abuela. Acababa de terminar la preparatoria y mis padres me enviaron allá para pasar las vacaciones.

Aquel pintaba para ser un verano algo aburrido y bastante anodino, de no haber sido gracias a mi primo Nacho y a sus amigos de la escuela. Los conocí a casi todos, salvo a Moro que andaba de viaje por Alemania con su padre, en una tarde que él había quedado con ellos para tomar algo. Fue así como del golpe y porrazo me encontré con Bea, Eva, Jandro, Juan, Rafa, Mario, Marga y Merche, banda a la que se sumo Moro un par de semanas después. La verdad es que no me puedo quejar de la recepción pues me integraron al grupo y me trataron de maravilla desde el primer momento.

Lo bello de tener 17-18 años es que, aunque no estes consciente de ello, crees que todo lo puedes, que nada te va a pasar y, en consecuencia, haces más las cosas por ocurrencia que por razón. Y vaya que si hicimos muchas de tales tarugadas ese verano.

Ena nos había invitado a su casa familiar en un pequeño poblado que se llama San Martín del Rey Aurelio. La casa se hallaba a mitad de la montaña, al lado de una carretera vecinal y rodeada de un bosque cerrado. A Juan, Moro y a mi se nos hizo una buena puntada aprovechar aquel escenario tan propicio -según las "sapientes" lecturas esotéricas que nos jactábamos de haber hecho- para celebrar una invocación satánica. Una verdadera estupidez, ¿verdad?, pero debo insistir: ¡era la maldita edad!

Tomamos el tren y llegamos a la casa por la tarde. Nos acomodamos en la casa y, después de cenar, empezamos con los preparativos. Mientras Juan y Moro se vestían de negro, los demás salimos a la carretera, donde Nacho y yo pintamos un pentagrama, encendimos las velas en su interior y lo rodeábamos con un gran círculo de sal. Recuerdo que lloviznaba y que la noche era tan cerrada que no podíamos ver más allá de un par de metros.

Cuando nuestros "sacerdotes" entraron en símbolo esotérico, les tomamos unas cuantas fotos, colocamos una grabadora y nos marchamos. Ninguno tenía el valor para quedarse y presenciar aquello. La espera no fue mucho mejor. Estábamos en la sala, unos con cara de funeral, otros mordiéndonos las uñas y Mario fumando, la única vez en la vida que lo he visto hacerlo; pero todos imaginándonos mil y un historias sobre lo que estaría sucediendo allá afuera donde, dicho sea ded paso, había un silencio sepulcral.

Depués de vienticinco minutos, que pasaron como si se tratara de una hora, Juan y Moro regresaron con una cara de felicidad. Confesaron que no habían visto ni oído nada extraordinario hasta rebobinar la cinta y escucharla. Cuando nosotros lo hicimos nos percatamos que casi al final aparecía un grito desgarrador que aparentemente provenía de muy lejos; un ruido que nadie, dentro ni fuera de la casa, había notado. Todos nos quedamos de piedra.

Sacamos varias copias de la cinta, una de ellas la traje conmigo a México. Las fotos, dos en realidda, las recibí den casa un mes después, acompañadas de una atentísima carta de Moro en la que, entre otras tantas cosas, me decía que el rollo se había revelado parcialmente no por motivos sobrenaturales, sino por la conocida impericia de mi amigo en estos menesteres.

A manera de conclusión, no me resta más que decir cuan veraz es el refrán que reza: "Dios los cría y ellos se juntan". Si señor.